9. MI PASADO Y MI REALIDAD

612 32 0
                                    

—Haz una maleta —le dijo Inuyasha cuando salió de la ducha con una toalla alrededor de la cintura.

—¿Por qué? No quiero irme. Me encanta estar aquí —no podía creerse que hubieran pasado ya dos semanas. Las más felices de toda su vida. Amaba aquel lugar. Lo amaba a él. Por mucho que se hubiera repetido que aquella relación no iba a ningún lado, no podía controlar sus sentimientos.

—Me alegro, porque no vamos a marcharnos aún —Inuyasha se apartó el pelo mojado de los ojos—. Pero tenemos que ir un par de días a Atenas.

—¿Atenas? —Kagome se incorporó en la cama cubriéndose con la sábana—. ¿Por qué?

—Necesito ir por asuntos laborales —explicó él entrando al vestidor, de donde salió con una camisa impecable—. Y tú tienes que venir porque no me puedo concentrar en el trabajo a menos que tú estés cerca. Será sólo una noche. Yo trabajaré por la tarde, luego iremos al baile y dormiremos en mi casa de Atenas.

—¿Baile?

—Un evento para recaudar fondos —explicó Inuyasha agarrando una corbata—. Tengo que ir.

—Yo no quiero ir —aseguró ella como una niña pequeña—.

Me voy a sentir fuera de lugar.

—Ése es mi mundo —dijo Inuyasha acercándose a la cama para besarla una vez más—. Y tú formas parte de él.
Pero sólo porque estaba disfrutando del sexo. No había nada más para él, pensó Kagome.

—No conozco a nadie.

—Me conoces a mí —Inuyasha cruzó la habitación para recoger su chaqueta—. No discutas más.

Kagome intentó otra táctica.

—No tengo nada apropiado que ponerme.

—Ahora hablas como una mujer —Inuyasha sonrió—. Ya te encontraremos algo. Haz la maleta.

Un lujoso coche con aire acondicionado los llevó desde el aeropuerto al centro de Atenas entre el denso tráfico. Pasaron por delante de un mercadillo, y Kagome sintió deseos de bajarse a dar una vuelta. Pero estaba claro que Inuyasha tenía otros planes. Unos minutos más tarde, el chófer se paró en una calle ancha, frente al escaparate de una boutique de diseño. Inuyasha apagó su móvil y la ayudó a salir a la acera.

La ropa del escaparate era increíblemente elegante, pero hubo un vestido en particular que le llamó la atención. Entraron en la tienda, y pronto tuvieron a una legión de dependientas alrededor. Inuyasha tenía la palabra «multimillonario» escrita en la frente. Kagome se acercó hacia el vestido que había visto en el escaparate. Era un diseño de lo más simple, lo que le hacía especial era la calidad de la tela.

—¿Cuánto cuesta? —le preguntó a una de las dependientas.

—Cuatro mil euros —respondió la joven tras un instante de vacilación.

Kagome se apartó del vestido, sintiendo que se iba a desmayar.

—Eso es una vergüenza.

—Si te gusta, te lo puedes llevar —Inuyasha frunció el ceño—. El precio es irrelevante.

—Por supuesto que es relevante. No puedo pagarlo.
—Pero yo sí.
—No —consciente de que la dependienta la miraba como si hubiera perdido la cabeza, Kagome se acercó a la puerta—. ¿Podemos hablar un momento?

—¿Qué pasa ahora? —Inuyasha dejó escapar un suspiro—. Necesitas un vestido para esta noche.
Kagome le agarró súbitamente de la mano y lo arrastró calle abajo, lejos de aquella zona de tiendas exclusivas y en dirección al mercadillo por el que habían pasado antes con el coche. Haciendo caso omiso de las protestas de Inuyasha, tiró de él mientras recorría las filas de puestos hasta que dio con lo que buscaba. Un puesto en el que se vendían coloridas sedas pintadas a mano.

El Implacable Griego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora