3. EL COMIENZO DEL MONTAJE

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¿ Qué quería de ella?

El salón de la suite del ático era más grande que su apartamento entero, y tenía unas vistas maravillosas de París. Eran unas vistas de las que sólo podían disfrutar unos pocos privilegiados, y en cualquier otra situación, Kagome hubiera estado encantada. Pero en aquel momento no.
Tenía el cuerpo tirante por el estado de excitación inevitable que siguió a aquel beso arrasador.
Si bailar con él le había resultado erótico, besarlo había sido...
No encontraba palabras para definirlo.

Le seguían temblando las piernas. Miró a su alrededor en busca de algo sólido para apoyarse por si acaso volvía a besarla.

Pero eso no iba a ocurrir. Inuyasha ni siquiera la miraba. Observaba en silencio concentrado las calles que quedaban abajo.

Kagome se llevó disimuladamente los dedos al labio inferior, todavía algo hinchado por la arrebatadora fuerza de su beso. Era muy consciente de que Inuyasha había utilizado el beso como excusa para distraer a la gente, pero aquella certeza no disminuía la química que había hecho explosión entre ellos.
¿Sería esa química la responsable de la furia que percibía en él? Lo cierto era que ella no sabía qué estaba ocurriendo. La noche del baile atribuyó su enfado al hecho de que hubiera descubierto de alguna manera que no estaba invitada. La primera vez que blandió delante de ella la entrada arrugada, dio por sentado que le estaba arrojando a la cara la prueba.
Y luego la había llamado « Kikyo », y entonces Kagome se dio cuenta de que creía que era la dueña de la entrada. Y lo más curioso era que ella ni siquiera conocía a la tal
« Kikyo ».

Estaba claro que Inuyasha todavía no sabía que se había colado en la fiesta. Lamentando profundamente oí impulso que la había llevado a utilizar una entrada que no era suya, Kagome miró a su alrededor disimuladamente, medio esperando que alguien de uniforme le pusiera una mano en el hombro y la arrestara.
¿Podían arrestarla por suplantación de identidad? Pero en realidad no se había tratado de eso. Más bien, había tomado prestado el nombre de alguien durante un breve espacio de tiempo sólo para comprobar si el tiempo y la madurez le habían proporcionado algo de confianza en sí misma para mezclarse con la gente con la que solía sentirse insignificante.
¿Y ahora qué?

Desde que la había recogido en la calle, Inuyasha no había pronunciado ni una palabra. Le puso el cinturón de seguridad con violencia contenida y condujo con pericia por entre el tráfico parisino antes de detenerse finalmente frente al hotel más caro de la ciudad.
Sólo entonces la miró. En un tono frío como el hielo, dijo sólo una palabra:

—Sal.

El brillo de odio que reflejaban sus ojos hizo que se estremeciera por dentro, pero al recordar las semanas que había pasado trabajando en aquel hotel cuando llegó a París, no quiso llamar la atención discutiendo con él en la acera. Así que Kagome se limitó a bajar la cabeza y seguirle hasta el ascensor que llevaba directamente a la suite del ático.
En cuanto la puerta se cerró tras ellos, lamentó haberle seguido. Ahora que estaba a solas con él, sintió un nudo en el estómago. Trató de mostrarse relajada, como si aquel beso no le hubiera vuelto los intestinos del revés.

—Vale, ya estoy aquí. ¿Qué querías decirme?

¿Por qué no hablaba? Kagome deseó que le dijera algo, cualquier cosa, en lugar de estar allí dándole la espalda con los hombros en tensión.

—Tal vez debería marcharme...
Inuaysha se giró. Las facciones de su hermoso rostro expresaban dureza.

—Si te marchas, te obligaré a volver —sonó tan intimidatorio que Kagome se quedó paralizada en el sitio, confundida por el conflicto que notaba en él.

La había besado, pero estaba claro que eso no le había puesto contento.

—Vamos a dejar una cosa clara desde el principio —murmuró ella, decidiendo que debía dejar muy clara su posición—. No voy a acostarme contigo, así que si se trata de eso, más te vale dejarme marchar ahora.
Un silencio sepulcral siguió a su impulsiva declaración. Kagome volvió a intentarlo.

El Implacable Griego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora