7. CONVIVIENDO

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Cuando Kagome se levantó, se encontró la cama vacía. No había ni rastro de Inuyasha. No le hizo falta mirar el reloj para saber que era tarde. El sol ardiente brillaba a través de las puertas abiertas del dormitorio. Fuera, en la piscina, se oía el rumor de unas voces masculinas.

Los recuerdos de la noche anterior regresaron a su cabeza, y Kagome se cubrió el rostro con las manos, gimiendo al verse obligada a enfrentarse a la incómoda verdad. Había hecho el amor con un hombre al que apenas conocía. Y lo había hecho una y otra vez. Y otra.

Y no se trataba de cualquier hombre, sino de un millonario. Lo que empeoraba hasta el infinito la situación. Técnicamente, se había convertido en una mujer atrapada. Estaba en su territorio, viviendo bajo sus reglas. Inuyasha estaba pagando por ella.

Kagome se sentó en la cama, sintiendo que se le aceleraba el pulso. Había permitido que un hombre la comprara. Lo que significaba que tenía que marcharse. ¿Cómo iba a quedarse, si quedarse iba contra todos sus principios? Kagome tenía que admitir que su resistencia a marcharse no se debía sólo a su padre.

Estaba loca por Inuyasha.

Inuyasha se había apurado su tercera taza de café y estaba tratando de concentrarse en lo que le estaba diciendo su padre cuando Kagome entró decididamente en la terraza. Se había puesto unos sencillos pantalones cortos que acentuaban su increíblemente estrecha cintura y la generosa curva de sus caderas. Se las había arreglado para conjugar sexualidad e inocencia a partes iguales, y la combinación resultaba embriagadora.

—Siento llegar tan tarde —murmuró apartando la vista y sonrojándose.

A Inuyasha le encantaba que no fuera capaz de ocultar sus sentimientos. Al menos así su padre no necesitaría que lo convencieran de la naturaleza de su relación, pensó de buen humor mientras se ponía de pie para retirarle la silla.

—Kalimera —Inuyasha le rozó la mano y la sintió suspirar quedamente. Kagome se sentó rápidamente.

InunoTaishō se rió y dejó su taza de café.

—Te felicito, Kagome —dijo InunoTaishō sonriendo al observar la reacción de su hijo—. Has conseguido lo que ninguna otra mujer soñó con lograr. Es la primera comida que comparto con mi hijo en la que no me ha aburrido hablándome de mercados monetarios. De hecho, no me ha hecho ni caso desde que se sentó a la mesa. Está claro que tenía otra cosa en la cabeza.

Inuyasha ignoró el deseo sexual que sentía crecer dentro de él y trató de pensar en la situación con fría lógica. ¿Qué estaría haciendo normalmente tras una noche de sexo increíble? Trabajar. Y dejar que la mujer de turno se distrajera con lo que le apeteciera, lo que normalmente incluía ir de compras. Y eso era justo lo que tenía que hacer ahora. Mandarla de compras.

—Por mucho que le pese a mi padre, hoy tengo mucho trabajo —dijo con dulzura—. Puedes entretenerte en la villa, o Jaken puede llevarte en barco a la ciudad. Allí tenemos un coche, y podrías ir de compras, por ejemplo.

Inuyasha esperaba que su rostro se iluminara con el habitual entusiasmo de las mujeres, pero ella se limitó a quedarse mirándolo.

—¿Ir de compras para qué? No necesito nada.

Inuyasha se sintió momentáneamente perdido. Entonces se le ocurrió que tal vez Kagome creyera que esperaba que ella pagara.

—Te ofrezco mi tarjeta de crédito, agapi mu.

Los estrechos hombros de Kagome se pusieron tensos.

—No quiero tu tarjeta de crédito. No quiero nada de ti.

Su padre se rió encantado.

—¡Una mujer que no quiere nada de ti, Inuyasha! Hazme caso, no la sueltes.

El Implacable Griego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora