1.- Sarah Simmons

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Era de mañana ese lunes de agosto. Empezaba un nuevo ciclo escolar en mi escuela, y la alarma de mi móvil no dejaba de sonar. Finalmente tuve que levantarme, tenía que acudir a clase.

—¡Sarah, ya levántate, tienes que ir a clase!

—¡Voy mamá! —le grité sin siquiera salir de entre las colchas.

Mi nombre es Sarah Simmons. Tengo 16 años y vivo en Nueva York, en Queens. No soy una chica para nada fuera de lo común, siempre ha sido así: no suelo destacar en clase, no soy alguien bonita, ni popular, ni con la mejor figura (lo que mas lamento) ni el menor sentido de cómo funciona el mundo.

Una extraña sensación recorrió mi cuerpo, e hizo alertarse por un momento.

—¿Otra vez? —mi cuerpo por fin se levantó de la cama —¿Tan de mañana va a empezar todo esto? Y es mi primer día de clases, por favor...

Bueno, si tengo algo de especial, aunque es mas algo raro que "especial". Desde muy niña, he tenido sensaciones muy extrañas, como si algo me electrizara el cuerpo, o si alguien me susurrara algo al oído. Además, a lo largo de los días he visto distintas cosas bastante raras, desde brumas pesadas de colores nada comunes, partículas brillantes o pequeños destellos azules que caen al suelo y mueren. Mis padres siempre han dicho que todo esto son alucinaciones causadas por las películas de cierto mago británico que me encantaba ver, aunque no estoy muy de acuerdo con ellos, ya que hasta hoy en día siguen ocurriendo, al menos las sensaciones en el cuerpo.

No esperé mas, y empecé a tomar mi uniforme. Asisto a una escuela privada cerca de Manhattan, la prestigiada Academia Riverhills, con mas de 100 años de experiencia en la educación. Si, claro. Si así fuera, hasta alguien como yo se podría convertir en una genio. En fin, empecé a vestir el uniforme de falda azul rayada de griz, la camisa blanca de manga corta, el característico sweater azul marino con el emblemático ciervo sobre un torreón, escudo de la academia, en la parte derecha del pecho, coloqué mis medias y mis zapatos escolares. Cepillé mi largo y acaramelado pelo rizado, y maquillé un poco mi cara, solo para verme bien. Viéndome lista para partir, salí de casa porque ya era tarde.

—¡Hija, no desayunaste nada, y estas olvidando tu almuerzo! —mi madre me gritaba desde la puerta de nuestro departamento. No la escuché para nada. Realmente soy una tonta.

Corría sin mirar atrás por las calles de Nueva York, esperando que el prefecto Manuel y la maestra Grace estuvieran de buenas esa mañana. Es increíble que tuviera la mala suerte de tener la misma maestra desde que entré a la academia.  Parecía que era un rayo, ya que llegué justo a la hora a la puerta del colegio. Saludé para aminorar la llamada de atención.

—¡Buenos días, Ma...

Mi voz se detuvo, al igual que mi cuerpo.

—¡Señorita Sarah, ¿No se cansa de llegar siempre tarde?! —Replicó Manuel con tono alto en su voz.

A mi cuerpo lo rodeó una sensación de las extrañas que me suelen dar, pero esta vez era muy fuerte. Sentía el cuerpo tenso, mi cabeza empezaba a marearse y mi temperatura se elevaba. Sentía como si unas espinas empezaran a subir desde mis pies hasta mi cara. Llegando a ella, la sensación se tornó de espinas a unas manos que acariciaban mis mejillas. Después, escuché un susurro.

—Te encontré...

—¡¿Eh?, ¿No tiene nada que decir, señorita Sarah?!

Mi cuerpo de pronto se sintió normal después de las palabras del prefecto Manuel (un hombre de apariencia tosca y amenazante, cabe recalcar). Todo se esfumó de un momento a otro.

—Yo... —traté de hablar, aún estando desorientada. Por un casual, se me ocurrió ver la hora desde mi móvil. Iba con cinco minutos de retraso a clase —¡Voy tarde a clase! —. Corrí como si mi vida dependiera de ello, aunque en cierta parte era así. Manuel gritó algo en mi dirección, pero no lo escuché, ya me encontraba muy lejos.

Historias del Arcanum CompendiumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora