Capitulo 2

62 11 0
                                    

El reino de Aldebaran estaba tranquilo y silencioso.

Sus habitantes permanecían encerrados en sus casas y los negocios que usualmente llenaban de color y bullicio sus aguas no estaban abiertos.

Para alguien que no perteneciera a estás aguas, podía resultar muy inusual encontrar lo que todo el tiempo parecía un mercado convertido en este lugar tan silencioso como el fondo del mar.

La familia real era la única que estaba afuera, resguardando el lugar  donde se juntaban las fuertes corrientes de los reinos... Se creía que justo en este cruce, se podía pedir un deseo de corazón y si era puro y bueno se concedería pues estaban conectadas a las cuatro estrellas de los dioses.

Además de poder, bienestar y prosperidad ¿Que otra cosa podría pedir el rey?

La verdad es que no pedía nada para él y solo el descanso eterno de su reina, por quién llego a tener un gran cariño.

Sus tres hijos ya mayores permanecían con la cabeza baja mientras oraban muy cerca de las fuertes corrientes.

Su muerte no era algo reciente en realidad, pero había sido tan querida que cada año de su aniversario se guardaba el luto como si hubiese sido ayer la desgracia de su perdida.

El rey miro de re ojo a su hijo menor, quien tenía la desdicha de haber nacido el mismo día que falleció su madre.

Con gran cariño puso una mano sobre el hombro del muchacho y este al mirarlo intento corresponder la suave sonrisa que su padre le ofrecía.

Sus hermanos también comenzaron a jugar con él, dándole suaves empujones y despeinandole el cabello. El mas joven de los tres se sentía realmente culpable por asesinar a su madre sin tener la menor intención y apesar de que su padre y hermanos se lo habían explicado un sin fin de veces, él, no podía dejar de pensar que era su culpa.

Recorrieron las aguas en silencio hasta llegar al castillo hecho de conchas y coral, donde los recibió un guardia con cara de pez Dragon y cuerpo semi humano.

- Majestad

El guardia hizo una reverencia

- Ah llegado un mensajero de Riberan

El rey frunció el entrecejo

- ¿Ah dicho que solicita?

- No señor. Solo, que el asunto a tratar es con usted personalmente... Y con sus hijos.

Ya reunidos en un aplicó salón, muy cercano a la superficie el rey indico al mensajero con un gesto de la mano que comenzará a hablar.

El mensajero que tenía ocho tentáculos, aclaro su voz y dijo en tono solemne.

- Saludos cordiales al magnífico rey Kai Lir segundo, soberano del maravilloso reino de Aldebaran, y sus honorables hijos, los príncipes Adriát, Enki y Nyami.

Hizo una pausa para mirarlos a todos y sonreírle cordialmente

Adriát el mayor se inclino para susurrarle a su hermano Enki, el segundo en nacer :

- Te apuesto siete perlas a que padre está perdiendo la paciencia

El segundo al ver la cara de disgusto de su padre decidió contestar.

- Eso es bastante obvio... Te apuesto doce perlas a que termina gritándole al mensajero que se apure y se deje de estupideces

- hecho.

En Aldebaran no se andaban con rodeos, se decía lo que se tuviera  que decir y punto . Posiblemente a veces pecaban de directos y era eso lo que les daba más fama de rudos. Sin embargo tratándose de asuntos de la realeza, la necesidad de no diagustar a nadie es imperial. Así que al rey no le quedaba más que soportar toda esta fanfarria... Al menos hasta que si paciencia lo permitía.

El corazón del mar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora