"Todo Comenzó Así"

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-Lo sé, lo sé. Ya salgo -dijo un poco hastiado por el teléfono-. Encima voy temprano.

Colgó el teléfono y entró en su coche. Pudo detectar el flash de alguna cámara que se escondía al fondo pero la noche mantenía su anonimato. Suspiraba mientras daba marcha atrás.

Su vida estaba siendo un completo desastre.

Justin Bieber, la gran estrella pop internacional, estaba acabada. Una vez se lo dijeron, que él era el perfecto candidato para irse a la ruina, él pensó que no sería tan estúpido como para caer en la trampa, pero su vida se complicó haciendo que cayera al precipicio.

La reciente muerte de su madre, más los malos entendidos que fueron alejando a sus amigos de él, las drogas, el alcohol, las prostitutas, el corazón roto por un amor que seguía en sus entrañas hacia Selena Gomez, los escándalos, las fans habían acabado con su carrera.

Pero eso era lo menos importante ya que no nació en un escenario ni en montañas de dinero y claro está que podría vivir sin la fama pero lo que más le dolió es la actitud de su gente, de sus fans... De su propio padre.

Su última gira fue un completo fracaso. Sólo nueve conciertos, y en los nueve las fans llegaron, algunas lo miraban con los ojos llorosos al ver en lo que se había convertido, y luego se daban la vuelta, quitaban todos sus accesorios morados y las cosas con su cara, las dejaban en el suelo y se iban entre sollozos, dejando su corazón roto y las lágrimas en las mejillas. Luego su padre... Jeremy Bieber lo había abandonado totalmente, lo dejó a la deriva mientras él buscaba consuelo por la muerte de Pattie.

Fue al funeral de Pattie en Stratford, Canadá. Sólo él y sus abuelos fueron. Después, enfadado, fue a reclamar a sus amigos que porqué no habían asistido... Todos le cerraron la puerta.

Estaba sumido en la desgracia. Hasta su equipo renunció. El único que se mantenía era Alfredo, los demás le habían dado la espalda, para siempre quizá.

Se secó las lágrimas con rabia ante su desastrosa vida y aceleró. No deseaba nada más que morir, ya no recordaba la última vez que sonrió y esta a seguro que no volvería a hacerlo.

Fue interrumpido por su teléfono móvil. Contestó de inmediato.

-Espero que vengas en camino, Bieber -dijo Scooter Braun al teléfono.
-Sí -respondió bajito-. Estoy en la M-40. La del bosque...
-Sí, lo sé -dijo con desprecio-. Te juro que si faltas te hundiré Bieber, te hundiré y te arrepentirás toda tu vida.

Él cerró los ojos y soltó algunas lágrimas.

-Y espero que vengas decente y nada arrogante -le advirtió.
-Sí... Sí -pudo decir.
-Mariconazo.

Y colgó. Dio un fuerte golpe al volante y suspiró intentando contener su rabia. Dejó el teléfono en la guantera y siguió conduciendo intentando tranquilizarse. A sus veinticuatro años estaba siendo tratado como esclavo, negó con la cabeza y miró hacia su ropa. Hacía calor. Además el maldito traje le estaba apretando las articulaciones.

Odiaba los trajes. Quería ser autentico y aunque no podía aceptar que no le quedaban nada mal, prefería ir cómodo. Desde los veinte años cambió su forma de vestir, luego pasó a vestirse más decente, con jeans y camisetas sencillas y por fin, se subió los pantalones para darle gusto a su madre. Esbozó una sonrisa triste, echaba mucho de menos a su madre.

-Estarás queriendo matarme, lo sé -dijo en voz baja.

Doblaba justo una curva cuando escuchó un sonido sordo, como el de una explosión. Miró hacia el horizonte, la zona que se incendiaba. Luego escuchó un zumbido potente que lo dejó muy aturdido.

-¿Qué mierda...?

Y nada. Silencio. Se detuvo un momento jadeando e intentando recuperar el aliento porque raramente se le había acelerado el corazón. Menos mal que no había nadie y sólo podía oír ruidos de la noche.

Se miró al espejo. Las drogas habían acabado con su aspecto. Ahora tenía el pelo apagado, ya no era el rubio miel que brillaba como el sol, ahora era tan apagado que daba pena, luego sus ojos habían perdido el color y el brillo rodeado por ojeras que no se quitaban ni con el mejor de los sueños o cirugías. Luego su rostro estaba muy pálido y delgado, sus dientes eran lo único que se conservaban bien y le daba pena verse al espejo así. Desde hace años que había dejado de verse al espejo por miedo al ver que le devolvía. No quería ver lo que veían los demás.

Siguió conduciendo mientras se concentraba en la carretera. Raramente no dejaba de ver el sitio por el que había estallado algo. Notaba fuego, y se veía la luz en las copas de los árboles.

Tuvo que dar un frenazo al ver que algo se cruzaba en su camino. Se quedó frío. Las luces le daban y notó que era una persona... Pero....

-Las personas no brillan -dijo con los ojos muy abiertos.

Ella o él se incorporó. Notó que era mujer por la figura. Estaba desnuda y hasta se sintió incomodo. Aunque no se notaba nada como se le notaría a una ser humana normal y corriente, le llamó la atención su piel. Era grisácea, con brillos azules, como si la hubieran bañado con purpurina. Tenía un porte impresionante. Desde el cuerpo esbelto y frágil hasta los ojos.

Los ojos... Azules. Azules muy muy azules. Su pelo era corto y muy rubio. Pero...

-No es un humano -dijo para él.

Sin duda se estaba volviendo loco. Quería avanzar y atropellarla... Bueno, no. Se había quedado paralítico mirándola. Ella levantó un delicado brazo y se cubrió de la luz cegadora.

Él reaccionó y bajó un poco los focos para que no la molestara. Ella volvió a bajar el brazo y subió su mano en signo de saludo.

Venía en paz.

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