Capítulo 2 - El bar

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Ya había llegado el mediodía. Al final, Peter se quedó a tomarse un café tranquilamente y luego se marchó. Mi abuelo conocía bien a aquel chico por lo que sentía que era yo el que estaba fuera de lugar. Todo se me hacía aún muy raro, porque parecía un entorno en el que me había metido a la fuerza y en el cual me costaría encajar.

En cuanto Peter se fue, subí las cosas a lo que sería mi cuarto, que era una buhardilla. Tenía un gran ventanal en la parte superior, una cama que parecía convertirse en dos de color blanco, un escritorio, un armario y una estantería. No se me da muy bien medir habitaciones, pero era bastante amplia. Lo bueno es que para subir tenía escaleras convencionales, y no de mano o por el estilo. Además un aseo pequeño justo al lado. Luego, la casa. Tenía un patio amplio que daba al bosque, con un pequeño estanque con peces, muy relajante. También contaba con un cuarto de baño con ducha, la habitación de mi abuelo, una cocina pequeña y la sala de estar con un sofá muy grande de color marrón y una mesa de café, más una destartalada televisión. Desde aquella sala se salía al patio y al bosque. También allí, había una especie de pedestal con lo que creía que eran las cenizas de mi abuela, ya que había un pequeño marco con una foto suya. Todo eso en la planta inferior. Por fuera parecía pequeña, pero era bastante más grande de lo que esperaba en realidad.

Me gustaba, parecía vieja, pero sabía que mi abuelo cuidaba esa casa con mucho amor. Era donde vivía con mi abuela, y seguramente donde crió a mi madre. Es parte del pasado de mi familia, y seguramente ninguna de las mujeres de su familia querrían que se echase a perder. Bruce era un buen hombre hasta para quienes no estaban ya con nosotros.

Me pasé la mañana colocando todo un poco y me cambié de ropa, poniéndome algo más o menos decente. Tenía que ir algo más acicalado a la entrevista de la tarde, aunque Peter ya me hubiera visto con mis pintas de antes. Cuando terminé, bajé a la sala de estar. Mi abuelo estaba sentado en el patio, en un banco que estaba bajo un tejadillo que había puesto cerca de la ventana, mientras tomaba un zumo de naranja. Al lado de este zumo, había otro vaso idéntico. Supuse que era para mi.

Me senté junto a mi abuelo, dejando mi teléfono en la mesa, y suspirando. Sabía que tenía muchas cosas que quería contarle.

-Ya he terminado de colocar las cosas -dije, tranquilo-. ¿Quieres que prepare la comida?

-Qué va, hijo. Tengo todo casi a punto.

-Podrías haberme llamado para que te ayude. Sé cocinar.

-No te preocupes. Quería hacer los macarrones con queso al horno como los hacía la abuela y tu madre, para darte una sorpresa.

Mi abuelo aún las quería, sin duda.

-Gracias, abuelo.

-De nada. Es más, siento mucho no poder ofrecerte una vida tan cómoda como tenías en la ciudad, pero...

-No, me basta con un tejado, y eres el único que me lo ha dado. Eso es mucho mejor que cualquier buena vida que creas que podría tener.

El abuelo sacó un paquete de tabaco, cogiendo un cigarro y apoyándolo en sus labios, mientras esbozaba una pequeña sonrisa. Aquel hombre tenía hasta una parte melancólica con el fumar.

-Angelo, ¿tú fumas?

Me reí.

-Sí.

-Pues no deberías, eres menor -dijo él.

-He tenido tiempos malos, como siempre. Fumar pasó por mi vida y, cuando quise darme cuenta, tenía un cigarro en la boca, y no era el último que ha pasado por ahí.

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