Ex nihilo nihil fit
[Nada viene de nada]
Durante todo el trayecto en tren hacia su casa, un par de estaciones y luego una caminata de diez minutos hasta la puerta, Silvia sentía el cosquilleo de la emoción y expectativa escociéndole en la parte de atrás de la nuca. Sus manos tamborilearon animadamente contra sus piernas mientras subía las escaleras hacia la entrada del edificio donde vivía, un gran bloque de ladrillos con el gran "Edificio Red Empire" sobre las puertas.
El nombre era apto para el edificio. Era prácticamente un imperio de ladrillos que se elevaban doce pisos hacia el cielo, con unas delgadas franjas blancas en el borde superior de los balcones de cada apartamento y de los marcos de las ventanas. Era una gran mancha roja entre los edificios blancos y grises que había en el barrio.
Silvia vivía en el noveno piso, en el 9B, que daba a la parte de atrás de la calle, donde veía las ventanas de los edificios vecinos y más allá, el panorama de la depresiva ciudad de Londres.
Ella aborrecía el clima de Londres. Casi todos los días del año, al menos 360 de ellos, el cielo estaba encapotado, con bellas nubes grises dando los buenos días, buenas tardes y buenas noches, sin importarles el tipo de día que estuviera llevando. Si estaba feliz, a Silvia poco le importaba el lúgubre panorama; si estaba desanimada, aquella vista sólo la hacía sentirse peor; y si estaba en lo que ella catalogaba "Peor Día De Mi Existencia" (que ocurrían al menos dos veces a la semana), el cielo gris se sentía como una soga que la arrastraba hacia la oscuridad de su cuarto y la soledad de su cama.
Ese día, sin embargo, Silvia ni se percató del cielo Londinense. Estaba muy emocionada por seguir leyendo el misterioso libro, especialmente porque sentía curiosidad respecto a lo que un poco de investigación en Google revelaría del mismo.
Al abrir la puerta, se encontró con la figura de su hermano, sin camiseta y en unos bermudas en estado vergonzoso, desparramado en el sofá frente al televisor.
―Volviste más temprano ―comentó Agustín, moviendo su cabeza en modo de saludo.
―Encontré lo que venía buscando desde hace tiempo. ¿Dónde dejaste el portátil?
―En el comedor. Pero, ¡oye!
Silvia siguió de largo, colocando la maleta en una de las sillas del comedor mientras que con la otra mano abría el portátil. Agustín se había levantado y dos segundos después Silvia lo vio justo a su lado.
―No me cierres las pestañas del buscador. Estoy haciendo un trabajo ―murmuró el chico, tecleando la clave.
―¿Frente al televisor? Muy productivo de tu parte.
―Se le dice "Pausa Activa". Ayuda a ser más eficiente, ¿sabes?
―Claro que sí.
Mientras su hermano terminaba de guardar su "trabajo" (que muy probablemente sólo se trataba de la introducción y muchas pestañas de Google abiertas sin información académicamente respaldada), Silvia abrió el cierre de la maleta y cuidadosamente quitó todo lo que había colocado encima del libro para después colocarlo en la mesa. Por debajo, rápidamente se descalzó y cruzó las piernas.
Agustín hizo una mueca ante el olor a guardado y miró de reojo el libro.
―¿Justo sacaste el libro más viejo que tenían?
―Quizás ―confesó Silvia, abriendo nuevamente la página donde había quedado―. Ni siquiera tiene fecha de publicación. Y, ¿sabes qué? Aparentemente lo escribió Arlo Visconti.
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La Mansión Visconti
FantasyCon motivo de un informe de lectura, Silvia de Bonnel va a la Biblioteca Centro del Saber, la mejor y más antigua biblioteca de Inglaterra, a buscar un buen libro con el que pueda deslumbrar a su profesor. Además de encontrar el libro, Silvia se enc...