Igne natura renovatur integra
[A través del fuego, la naturaleza renace entera]Quizás Agustín era bueno en la física y la química.
Pero a veces su cerebro no reconocía que quizás levantar una sábana antigua a la velocidad de la luz no era la mejor manera de proceder en una búsqueda del tesoro.
Una gruesa nube de polvo se elevó frente a él, entrando directamente a su garganta. Agustín retrocedió entre toses y estornudos, cubriéndose con sus brazos. Antes de que pudiera evitarlo, dejó caer el celular de Matteo en el momento en que se clavó la punta de una de las mesas en la cadera; luego, porque Dios parecía no haber terminado con el sufrimiento de Agustín, tropezó con una estantería y recibió un rancio tarro de pintura en la cabeza, y finalmente cayó sentado tras resbalar con una de las sábanas.
Todo por una piedra mágica.
Soltó un buen repertorio de groserías y maldiciones a medida que se incorporaba. A veces, es una buena terapia maldecir a todo lo que está a tu alrededor; le da un respiro al alma.
Agustín resopló, volvió a estornudar y buscó a tientas el celular de Matteo.
Oprimió el botón de encendido. Espero dos segundos. Y luego volvió a oprimirlo.
En ese momento sintió su corazón acelerarse. Su estómago se contrajo, temiendo lo peor.
—No puede ser, no puede ser —murmuró, apretando todos los botones del teléfono. Maldijo nuevamente, echando la cabeza hacia atrás.
Agh, pensó, agarrándose el empolvado cabello con desespero, ¿por qué nací?
Sacó su propio celular y maldijo en voz alta al ver la barra de la batería en naranja. Presionó el ícono de la linterna y apuntó al celular de Matteo, encogiéndose al ver la pantalla destruida en un centenar de pedacitos. Ahora no sólo tenía que encontrar una piedra, sino que también debía arreglar el celular del chico.
Agustín cerró los ojos y tomó una profunda respiración, sacudiendo la cabeza. No era momento de preocuparse por cuánto costaría el arreglo.
Con un gruñido y apoyándose en la mesa de trabajo empolvada, Agustín se impulsó hacia arriba. Metió el celular roto en un bolsillo, y usando su propio celular se dispuso a mirar a su alrededor, preguntándose por dónde empezar a buscar.
Si acaso los dioses me escuchan, pensó, que me ayuden por favor.
La estancia era del tamaño de un salón de eventos para cien personas. Rectangular y con una sola entrada, Agustín no podía evitar sentirse encerrado. Trató de apartar la idea de su mente y se dispuso a regresar a la primera mesa, donde por suerte ya no flotaba el polvo.
La mesa de trabajo era cuadrada e inclinada, con el suficiente espacio para colocar dos pliegos de cartulina sin quedar corta de espacio. Encima, sostenía varios tarritos y tubos de pintura, similares a los que había en la pequeña habitación de abajo, solo que con la diferencia de que los tarros frente a él carecían de marca o etiqueta alguna.
Las latas evidenciaban distintos estados avanzados de oxidación, y Agustín temió encontrarse con un nido de ratas en una de las más grandes. (Afortunadamente no escuchaba ningún chillido animal, así que la preocupación fue menguando a medida que él movía las latas).
No había rastro de ninguna piedra. Sólo manchas oscuras, disecadas y repugnantes de lo que en un tiempo pudo haber sido pintura.
Agustín se dirigió a la siguiente mesa, aguantando la respiración.
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La Mansión Visconti
FantasíaCon motivo de un informe de lectura, Silvia de Bonnel va a la Biblioteca Centro del Saber, la mejor y más antigua biblioteca de Inglaterra, a buscar un buen libro con el que pueda deslumbrar a su profesor. Además de encontrar el libro, Silvia se enc...