Capítulo VIII

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Acta deos numquam mortalia fallunt...

[Las acciones mortales nunca engañan a los dioses...]


—¡Bienvenidos a la mansión de Arlo Visconti!

La mujer que Silvia había visto en el balcón estaba frente a ellos, sonriéndoles con demasiada emoción para su gusto. Efectivamente, había saludado a los padres de Matteo como viejos amigos que se reencuentran, y el señor Elordi había procedido a explicar que él y el esposo de la señora Van Reu habían trabajado juntos para un proyecto en para la renovación del hotel en Montgomery.

—¿El que nos vamos a quedar? —Preguntó Agustín, con sus cejas casi en la línea de su cabello.

—Correcto, joven.

El hermano de Silvia le dio una mirada que decía ¿Qué tan ricos son estas personas?

Y, honestamente, Silvia no quería pensar en ello.

La señora Van Reu se había presentado ante los chicos, dándole la mano a cada uno. Casi estuvo a punto de romperle un hueso a Silvia antes de pasar al siguiente. Luego, cuando hubo terminado, ella se posicionó frente a todos, juntando sus manos frente a sí misma.

—¿Les gustaría pasar? Me encantaría presentarle a todos ustedes a mi familia antes de que este lugar se llene de los que vienen a la exhibición.

Hubiera sido muy grosero decirle que, de hecho, ellos no tenían ningún interés por conocer a su familia, pues lo único que les preocupaba en ese momento era que Matteo lograra ubicarse en la construcción de la mansión para encontrar la piedra rota que sería la jaula de una diosa psicótica.

Ellos, por su puesto, siguieron con cortesía a la mujer mientras les daba un pequeño tour por la primera planta de la mansión.

El salón principal era quizás del tamaño del apartamento en el que Silvia vivía. Derecho y al fondo los esperaban unas enormes escaleras dignas de ser de la realeza, llevando al segundo piso. En la gran pared había uno de los cuadros más emblemáticos de Visconti titulado Vista, que ilustraba la hermosa vista del océano, con sus oleajes turbulentos y un pequeño bote en la parte inferior izquierda, haciendo alusión a lo insignificantes que resultan las embarcaciones humanas en comparación con la grandeza de los océanos que se extienden por el planeta.

La señora Van Reu los llevó por la derecha, cruzando una estancia llena de tres librerías reunidas alrededor de un gran escritorio de caoba con chapas doradas en los bordes. Explicó que aquel era el lugar de trabajo de su esposo, que de seguro se encontraba haciendo los últimos retoques al salón donde se realizaría la exhibición.

Abrió una puerta y entraron a un gran pasillo donde se veían algunos cuadros de Visconti. En el centro, colgado a cinco metros por encima de sus cabezas, había una gran telaraña de cristal, alumbrando tenuemente seis bombillos blancos. Según Van Rue, aquella fue un regalo del alcalde de Montgomery, luego de la remodelación de la mansión y su posterior apertura como lugar turístico.

—Hemos ayudado a que la economía de Montgomery se recupere, afortunadamente —explicó la mujer.

Del lado derecho, se veía un pasillo mucho más pequeño que terminaba en la puerta de la cocina, reconocible por el letrero que rezaba "COCINA" en una pequeña placa plateada.

Siguieron por el lado izquierdo, cruzando hacia una habitación mucho más acogedora, donde un gran había un gran sofá y grandes asientos reunidos alrededor de una gran alfombra esmeralda con bordaje dorado entrecruzándose en el borde como un par de serpientes sin fin ni comienzo.

La Mansión ViscontiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora