Capítulo I

72 4 0
                                    

Ars longa, vita brevi

[El arte es largo, la vida es corta]

El olor a humedad y a encierro, unido a la tenue iluminación de las mesas al final del pasillo, se había convertido en un sinónimo de comodidad. Silvia visitaba esos rincones dos veces a la semana, los martes y los viernes, recorriendo los títulos de los olvidados libros con atención, preguntándose qué secretos guardaría cada tomo pero sin llegar a investigar más a fondo.

Había entrado a la sección por error.

Desde hace dos semanas, Silvia andaba buscando un libro que verdaderamente valiera la pena leer para realizar un informe de lectura, pero los libros que estaban en las primeras secciones de la biblioteca no habían llamado su atención lo suficiente como para siquiera leer un par de páginas. Ella había estado buscando algo más, un libro cuyas páginas la atrapasen en la historia.

El lugar pisaba el borde de lo claustrofóbico. Con pasillos estrechos y estanterías que se elevaban por encima de su cabeza, recorrerlo representaba un desafío. El espacio entre estanterías era aproximadamente medio metro, por lo que sus hombros rozaban constantemente los tomos de la estantería opuesta, dándole la sensación de que, si no era cuidadosa, esos dos metros de libros caerían sobre ella sin vacilación.

Sin embargo, Silvia había agotado sus opciones de encontrar un libro del que valiera la pena hacer el informe. Quería hacer un buen trabajo, más que todo porque ella era de las pocas estudiantes que verdaderamente disfrutaban la clase de Lengua y de las aún más pocas que realmente disfrutaban la clase del profesor Salazar. El hombre, con su cabellera blanca, gafas de montura metálica delgada y voz ronca, era sin duda uno de los mejores profesores que habían dejado huella en Silvia, por lo que ella quería entregarle un muy buen trabajo.

Pero para ello, primero debía encontrar un muy buen material.

Había sido un viernes del mes de abril, cuando las temperaturas empezaban a exigir menos capas de vestimenta y tener el cabello recogido. Sin embargo, mientras Silvia había estado pasando los dedos por los títulos, buscando alguno que le llamara la atención, notó cómo a medida que se movía por los estrechos pasillos, la temperatura iba aumentando.

La biblioteca había sido construida hacía varios siglos, en 1789, y la última remodelación había sido en 1902, por lo que no contaba con infraestructura lo suficientemente actual para instalar el aire acondicionado. Era conocida como el Horno del Saber, pues a pesar de los grandes títulos que se escondían en sus estanterías, la temperatura también se concentraba entre sus pasillos y, en verano particularmente, estar en la biblioteca resultaba casi sofocante.

Extrañamente en esa sección recóndita, el aire había estado fresco. Silvia había recorrido ya tres secciones, S, T y U, y se disponía a terminar la sección V con los ánimos por el suelo, cuando un objeto dorado llamó su atención.

A su derecha, entre dos grandes libros de arte moderno de tapas desgastadas, se encontraba un grueso tomo de bordes que en tiempo atrás debió ser plateado pero en ese momento, por la humedad, el paso del tiempo y de su manipulación descuidada, mostraba un color opaco, con manchas de oxidación en los bordes. Parecía ser caoba, pero Silvia no había podido estar segura pues la luz no era tan potente en ese corto pasillo.

Fue el título, en apretadas letras doradas a lo largo del tomo, lo que llamó la atención de ella.

Bajo la tierra de Xelativ.

Una colección de relatos por Arlo Visconti.

¡El pintor!, había exclamado Silvia en su mente.

La Mansión ViscontiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora