"Villa Pietra Lumine"

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El reflejo de la luna sobre el agua temblorosa de la pileta se rompe cada vez que Ágata sumerge una tinaja rota en su negro fondo. El agua helada cae de golpe en su piel adormecida aún. Se frota lo mejor que puede pero la mugre se aferra a su carne como la hiedra a los muros. Se le ha hecho tarde como para seguir remojada librando una batalla perdida.

Corre al interior de la casa a ponerse un vestido que se ha encogido con el tiempo, quedan apretadas las mangas y ni hablar del busto. Una trenza francesa se enrolla en su coronilla pero su madre decide ocultarla bajo una pañoleta con suficiente tamaño para ser mantel.

La luz del alba aparece tímida entre nubes ligeras, iluminando las estrechas calles del pueblo por donde la bicicleta de Enzo esquiva los charcos, cuidando que el lodo no manche el delantal de Ágata, que admira el paisaje desde la parrilla galantemente escoltada por su hermano esta el "castillo".

Los pelargonios en los balcones le dan la despedida y ella agradece con una sonrisa. Atrás queda el pueblo y una solitaria vereda los conduce a las puertas de Pietra Lumine la Villa de la familia Gagliardi. De esa gente que todo mundo conoce su nombre pero nadie les ha visto la cara.

Ágata se baja de la bicicleta con las nalgas tullidas, contemplado la inmensidad de aquel portón de hierro. Un hombre rechoncho abre una pequeña puerta en medio del muro de piedra que con la vista no se alcanza a encontrarle fin. Se vuelve para despedirse de Enzo que en ese momento ya timonea errante de regreso a casa por la vereda.

El guardián le hace una seña para que entre y Ágata pasa la puerta con más ganas de gritar que nunca.
Dentro de la Villa, un lujoso auto la espera con el chófer al lado, su corazón se acelera, la única vez que vio uno de esos fue hace mucho tiempo cuando casi la atropella en la plaza.

En cuanto sube al coche lo primero que percibe es un olor a cuero fino, a cuero caro. De ese cuero que recibe más caricias que cualquier niño de la comarca. Cuando logra salir de su éxtasis olfativo ve frente a ella la mansión rodeada de jardines. Le recuerda a los altares de la Virgen, un lugar dónde solo entran los santos a descansar un rato. Y su mente le grita:

—"¿Qué podría una inútil como yo hacer aquí?  ¿Para qué quieren a una muda con tierra bajo las uñas?"

El Silencio De Ágata Donde viven las historias. Descúbrelo ahora