"Las Puertas del Cielo"

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Estando frente a la puerta, Ágata sigue sin encontrar la cerradura. Entre aquellos símbolos de hierro se destaca el de una serpiente de ojos brillantes como el atardecer que muerde su propia cola formando un círculo  perfecto, esta encerrada en un orbe con signos representando los puntos cardinales y su cabeza apunta al Oeste.

La figura de ese vil animal le causa miedo y fascinación a la vez, parece como si custodiara una reliquia de incalculable valor, pues sus ojos mismos son una joya.
Sus manos curiosas vuelan hacia aquellos rubíes que chispean como pólvora en la brasa. Al tocar sus dedos la pulida cabeza de la serpiente, comienza a girar como los engranajes de un reloj hasta detenerse señalando al Este. En ese momento el resto de símbolos se reacomodan formando un árbol por encima del orbe, abriéndose la puerta.

Tras la enceguesedora luz, se revela un paraje florido con colinas y hondonadas entre los cuales se desliza un riachuelo de agua cristalina en cuyo fondo nadan peces de irisados colores tan redondos como la mismísima luna  iluminando en un cielo diurno. El caudal del riachuelo nace de lo alto de un castillo en ruinas, de sus redes brotan cascadas de hiedra, trenzadas con rosas y jazmines estrella.

Un centenar de árboles erigen entre la yerba, frutos jugosos seducen a las abejas colgando de sus ramas hasta besar el suelo. En los robustos troncos hay puertecitas rojas por donde salen conejitos de uniforme escolar con sus libros bajo el brazo caminando de prisa para llegar a tiempo a su primera clase.

Ágata se arrodilla maravillada junto al arroyo, sumerge sus manos en el agua para saciar su sed, pero al inclinarse para beberla se topa con una visión idílica, el reflejo que le devuelve es de una joven hermosa de cabellos largos adornados con cuentas de cristal. Se aleja de la orilla temiendo que la imagen de la verdadera Ágata rompa el encanto, es entonces que se entera de su desnudez y se resguarda tras un arbusto de flores diminutas que se desprenden de los tallos; flotan alrededor, fundiéndose en su piel para vestirla con pétalos de seda y organza.

Debe estar muerta para estar en el cielo y en ese momento entendió mucho que le había pesado la vida.

El Silencio De Ágata Donde viven las historias. Descúbrelo ahora