"Melancolía"

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Una desilusión honda y fría destila de los mechones entorchados de su cabello, de sus manos temblorosas, de la orilla desgastada de su falda.

Un charco de turbia melancolía le hiela los pies mientras mira fijamente al picaporte de la puerta. Es incapaz de abrirla. La lluvia a sesado y el cielo se ha vuelto gris ¿Cómo podría explicar a Elisa que en un día oscuro corrió entre el barro para traerle una rama seca a su familia? Pensaría que encima de torpe es loca, loca y mal agradecida pero Dios sabe que tenía hambre de peregrino, de esas que te hacen ver visiones.

Su testimonio ante el picaporte se ve interrumpida cuando la puerta se abre sin más. Borrándole los pucheros de la cara.

  - ¡Aquí estás! Siempre te tengo que estar buscando pequeña  -alega Elisa quitándole la charola de las manos- me asusté al no verte -cuando voltea, Ágata aún sigue parada en la entrada- ¿Qué estás esperando? Entra. Ágata niega con la cabeza dándole la espalda.

El rostro de Elisa se ensombrece ante el gesto tan esquivo y deja la charola en el taburete para ir por Ágata.

  - Vamos entra -tomandola por el brazo, pero Ágata  se niega señalándose el charco que ha dejado su ropa empapada.
  - Si te quedas aquí te vas a refriar. Ven -tomandola por los hombros hasta ponerla a salvo.

Una vez dentro Elisa se apresura al armario, sacando del fondo un camisón de lana ligera.
  - Quitate esos trapos, y luego te pones esto -entregandole el camisón-  Yo pediré que te traigan ropa seca.
Mientras se coloca el camisón, Ágata recuerda de nuevo al canario de la jaula, indefenso esperando a que el viejo le ocultará las estrellas con una manta a cambio de no sentir frío.

La ternura de Elisa al secarle el cabello le recuerda al día en que su madre le regaló su primer pañuelo, uno rosado, grande para cuando le creciera la cabeza. Se lo aseguró con tres vueltas y de broche le puso un beso.

Nunca había tenido nada y nada nunca le hizo falta, hasta este día que parecía bueno y se tornó nublado. Quiere volver a esa mañana cualquiera en el mercado, con deseos de todo menos de un pañuelo, sin saber que aquel simple regalo regresaría a su mente cada vez que su corazón se rindiera ante el dolor.

Rompe en llanto como un recién nacido verse lejos del seno con el que ha sido un solo ser. Elisa le abraza y llora sobre su cabeza, entendiendo que Ágata acaba de perder lo que a ella siempre le hizo falta.

El Silencio De Ágata Donde viven las historias. Descúbrelo ahora