"El Conde de Aosta"

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Elisa abre la puerta extrañada por la intensidad de los golpes.
- ¡Criatura! Basta con que toques una vez, no estoy sorda como tú.
Ágata entra mordiéndose los labios tratando de ofrecerle alivio a sus nervios. Se acomoda en la orilla de la cama perdida aún en la mirada inquietante de ese hombre.

Elisa interrumpe su letargo sacudiendo un abanico en su cara.
- Y bien ¿Qué te parece? Siento que las plumas son demasiado pero mamá insistió.
Frente a sus ojos brilla un vestido de colores polvosos embellecido con rositas miniatura que lucen como recién cortadas del jardín, mangas vaporosas con una hilera de botones sin más propósito que el de dilatar el ritual del arreglo femenino. En el cabello un tocado de ruborizadas plumas danza al compás del más mínimo movimiento.

Elisa era sin duda un ángel arropado por las cosas más sublimes que pueden adornar un cuerpo. Un gesto de admiración y desconsuelo se refleja en el rostro de Ágata que solo asierta a mover la cabeza con desánimo.
- Ojalá le guste. Me pondré más colorete. Tengo que parecer sana.
Ágata la ve atenta a través del espejo y sin aviso, hunde la yema de su dedo en el colorete, vistiendo de añil los labios de Elisa. Ambas sonríen con complicidad al espejo.

- Señorita, El Conde está aquí -informa Nina desde el otro lado de la puerta.
- Voy enseguida.

Elisa camina a toda prisa hacia el salón mientras Ágata sostiene la cauda de su vestido. Se detiene un segundo antes de entrar para respirar hondo y llenarse de coraje.

Al arribar al salón, cinco apuestos cadetes hacen guardia tras un amplio sillón cuya blancura ilumina el azul rey de un uniforme imperial de cuyo pecho cuelgan cuantas medallas e insignias pueden caber. Su portador es un joven alto y robusto como un roble. Sobre aquella piel de alabastro destaca un bigote enroscado a modo de pistilo que combina a la perfección con la dorada peluza que cubre su cabeza y una mirada clara como los campos al amanecer.

Este se levanta ante la llegada de Elisa, regalándole una mirada fugaz a Ágata mientras besa la mano de su prometida.
- Vittorio Bautista di Savoia, Conde de Aosta. Encantado de conocerla Señorita Gagliardi -se presenta, mirando fijamente a Elisa que ha quedado sin palabras.

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