La lluvia no calmó en todo el día, la alegría cotidiana a la llegada de Enzo se diluye al verlo lleno de barro caminando al lado de la bicicleta con la llanta doblada. Le hace señas a Ágata para que llegue a donde está, mientras él se limpia la cara con la gorra.
A la distancia solo se distingue dos puntitos avanzando errantes por el camino. El silencio de Ágata nunca ha sido tan rotundo, tan vacío. Enzo la conoce mejor que nadie, sabe bien que su hermana habla todo el tiempo con los ojos, con las manos, con la sonrisa. Habla sola y a veces con los ángeles, en quince años su mente jamás se había callado, hasta ahora. Agarrada a la parrilla de la bicicleta, parece que lleva a rastras un cuerpo sin alma. Quiere preguntar qué sucede en esa mansión que enmudece los ojos inquietos de Ágata. Abre la boca pero no salen palabras, su voz se esconde tras un nudo en la garganta con sabor a desconsuelo y una lágrima impostora se disfraza de gota de lluvia para rodar libremente por las mejillas de Enzo.
Una luz tenue de luna se cuela por un agujero en el techo, iluminando el cansado rostro de Ágata mientras duerme. En sus sueños vuelve al huerto, corriendo hambrienta entre los árboles sin frutos ni hojas, en busca de su cesta olvidada. En medio de esqueletos de antiguos manzanos, divisa un frondoso árbol que brilla con el rubor del alba de hojas redondeadas y relucientes como flamas. Entre su follaje se asoman flores blancas con forma de trompeta en cuyo centro crecen frutos grandes de dorada transparencia. En la base de la copa una lechuza le mira sacudiendo las alas. Ágata se acerca sabiendo que esa lechuza es su propia alma, trayéndole un mensaje.
Estando bajo el árbol, la lechuza vuela a su regazo llevando entre sus garras uno de los dorados frutos. Ágata lo toma entre sus manos llevándolo a su nariz fascinada por el aroma ambarado que despide. Al observar más de cerca, descubre en su interior semillas de luz flotando en el éter, poco a poco se unen unas con otras formando el rostro de Vittorio. En ese instante, Ágata recuerda la fugaz mirada del conde y en un arrebato de ternura intenta besarlo, pero en cuanto sus labios tocan la fruta, el éter se convierte en un halo de luz, extendiéndose por sus venas como un veneno refulgente.
Al despertar, Ágata se encuentra con un furtivo rayo de sol acariciando su cara.
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El Silencio De Ágata
FantasyVerona, Italia 1910. Ágata, una chica sordomuda, es contratada como criada en una elegante mansión para servir exclusivamente a Elisa, la hija de los amos quien sufre una extraña enfermedad. Durante una de las largas siestas de Elisa, Ágata decide...