Prólogo

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Prólogo

Cuando Evan Buckey despertó esa mañana, todo se sentía diferente. Su temperatura corporal, el peso de su cuerpo y hasta la lividez de su piel, la luz que se filtró por la ventana encima de su cama. La verdad, tendría que colocar persianas, de esas súper oscuras que le permitan disfrutar de un merecido sueño incluso si se extiende hasta mediodía.

― Nh~ joder, apenas son las 7. ― Bufó, cubriéndose con el edredón hasta la cabeza, haciéndose ovillo debajo de la recién lavada tela y feliz por su mullido colchón. ― No pienso levantarme, no señor. ― Dijo, convenciéndose de que estaba bien, que no pasa nada si se queda ahí al menos un par de horas más.

Pero entonces sintió algo más, una sed extraordinaria, peor que si tuviera la resaca más maldita de toda su vida. ¡Hasta le duele la cabeza! Y siente una peculiar comezón en las encías.

Después de mucho luchar consigo mismo, y visto que el mundo de los sueños ya no le iba a invitar a sus tierras, el hombre de casi treinta años de edad apartó bruscamente el edredón, se deslizó fuera del lecho y con los ojos entrecerrados y un claro andar perezoso, bajó las escaleras con pies descalzos y apenas unos pantaloncillos holgados junto a una camiseta de resaque como pijama. Anduvo hasta la cocina, sacó una botella de agua de su nevera y le dio un largo trago. La sed no se iba, y la picazón en las encías era cada minuto más molesta. Tras un litro de agua directo en su estómago, el joven hombre decidió comer algo, cereal con leche, café, jugo de naranja y tostadas con mermelada terminaron en su estómago.

Pero no tenía hambre.

Seguía sediento.

Terriblemente sediento.

Y esa picazón...

― ¡Qué diablos! ― El joven exclamó cuando sintió un ligero dolor en las encías, seguido de un sabor cromado en los labios.

Se relamió por instinto, detectando un par de cortes en el labio inferior, justo donde los colmillos habían rasgado la piel. Fue y se miró en el espejo del baño por mera curiosidad, y jadeó entre sorprendido y aterrado cuando vio con sus propios ojos que ahí, donde colmillos perfectamente normales debieran estar, había en su lugar dos caninos puntiagudos sobresaliendo. Lo que es más, incluso si probó su propia sangre, recién descubría que le ardía la garganta y había un pulso en sus venas que asemejaba un presuroso latido de corazón.

Su, corazón.

Azorado por las inquietantes novedades, el joven cerró los ojos y repitió, casi como un mantra, que aquello era imposible, un sueño loco, una fantasía surreal. Se repetía en su pensamiento que esto debía ser solo reminiscencias de esa maratón que tuvo el día anterior mirando la saga completa de las películas de Underworld, y que había finalizado con el clásico de Drácula. Sí, todo estaba, debía estar en su cabeza.

Estaba por la labor de convencerse cuando escuchó un estruendo escaleras abajo. Cuando se asomó procurando ser cauteloso, por acto reflejo esquivó lo que pareció ser una flecha de punta plateada que fue y se clavó en el techo de su departamento.

La exclamación que pugnaba por salir desde el fondo de su garganta murió en el instante en que tuvo que preocuparse más por seguir vivo que por lanzar maldiciones a diestra y siniestra.

Había un solo hombre atacándole, un hombre de rasgos latinos, de musculatura atractiva y fluidos movimientos marciales. Le recordó bastante a esos luchadores de artes marciales mixtas que se veía de vez en cuando en la tv cuando su trabajo le daba un respiro. Buckley saltó escaleras abajo, literalmente, de un solo paso, aterrizó con elegancia y una agilidad inusitada. El hombre de tez morena y ojos marrones le atacó con patadas y puñetazos, casi consigue someterle un par de veces, pero de alguna forma Buckley se las ingenia para escapar. Terminan haciendo un desastre de su departamento, los cojines en su sala hechos jirones por garras.

DARK CHAINS IN THE HEARTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora