·MANOS ROTAS·
Un soldado con las manos rotas era como un cachorro indefenso y abandonado. Inútil. Un cascarón preparado para pasar al proceso de descomposición. Estaba listo para dejarse llevar por los susurros de la muerte que parecían hipnotizarlo con su perfecto vómito gramatical. Eran caricias, como suaves melodías de las cuales no podía evitar arraigarse. Ya no había nada en el mundo. Él no tenía a nadie en el mundo. Dejarse morir era la mejor opción. Dejarse guiar por la muerte era su única salida.
La fiebre y aquellos corazones que parecía tener sus manos en ese mismo instante ya lo habían obligado a alucinar. ¿Qué importaba entonces lo que escuchaba? Era mucho mejor que escucharlos a ellos. Lo idos. Caminantes. Animales alguna vez humanos. Zombies...
Cerró sus ojos con fuerza. El dolor de vez en cuando llegaba para comprobar que tan vivo estaba. A veces le daba algo de esperanzas sentir que aún no había abandonado aquella Tierra y otras, se lamentaba aún seguir sufriendo aquella agonía. ¿Lo merecía? Cada vez que se lo preguntaba, algunos recuerdos se presentaban en su memoria y proyectaban frente a él todo aquel tiempo deshonesto que había perdido en estupideces: la inocencia que había desaparecido con su primera muerte. El corazón que se había endurecido con las cien próximas. El amor que no se atrevió a corresponder. La soledad. El odio. La ira. El rencor. Más muertes.
Había apodado esa mala vida como "tiempo deshonesto". Era un empedernido ateo que todavía no había sucumbido a la desesperada búsqueda de un ser divino que lo salvara de aquel sufrimiento. Él podía, como no, salir de esto. No lo haría aquel Dios de los protestantes o católicos. No lo haría Alá, no lo haría el Buda. Entonces, se reiteró: ¿lo merecía? Dejó caer su cabeza hacia atrás pegándola a la pared de la habitación que alguna vez le había pertenecido a un niño.
El azul del edredón, los autos, el empapelado de la pared de Ben 10 humedecido por el tiempo le habían dado aquellos indicios. Definitivamente le había pertenecido a un niño no mayor de diez años. Era extraño no haber visto alguna consola de PlayStation por ahí, pero sí un centenar de libros de cuentos infantiles. El niño había tenido buenos padres, de esos padres amorosos que le habían enseñado andar en bicicleta, a pescar, acampar y comer sus vegetales. Esos padres que lo eran todo para el niño, como así también lo había sido el niño para sus padres. Padres orgullosos de los pequeños éxitos de su único hijo, quizás, adoptado, tal vez producto de algún programa de inseminación artificial o vientre alquilado.
Dejó escapar una risa mientras negaba con su cabeza. El niño perfecto con padres perfectos posiblemente estaban allí afuera sin saber que alguna vez habían sido una familia. Que irónica era la vida a veces, se dijo con algo de pesar. Él era un soldado. Un soldado con manos rotas pero tenía algunos sentimientos dando vueltas por ahí.
-No necesito que nadie me cuide -murmuró mirando hacia la puerta sin despegar su cabeza de la pared -. Estoy perfectamente bien.
Ella era una sombra. Un enigma. A veces creía que era ella quien le susurraba aquellas cosas en el oído. Le decía lo que quería escuchar. Le hinchaba el pecho de cosas bonitas. De esperanza y a veces de desesperanza. Pero cuando su lógica le ganaba a la ficción, sólo era ella. La chica que cuidaba sus espaldas. La que le daba de beber cuando la inconsciencia le ganaba. La que lo arropaba. La chica que no tenía rostro.
Ella era una sombra.
-Tus manos están rotas.
-¿En serio? -preguntó con sarcasmo -. No lo había notado. Dime algo que no sepa.
-Vivirás.
No dijo nada. No tenía nada para decir. Como siempre, lo había dejado sin palabras. ¿Estaba perdiendo su ingeniosa habilidad de refutar todo lo que le decían? Era lógico, estaba débil. Indefenso. Abandonado. Solo.
-Quise redimirme -suelta de pronto bajando esta vez su mirada a sus manos curiosamente vendadas. Vendas nuevas. Frescas. La sombra lo había hecho, en algún momento que no recordaba y no sabía si eso lo ponía contento o le decepcionaba -. La niña estaba atrapada, no tenía oportunidad de salir con vida de allí. Era tan pequeña que se la comerían de un bocado si nadie la sacaba de ahí. Creí que si la salvaba me convertiría en algún tipo de héroe. De los que ayudan. Los buenos, tú sabes a qué me refiero -la sombra apoyó su arma, un fusil, en el suelo y por un momento la vio recostarse en la pared. Lo estaba escuchando y con esa actitud le demostraba que estaba interesada en esa historia. Su historia -. Nunca me imaginé que la niña era una carnada -su voz no sonaba tan fuerte, apenas tenía aliento para seguir con vida. Pero tuvo la necesidad de contarle aquello -. Hay algo peor que los Zombies allá fuera, ¿lo sabías? Les apodé "los perdidos", los que siguen conservando su humanidad, que piensan, que ríen y que trabajan en equipo. Pero son humanos que matan a otros humanos por simple instinto. La carne humana sigue siendo carne y es aún mejor si está sana, no infectada; a falta de animales cualquier cosa es mejor: una rata o las manos de un hombre que aún cree que es un soldado. He pensado en ello desde que entré aquí, preguntándome a la vez si yo haría o no lo mismo para seguir con vida.
-Lo sé.
-Esa niña era mi esperanza; ese algo por el qué vivir. Al final, la humanidad sigue siendo igual, una...
-Mierda.
-Iba a decir una decepción. Pero el término mierda suena mucho mejor. Es apropiado.
-Pero no pudieron quitarte tus manos, soldado -ella tomó su arma nuevamente y se la colgó en el hombro, podía ver su silueta, la luz de los rayos del sol de la mañana ayudaba perfectamente a proyectar su sombra como un maldito ente. No era esbelta, pero su silueta era atractiva, ¿eso tenía algún sentido? ¿Qué era el sentido al fin y al cabo? -. Las tienes, son manos rotas, pero no te las arrebataron. No pudieron contigo.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Te escucho.
-¿Sabes usar eso? -el soldado se imaginó una sonrisa ladina en su rostro. ¿Sería en un rostro bonito? Vaya, no estaba seguro si le importaría si no lo fuera. Cualquier cosa era mejor, a esas alturas aquella era la mejor forma de describir la situación del asco de los últimos nueve meses -. No he escuchado que la hayas usado.
-La usaré cuando sea necesario.
Desapareció. Como una sombra. Como la nada misma. Como un suspiro bañado en menta. Fresco. Rápida como una gacela, pero horriblemente amable.
Se sintió un poquito solo. De alguna manera comenzaba a depender de aquella sombra y la sensación no le gustaba en lo absoluto. El dolor era mejor. El dolor era fiel. Era verdad. Era real. Era suyo. Un mensaje de su cerebro diciendo: ¡ey, sigo aquí, imbécil! Estoy contigo, soy la única compañía que necesitas.
Manos rotas, el Soldado "manos rotas". No era un mal nombre, era mejor que Nathaniel Samuel Blair. Todo era mejor que Samuel. Una sonrisa volvió a surcar sus labios, ¿era la fiebre? Ya no sabía a qué se debía sus comportamientos la mayor parte de las veces. La fiebre en algún momento había dejado de ser una excusa. Estaba enloqueciendo, esa era su respuesta lógica.
Bien dicho, Soldado "manos rotas", nos estamos volviendo locos. ¿Quieres una galleta como recompensa?
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Efímero
Ficção CientíficaEl "tic-tac" de algunos relojes dejaron de sonar en algunos hogares, pero la Tierra nunca dejó de girar, el sol nunca dejó de salir y la Luna nunca dejó de aparecer. Sin embargo, el mundo de los humanos había acabado un día y todo lo que conocían a...