#1: "El despertar"

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Cualquier día podía ser el último. Esto no era algo que la humanidad en sí no hubiera sabido con anterioridad. El futuro era la fantasía del "cuando sea grande", "cuando tenga dinero", "si Dios quiere", "algún día". El mundo sabía, la humanidad sabía, el falso profeta de aquella iglesia que vendía verdad lo sabía: la vida, tal y como se la conocía, acabaría. Porque cualquier día podía ser el último y por ello debían aprovechar cada segundo para amar, odiar o robar. ¿Qué importaba? El mañana podía convertirse en el hoy.

El Soldado miró a Sombra cambiar sus vendajes de la heridas que ya casi sanaban. La dejaba que lo tocase porque era lo más cercano a aquellos días. Esos días a los que alguna vez había llamado "normales". Una herida. Una limpieza. Un vendaje nuevo. Una chica. Ese patrón, lo normal para un chico como él. Para un soldado sin pelotón y sin nada por qué pelear, pero que a pesar de no ser nada en aquella faz destrozada, su memoria añoraba más que el sabor de la menta granizada.

Sabía que no era tan bonita. Pero tenía un encanto indescifrable, ¿se había convertido en un hombre de clichés? Seguramente así era pero Sombra no tenía porqué saberlo. Cuando la observaba se imaginaba cómo hubiera sido si el despertar no hubiese sucedido. ¿Una simpática, sabelotodo, quizá, graciosa muchachita? Tenía un aire sabiondo cuando caminaba, cuando curaba sus heridas, cuando vendaba sus manos con tanta perfección. Dejaba en evidencia algunos claros vestigios de aquellos buenos tiempos.

A veces se le escapaban algunas risitas, un sonido que ahora parecía algo desconocido. Era como escuchar por primera vez. Cuando se era sordo y de repente los oídos se abrían milagrosamente para escuchar una dulce melodía. Su risa era eso, una dulce melodía, a veces un concierto de rock y otras, la mismísima Sinfonía Nº 9 en re menor del compositor alemán Ludwig van Beethoven.

Se preguntaba que, si no hubiera sucedido el despertar, ¿sus caminos se hubieran cruzado? ¿Ella lo hubiera mirado? Lo más seguro es que no, o lo más seguro es que sí pero no se hubiera esforzado por hacer algo al respecto. Sombra no parecía ese tipo de chicas. Él sí era ese tipo de chicos y tampoco la hubiera mirado ni hubiera hecho nada, porque claramente habría dicho algo como: no es mi tipo, no inventes.

-¿Cuántos años tienes?

La pregunta había escapado sin más de sus labios. Sin embargo, tenía una válida excusa; esa había sido una de sus dudas desde que la había visto por primera vez. Cuando Sombra había dejado de ser una sombra. Su rostro, jovial, vivo como la de una niña pequeña le trajo más incertidumbres que respuestas.

Ella ya había vendado sus manos. Ya las había curado. Su trabajo estaba hecho y se marcharía a su puesto de vigilancia. No la vería hasta pasada las ocho de la tarde, momento en que el sol comenzaba a bajar. No quería que se fuera, esa era otra irrefutable verdad.

-25 años -respondió guardando los insumos médicos en la caja de primeros auxilios sin mirarlo. Quería que lo hiciera, ¿por qué? Bueno, eso algo que aún no descubría. A caso, ¿había necesidad de hacerlo? -. Pero apenas lo aparento.

-La genética.

-Definitivamente -murmuró dándole la razón mientras asentía despacio -. Mi aspecto me hace ver saludable por fuera, aunque por dentro no soy más que alguien que tiene demasiado miedo como para expresarlo -sus ojos finalmente recayeron en el Soldado.

-Llevo nueve meses sin sexo.

-¿Cuál es el punto de ello?

-Que es más doloroso un pene necesitado que un aspecto joven y saludable -ella estaba sorprendida. Sorprendida por las idioteces que podían salir de aquella boca que no hacía menos de un mes atrás, entre delirios, le pedía a la muerte que se lo llevara de una maldita vez -. ¿Qué, herí tu sensibilidad?

-Eres un degenerado.

-No te pedí que me masturbaras, sólo dije cuál era mi problema. Creí que era ese momento en que uno se sincera, como un grupo de auto-ayuda o alcohólicos anónimos.

-Yo tengo una pregunta.

-No soy virgen.

-Y no me interesa -él sonrió pero ella prefirió hacer caso omiso a aquella refrescante mueca -. Eres un soldado o al menos lo fuiste, ¿por qué estás solo? ¿Qué sucedió?

-Sucedió el despertar -él siempre hablaba sobre ello pero nunca explicaba qué significaba -. La base fue infestada, algunos valientes la destruyeron y otros, mientras vieron su oportunidad, huyeron.

-¿Cuál de ellos eres tú?

-De quienes la destruyeron y salió de allí con vida -no le sorprendía en lo absoluto que ella pensara que era un cobarde. En algún momento de su vida lo había sido. Puede que esa esencia se hubiera quedado en él dando falsas impresiones -. No quedó nada. Ni base, ni pelotón, ni voluntad. Nada. El despertar los engulló a todos como un niño obeso a los alfajorcitos rellenos de Nutella. La nada misma se hacía presente en lo ancho, en lo alto, en lo bajo, en aquella -primero gruesa y luego fina- hilera de humo.

-Destrucción.

-Eso es exactamente lo que ha quedado para nosotros los vivos, los encontrados, los que aún nos queda una pizca de conciencia en el cerebro, que se guía por una lógica de supervivencia. El despertar tenía un grado viral imposible de combatir y destruyó absolutamente todo en cuanto tuvo oportunidad -hizo el intento de mover sus manos, pero aquel intento prefirió patearlo para otro día. Aún sentía aquellos corazones y mil agujas divirtiéndose al rededor de ellos -. Una totalidad incalculable desapareció justo enfrente de nuestros ojos y no pudimos hacer nada para detenerlo; no sólo generó un montón de monstruos, sino que poco a poco seguirá arrebatándonos la...

-¿La humanidad?

-La existencia, la existencia de esto -apuntó su corazón -, y de esto -señaló su cabeza -. Si me quitan eso, me quitan todo -sonrió, fugaz, pensativo. preparado para decir lo último de su gran discurso. De lo que era su historia, de lo que había entendido día a día -. No hay infierno y no hay paraíso para esas cosas allí afuera. Sólo la ausencia de un algo, la presencia de nada. Un vacío de millones de años que no tiene fin.

-Eres un ateo de mierda.

-Posiblemente lo sea pero, ¿en verdad puedes juzgarme por ello?

El despertar había generado tantas preguntas como respuestas, respuestas que nadie escucharía, ¿para qué? No había destino, sólo el hoy: hoy habían dos latas de legumbres, hoy no habían ratas, hoy los cuervos decidieron mudarse al cuerpo putrefacto de la esquina. Hoy Sombra había decidido quedarse a su lado y no apenas cayó el atardecer.

El mañana había dejado de ser importante. La religión, Dios, ¿dónde estaban para hacerle pensar lo contrario? No con él, claramente...




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