El caño del fusil, de haberlo empujado sobre sus sienes, la habría despertado. Pero no lo hizo y ella no necesitó que lo hiciera, ya había cumplido su cometido. Sombra tan sólo lo miró, adormilada, intentando entender la situación con los primeros rayos de sol de la mañana temprano darle en el rostro.
-Sam...
-No -la calló metiendo un de sus manos debajo de la almohada buscando alguna otra arma -, ¿tienes cuchillos?
-En la mochila.
-¿Contigo?
-Ninguno -respondió sin moverse. Sam la escudriñó con su mirada antes de bajar finalmente el fusil -. ¿Y ahora qué? -preguntó mientras se levantaba.
-Tres cosas: no-te-creo -enumeró con sus dedos de su mano libre frunciendo levemente su nariz -. No tiene ningún sentido, nadie se ha acercado a esta casa. ¿Ninguno de ellos nos vio entrar un mes atrás?
-Crees que soy una de ellos -no había sido una pregunta, estaba claro a dónde quería ir -. No lo soy, ya conoces mis planes.
-¿Realmente los conozco? De pie -pidió pero al ver que ella no movía un solo músculo la agarró del brazo y tiró de ella -. Dije de pie.
No puso resistencia mientras la obligaba a caminar hacia un rincón de la habitación. Tampoco se resistió mientras la ataba en una de las sillas solitarias colocadas al azar allí. Él ajustó las agujetas de unas zapatillas al rededor de sus muñecas y una vez se aseguró que ella no sería capaz de soltarse se colocó frente a frente.
-¿Contento? ¿Te sientes a salvo? -él apoyó las palmas de sus manos a cada lado de los posa brazos -. Tus acciones son poco razonables. Hay cosas peores allí fuera, tú mismo lo dijiste.
-Me arrepiento de haber abierto mis inseguridades tan rápido a una desconocida. Pero de los errores se aprenden. Te quedarás aquí hasta que yo diga.
-Supongo que estabas ansioso por ser el líder. El que controla la situación. El que sabe lo que hace -lo desafió rozando su nariz mientras sus ojos batallaban entre sí -. Te comportas como un niño caprichoso.
Él soltó una pequeña risa alejándose con suavidad.
-Alguien vendrá por ti, seguramente.
-¿Me abandonarás? -Sam no respondió y en su lugar se acomodó el fusil en su hombro. Le dio una última mirada y luego le dio la espalda para marcharse -. Buena suerte -dijo lo suficientemente alto para que la escuchase.
***
Salió por la puerta de atrás. Había una piscina vacía, un par de camastros tirados entre la hierba mala y hojas secas del otoño que había desnudado los árboles para darle entrada al reciente invierno. Más allá de unos cuantos rosales y un balón de fútbol desinflado no había nada, a excepción, por supuesto, del muro de dos metros que separaba el hogar del niño del edredón azul de otra casa en condiciones mucho más deplorables que el refugio que dejaba atrás.
Una vez saltara aquel muro, significaba que el camino que lo había unido a su desconocida salvadora no volvería a cruzarse. Porque de haberse equivocado, en caso de que ella fuera inocente, lo que menos haría aquella mujer sería perdonarlo y eso estaba bien así. Podía vivir con esa sensación. No sería la primera vez que abandonaba a alguien sin antes probar su inocencia.
La desconfianza podía ser una perfecta excusa para esquivar responsabilidades. La desconfianza era una enfermedad que no tenía cura. Miró hacia atrás, hacia la ventana en la que tal vez podría encontrarla, pero no estaba ahí. Tenía orgullo o aún no había logrado desatarse. Cualquiera de las dos opciones eran igual de válidas para él.
Estaba claro que ella no lo detendría y en cierta forma, ¿qué había esperado realmente? Saltó el muro e inmediatamente se colocó en guardia, con sus dos manos sosteniendo el fusil en caso de algún sospechoso movimiento. No se adentraría a la casa, hacerlo sería meterse en un peligro innecesariamente; esquivó los juguetes, la hamaca y el auto que había atravesado parte del muro de la derecha. Agazapado, listo para apretar el gatillo, se metió en el largo pasillo del costado de la casa que dejaba al menos dos metros de distancia del muro de la izquierda que encerraba la propiedad. Las ventanas de esa parte estaban hecha pedazos y las puertas estaba desencajadas de las bisagras como si alguien las hubiese pateado.
Cuando estaba cerca de salir de aquel callejón, el hedor a muerte llegó a su nariz para alojarse para siempre allí. La carne putrefacta no era tan horrible como la carne humana carbonizada, giró hacia la izquierda y encontró con la razón de aquello tan nauseabundo. Dos cuerpos, quizá tres estaban tiesos y calcinados en el suelo cerca de la entrada principal de la casa. Era algo de tres días o más, lo sabía porque la carne humana rostizada aún humeaba como si nada.
Bajó la guardia y tapando el brillo del sol con la palma de su mano inspeccionó la zona. No había nada a la redonda ni Zombies ni perdidos, pero había hablado demasiado rápido; lo que no esperaba era que al girarse se encontrara con uno de ellos de lleno. Los harapos colgaban de él tapando apenas la piel podrida, rasguñada por garras de animales hambrientos que habían consumido toda su humanidad. Su respiración agitada y la baba cayendo de su quijada desencajada le recordaba a los los perros salvajes. Le tomaría un par de segundos tomar el fusil, para cuando lo tuviese en sus manos también lo tendría a él encima suyo.
Era un riesgo que debía tomar y no tenía otra elección.
-Abajo -escuchó muy cerca de él. El Zombie desvió su atención hacia más allá de su espalda y esos segundos de gracia los aprovechó para salir de su ruta. Un disparo, dos y tres; se veía majestuosa con aquella arma en sus manos, pasándola de un lado a otro como si no fuera más que un juego. La bestia cayó a sus pies provocando un ruido en seco -. Debemos apresurarnos, el ruido debe haber alertado a un grupo de Zombies, vi a tres cerca de aquí -Paula recargó el arma y se la colocó en su cintura -. ¿Qué esperas? -preguntó mirándolo desde arriba.
-¿Qué haces aquí?
-¿Tú qué crees? Salvándote la vida por segunda vez -extendió su mano para ayudarlo a colocarse de pie -. Tienes suerte de que no sea una persona que guarde rencor, cualquier otra habría sido una silenciosa observadora mientras esa cosa se comía tus entrañas.
-Sí, bueno, tenía mis razones -ella bufó mientras lo soltaba.
-De nada -murmuró tomando la mochila que había soltado para ayudarlo -. Iré hacia el norte, podemos separarnos en el bosque si quieres. Pero primero debemos salir de esta ciudad, corremos más peligro aquí que en un lugar con animales. ¿Tienes alguna objeción?
Él sonrió mientras negaba con su cabeza.
-Realmente sabes usar un arma, me impresionas.
-Eres un imbécil.
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Efímero
Fiksi IlmiahEl "tic-tac" de algunos relojes dejaron de sonar en algunos hogares, pero la Tierra nunca dejó de girar, el sol nunca dejó de salir y la Luna nunca dejó de aparecer. Sin embargo, el mundo de los humanos había acabado un día y todo lo que conocían a...