No es tan fácil levantarse con ánimos cada mañana en mi barrio, pese a juntar todos mis esfuerzos en conseguirlo. Empiezan a la salida del sol a hacer obras justo en la calle a donde da mi única ventana, rota y permanentemente abierta. Obras. Aun no entiendo que pretenden hacer, llevan con ellas quizás ya tres meses y no he visto cambios. Ni un simple ladrillo diferente, pero no seré yo la que juzgue el trabajo de los obreros, bastante tienen con lo suyo. Y yo con lo mío. No conseguía abrir los ojos al mismo tiempo, así que con uno aún cerrado palpé por la mesilla de noche, llena de trastos, hojas desgastadas y lápices suplicando ya por su jubilación. Alcancé a hacer palanca y poder levantarme del colchón, resoplando. Me llevé la mano a la nuca pensando en cuando podría reunir los créditos necesarios para uno con mejor aspecto, y que no hiciese que mi espalda y culo quedasen atrapados por su falta de muelles en esas zonas. Busqué algún par de zapatos por el suelo lleno de ropa y trastos, y salí de la habitación golpeando con el hombro varias veces la puerta, atrancada. Apreté la mandíbula y me acerqué a la cocina. Aparté los platos sucios de ayer y busqué con cuidado de no cortarme algún vaso limpio para rellenarlo de agua. Miré la foto que tenía en la entrada, mi madre cogiéndome en brazos. Sonreí con pesadez y vacié el vaso en el fregadero, miré unos segundos al infinito y cogí aire. Otro día más.
Hoy tenía que encontrar trabajo. No buscarlo, si no encontrarlo. Me estaba quedando sin los créditos que me dejó mi madre de herencia y me quedaría en la calle a este ritmo. Tendría que ir a la ciudad arrastrándome por un trabajo explotador por unos pocos créditos, pero mejor eso que terminar como todos aquellos que no tienen ni siquiera opción. Al menos yo tenía unas ligeras oportunidades. Cuando terminé de vestirme me miré al espejo, coloqué bien la coleta y giré levemente la cabeza. Apreté la mandíbula y unos segundos después, tiré la goma del pelo al suelo, dejando la melena castaña al aire. Sin parar de caminar agarré las llaves de un pequeño cuenco en la entrada y cerré con fuerza tras de mí, varias veces, hasta conseguir cerrarla del todo. Empujé con el hombro la mochila con roturas en gran parte de su tela y bajé a zancadas las escaleras hasta la calle, llena de obreros y polvo. Entrecerré un ojo mientras salía de la zona en guerra hasta dar vuelta a la esquina y poder respirar el aire contaminado, pero sin arenisca. Esquivé a gente sin un mínimo de cortesía ni conocimiento de leyes no escritas de convivencia, y aparté la mirada varias veces de gente que pedía créditos. Suspiré sentándome a esperar al pequeño y único bus que cruzaba mi barrio dirección la ciudad. Si pudiera darles créditos a todas las personas que piden, lo haría. Les daría a todos y cada uno de ellos.
Nunca he sido participe del sistema de clases. Mantener un estatus social durante toda tu vida gracias al color de pelo que tengas al nacer me parece cuanto menos inhumano. Por culpa de ese sistema, los ricos seguirán siendo ricos y los pobres, seguirán siendo pobres. Ningún rico buscaría tener descendencia con alguien que no tuviese su mismo color de pelo. Colores primigenios, los llamamos. Cian, magenta y amarillo. Todo aquel que naciese con la suerte de esos tres colores en su pelo era, inmediatamente, de la élite global. Los bancos te concederán créditos sin preguntarte nada, podrás comprar la casa que quieras, los objetos que quieras... Nadie te dirá un no, porque tienes el poder del color en tu cabeza. Cuantas más mezclas de color puro haya en ti, menos clase social tendrás, hasta llegar al punto de no poder conseguir un trabajo, un hogar, comida. Entrecerré los ojos pensando en todo, y a la vez en nada. Podía escuchar a familias hablar tranquilamente mientras paseaban a su mascota, a gente comprando en la pequeña tienda de la calle de enfrente, las obras sin descanso. El bus que se acercaba a paso tranquilo hacia mi ubicación, lleno de gente, como de costumbre. Me subí dejando los dos créditos en la caja y, como siempre me senté en el primer asiento, a la izquierda del conductor. Apoyé la cabeza en el cristal sucio y dejé mis pensamientos divagar durante todo el trayecto. Quería irme de ese barrio, pero a la vez, sentía que era el único sitio donde estaría feliz. Crecí allí, mis padres crecieron allí, sus padres. Mi tono de pelo aun me daba una ligera oportunidad de poder al menos pensar en un futuro.
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Black and Blue
AdventureUn mundo gobernado por una escala cromática. Cuanto más puro sea tu cabello; mas poder, influencia, dinero y derechos tendrás. Magenta, cían y amarillo, los colores primarios. Los más puros y por lo tanto, con más poder. Rojo, verde y azul, los colo...