Gareth

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          Sábado, los fines de semana se me hacían extraños, demasiado largos. No ir a trabajar me dejaba más tiempo para mí en casa, y eso nunca fue bueno, por suerte hoy tenía que ir de compras, y de paso pasaría la tarde con Gareth.

          Después de un mes y medio trabajando, había conseguido quitar todos los trastos del suelo y dejarla lo bastante limpia como para no llamarlo pocilga. Ni siquiera recordaba tener tantos platos, fue una grata sorpresa para mi economía descubrirlo. La habitación de mamá ahora era el armario, llena de ropa toscamente doblada y cajas hasta arriba de objetos que seguramente no fuese a utilizar nunca. La entrada estaba mucho más amplia desde entonces, y dejaba mi mochila a un lado de la puerta, que por fin tenía las bisagras nuevas, que abrían y cerraban a la perfección. Cerré con llave y bajé dando saltos las escaleras. Seguían con la obra, y yo seguía sin saber qué estaban haciendo. Negué y di la vuelta a mi edificio, por un pequeño y húmedo callejón que daba a la salida este. Tardé menos de tres pasos en llenarme los zapatos y el pantalón del barro que se había formado en la noche anterior, con la tormenta, pero no importaba, era ropa vieja y sólo la usaba para estas salidas.

          La autopista esta abarrotada de coches a toda velocidad, andar por el arcén era casi invitar a la muerte a entrar en tu vida, pero era el único camino hacia el mercado que yo buscaba. El subpolígono era tan confuso como peligroso, y cualquiera que no fuese conocido allí podría acabar o bien asesinado o secuestrado y pidiendo un rescate por él que terminaría también con muertos. De la que me acercaba, coloqué la mochila a la inversa, con ella apretada a mi pecho para tenerla bien vigilada, no llevaba gran cosa, pero para mí hasta lo poco es mucho. El zigzagueo que las callejuelas sin marcar hacía más complicado el poder orientarse de lo que a simple vista parece, con gente por todos lados. Fumando, bebiendo... Siempre era mejor mirar al suelo, por si podías llegar a clavarte algo. Gente que ya no tenía nada que perder, más que la vida que tenían, si se le podía llamar así.

          Me paré en seco y golpeé en el hombro al hombre que me daba la espalda, que se giró bruscamente. Se apartó el pelo sucio de la cara y abrió la boca con una gran sonrisa.

          - ¡Mi chica favorita! – Se abalanzó a abrazarme y levantarme del suelo, haciendo que varías personas se giraran para observar la situación – ¿Qué haces tú por aquí? Hacía muchísimo que no te veía, fíjate, si has crecido.

          - Tú has menguado, Gareth. Seguramente por estar todo el día con esa postura horrible.

Gareth rió a carcajadas. Era mi mejor y único amigo. Sus padres conocían a los míos y por lo tanto, crecí junto a él. Extremadamente extrovertido, sin ningún tipo de vergüenza y con un concepto abstracto de justicia, pero jamás me dio la espalda ni me abandonó. Recuerdo los primeros días de la muerte de mi madre, y a él viniendo a casa a comprobar que yo seguía viva, me ayudaba a querer comer, dormir y salir, y quizás nunca pueda pagarle en vida lo que hizo. Me froté la mejilla cuando dejó de abrazarme y me colocó de nuevo en barro firme.

          - Estoy bien, tengo un trabajo, ¿sabes?

          - ¿Un trabajo? Vaya, fíjate, Aura se nos hace útil en la sociedad. ¿Te tratan bien?

          - Si, la verdad es que es genial, me siento feliz...

          - Pero no has venido por eso, ¿verdad?

          Hubo un silencio, ambos sabíamos la respuesta y yo me encogí de hombros sacando un bote de mi mochila, envuelto en varias capas de papel de revista y cinta adhesiva.

          - Se me ha terminado, he intentado aprovecharlo al máximo, pero ya no me da para todo.

          - Normal – Gareth agarró el bote y entró en su tienda de campaña, haciéndome un gesto con la mano para seguirle. Lo hice. – Como va a durarte más de tres meses, ya te dije que era lo mejor.

Black and BlueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora