La primera vez en mucho tiempo que me miraba en el espejo lleno de pequeñas motas de polvo para verme vestida con ropa limpia y planchada del día anterior. Suspiré colocándome bien la camiseta y con una mano cogí toda mi melena. Me quedé con ella agarrada unos segundos hasta volver a soltarla y resoplé, necesitaría hacer una visita a Gareth, pese a no agradarme la idea, no he vuelvo a hablar con él desde el funeral de mi madre. Me toqueteé el pelo para hacer que las ondulaciones naturales se mostraran un poco más y salí a paso rápido de casa. No quería llegar tarde, al menos no en mi primer día de trabajadora. El sueldo no era demasiado, 20 créditos a la semana. No podía pedir mucho, la tienda estaba pasando una mala racha debido a la construcción de una gran superficie con precios casi a coste, más variedad y servicios. La mayoría de pequeños locales habían tenido que cerrar, Marel creía que todo eso pasaría, la calidad de una tienda con productos de verdad no era comparable a una superficie con productos procesados. Pero conseguir llamar la atención de la gente en una gran ciudad era tarea complicada.
Tal vez culpa de los nervios, el viaje se me hizo agradablemente corto, y cuando quise darme cuenta estaba de nuevo parada frente a lo que ahora era mi lugar de trabajo. La reja estaba bajada, de un color óxido que bien podría atentar contra la salud. Rebusqué en mi vieja mochila buscando una pequeña y desgastada llave gris que ayer Marel me dejó. Tardé unos minutos en descifrar en complejo mecanismo, girar, empujar, girar, tirar... Hasta conseguir levantarla hasta un poco menos de mi cabeza. La puerta de cristal fue mucho más sencilla, volví a bajar la reja casi hasta abajo y solté un suspiro de alegría. Mi primer día. Cogí el aire que había soltado con el suspiro y me dirigí al mostrador, quitándome la mochila y la chaqueta, y dejando ambas en una esquina. Intente robotizar mis acciones, encender la luz, encender los aparatos eléctricos, comprobar la caja registradora, comprobar el congelador, colocar la fruta fresca, revisar los estantes y neveras y, por último, subir la reja para dar comienzo el día.
No me esperaba tener gente en la puerta esperando un par de minutos antes de la hora de apertura, apreté la mandíbula mientras dejaba la caja con tomates en el suelo, al lado de su respectivo lugar de exposición limpiándome las manos en el pantalón abrí la puerta y subí la reja, intentando mantener la sonrisa. Giré el cartel de "cerrado" a "abierto" y volví a mis tareas.
Durante la primera hora pude comprobar como nadie me saludaba, ni siquiera haciendo contacto visual. Tampoco me preguntaban si había empezado a trabajar aquí, o dónde estaba Marel. Entraban, compraban, pasaban por caja y se iban. Algunos clientes hablaban entre ellos, de negocios, compras, viajes... Pero nunca se dirigían directamente a mí. Resoplé resignada cuando la tienda se vació después de un buen rato de vaivenes, sabía perfectamente por qué no lo hacían. Tratar con alguien como yo debe ser considerado una ofensa para todos ellos. Apoyé la barbilla en el mostrador y ladeé la cabeza para poder ver la calle a través del cristal. Podía ver a miles de personas moverse rápidamente, siempre con prisas, trajeados y con maletines. Coches silenciosos que no paraban apenas en un mismo sitio. Todo se veía tan diferente. Paré de observar el mundo que tenía delante para fijarme en una silueta.
Estaba quieta enfrente de la puerta, con medio cuerpo asomando por ella. Rápidamente levanté la cabeza y me coloqué lo más recta que en ese momento podía y carraspeé. La luz de la calle me limitaba a verlo del todo, pero podía asegurar que era un hombre, con el pelo tapado por una gorra deportiva. Ni él se movía, ni yo tampoco. Mantuve la mirada unos segundos, hasta que se fue calle abajo, sin mediar palabra. Negué con la cabeza y me levanté dirección al almacén.
Los días pasaban rápido, el trabajo era sencillo y tranquilo. Marel venía casi todos los días un par de horas a hacerme compañía y a ver cómo iba todo. Las ventas seguían igual, pero a veces podía notar en su cara que no eran suficientes. Pero todas las semanas, me daba una cajita. Dentro estaba el sobre con mi pequeña paga y una magdalena casera, cada semana era diferente, y cada semana tenía más ilusión por saber de qué sería la magdalena, que mi propio sueldo. Hacía años que no me sentía feliz realmente. Y a la vez, tenía miedo de estar viendo a Marel como un reemplazo materno que ella no buscaba.
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Black and Blue
AdventureUn mundo gobernado por una escala cromática. Cuanto más puro sea tu cabello; mas poder, influencia, dinero y derechos tendrás. Magenta, cían y amarillo, los colores primarios. Los más puros y por lo tanto, con más poder. Rojo, verde y azul, los colo...