Espinas envenenadas

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La iglesia estaba llena de amigos familiares, la gente que por detrás juzgaba a Adam y su quinta esposa y la gente que por delante se ríe con ellos, también algunos amigos queridos de verdad, algunos queridos y otros solo para regresar una invitación, la familia de Daniel por su lado contaban con familiares de todos los grados orgullosos además su niño por tomar la decisión correcta con la mujer correcta. 

Todo tenía el look correcto, la luz que Adamira quería, los arreglos florales y las telas adecuadas dispuestas por la iglesia de forma estratégica y encantadora, pero en la primera fila, del lado de mi hermana se respiraba la indignación. 

Serena vio a su padre entrar con su hermana a la iglesia, ella se veía radiante en aquel pomposo vestido, caminaron lentamente por el pasillo y regalaron una sonrisa a la mayoría de los presentes, al llegar al altar le dio un beso en la frente a su pequeña y se la entregó con una mirada amenazante a su yerno, Adam caminó de vuelta a su asiento y tomó la mano de su mujer. 

Facundo se arregló la pajarita mientras observaba a los novios, se veía molesto cualquiera en esa iglesia sabía que Facundo estaba por estallar, la madrina era el opuesto no paraba de sonreír a su amiga y mostrarle el apoyo que necesitaba.

El sacerdote, habló sobre el amor, la lujuria, la pasión, el desamor, la enfermedad, la riqueza y salud, antes de explicar que todas aquellas eran parte del matrimonio y que algunos días se vivía con unas más que en otras, el secreto estaba en el equilibrio.

—Adamira Luthor White, ¿acepta a Daniel Taylor Wane com...

—¡Sí! —La mayoría rió y Facundo bufó en su lugar.

—Daniel Taylor Wane, ¿aceptas como tu legítima esposa a Ada Luthor White? —La iglesia se quedó en silencio, todos esperábamos la respuesta del novio. Mis padres ya se veían torturados mis hermanos no paraban de cuchichear entre sí.

—Ada, no sé... no sé si esto es lo que quiero. Lo siento. Yo... no tenemos mucho en común, tú dices y yo hago. No es tu culpa, fue y siempre ha sido mía, en serio. —Facundo le dio un golpe en la cara y otro tras ese y el siguiente y el siguiente y luego ambos rodaron por el altar.

Mi novio lo zarandeó contra el suelo, como nadie hacía nada me metí en medio de los dos, ninguno se atrevió a pegarme pero si me empujaron de un lado al otro hasta que los golpeé a ambos.

—No es el lugar ni el momento. —Señalé a mis hermanos y les pedí que sacaran a Ada, también con una seña le pedí a Lain que llamara al chofer.

Solicité a los padres de Daniel, a los míos, para que me acompañaran y tomé el brazo de Facundo para acompañarle a lavarse. Raquel, su madre, nos siguió y parra variar hizo preguntas, conocía la capilla así que busqué el botiquín y se los di. Besé los labios de Facundo y lloré durante un par de minutos, su madre nos miró como si fuésemos estúpidos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Raquel.

—Soy horrible, en serio, lo lamento. No debí hacerlo para no tener que decírtelo y herir tu corazón.

—No importa, te acostaste con él, con el novio de tu hermana, ¿Sabes cuán retorcido es esto?

—Serena, ¿cariño es eso cierto? —preguntó mi suegra.

—No quiere decir que no ame a Facundo, pero creía que Daniel algún día me iba a dar un lugar y podría rechazarle, entonces... Se me fue de las manos y crecimos y cada vez era más difícil dejarle y no hacerle daño a mi hermana o a Fack... Daniel no salía herido, siempre era uno de nosotros o los tres. —Dije antes de salir de la habitación.

Caminé hacia la habitación continua y me limpié las lágrimas.

—Tenemos quince minutos de atraso y dimos un espectáculo inolvidable, ¿se aman?; cásense.

Las espinas de mi hermanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora