Capitulo 1

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El sol apenas se había elevado sobre las crestas de las montañas cuando Jess ensilló a los dos caballos, se había levantado esa mañana de la cama con sensación de anticipación. No había salido a montar con Alice de madrugada desde hacía meses y, cuando ella le había llamado para
sugerírselo, se había sentido feliz, aunque últimamente estaba un poco celoso de ella.

De niños se habían pasado horas hablando de los sitios a los que irían de mayores, y en septiembre, ella realizaría sus sueños mientras que él seguiría atrapado en la hacienda. Sus padres esperaban que se quedara y que con el tiempo se hiciera cargo de la tierra que ellos habían conseguido con tanto esfuerzo y como hijo único, no podía pasar esa obligación a nadie más. Alice lo tenía más fácil con sus cuatro hermanos, sus mujeres y los siete nietos que tenían ya sus padres, no tenía por qué sentir culpabilidad por aferrarse a aquella oportunidad de independencia. Jess envidiaba esa libertad.

—Lo mejor de la mañana para ti, Santana.

Jess se volvió para dedicarle una sonrisa a Alice, ella lo había saludado así durante meses después de haber hecho de protagonista en una comedia de la escuela y eso le traía recuerdos. Habían ensayado juntos su papel en la casa árbol del jardín de Alice, ese día estuvo a punto de besarla, sólo por exigencias del guion, pero los dos habían decidido que no era necesario para aprender el papel. El se había sentido aliviado, por supuesto, porque besar a Alice le hubiera parecido raro, pero en su momento, lo había deseado de todas formas.

—Ah, sí, y hace una bonita mañana, al fin —contestó él interpretando su parte.

Estaba estupenda como siempre, pero tenía algo diferente esa mañana, la estudió con la mirada
intentando averiguarlo.

— ¿Te cortaste el cabello? — preguntó él.

—Desde la última vez que me has visto no, ¿Por qué? ¿Está mal? —respondió ella pasándose las manos por el cabello.

—No, está bien.

En los dieciocho años que llevaba mirando a Alice la había visto con trenzas, permanentes afro, rapados punkis y hasta mechas rojas y amarillas. Le gustaba cómo lo llevaba ahora, hasta la mitad de la espalda, castaño y recto para que le salieran sus ondas naturales.

—¿Es que tengo una mancha en la camisa o algo así?

—No, pero juraría que hay algo diferente en ti. ¿Llevas algún maquillaje raro?

— ¿Para montar a caballo? No soy tan estúpida. —Bufó riendo.

Jess contempló su suave piel donde se le notaban todas las pecas y sus labios, que tenían el mismo color rosado de siempre. No, no llevaba maquillaje. Miró sus ojos grises intentando descifrar qué era lo que le pasaba, nunca se habían ocultado nada hasta el momento, pero esa mañana fuera lo que fuera, Alice tenía un secreto. Le cambiaba toda la expresión haciéndola parecer misteriosa, casi sensual, y eso que él nunca había pensado en ella como en una mujer sensual.

A pesar de sí mismo, estaba intrigado, Jess no asociaba a Alice con el misterio, eso era un concepto
nuevo. Decidió esperar y adivinar el secreto en aquellos grandes ojos grises, sería divertido. Le dio un pellizco en la nariz y dio un paso atrás.

—Supongo que me estaré imaginando las cosas, eres la misma Alice de siempre. ¿Lista para
montar?

Para sorpresa suya, ella se sonrojó, y nunca se había sonrojado delante de él. Se conocían demasiado bien.

—Mmm, seguro —murmuró ella dirigiéndose hacia el caballo sin mirarlo—. Estamos desperdiciando el día.

Mientras Jess intentaba averiguar qué había dicho para hacerla sonrojarse, ella montó con facilidad y él hubiera jurado que se estremecía. Aquél iba a ser el paseo a caballo más interesante que había realizado con Alice y no tenía idea porque.

Quizá pedirle ayuda a Jess no resultaría tan sencillo, pensó Alice mientras se dirigía al camino que
daba al río. Se encontraba sonrojada por un comentario inocuo como montar, quizá habia leído demasiados libros de aquellos y ahora le parecía que todo tenía alguna connotación sexual. Desde
luego, no podía ir a Nueva York sin resolver aquel asunto.

Esquivando alguna ocasional rama baja Alice iba a un cuerpo por delante de él, Jess sabía que algo
pasaba.

Ella nunca había podido guardarle ningún secreto, así que le contaría su plan en cuanto llegaran al banco arenoso del río que había sido siempre su rincón favorito, de niños lo habían usado para imitar las batallas de la Guerra de las Galaxias y, cuando crecieron, solían ir allí a tomar y hablar de lo que les estuviera pasando en la vida en aquel momento, Alice nunca había enseñado aquel escondite a nadie más, ni tampoco Jess, por lo que ella sabía.

Antes de que ninguno de los dos supiera nada del sexo ya habían discutido allí si los hombres y las mujeres harían los bebés igual que los caballos, cabras y perros, más adelante, Jess había puesto fin a sus conversaciones sobre el asunto y ahora Alice quería abrir de nuevo la discusión, pero no estaba segura de tener valor suficiente.

—Bueno, ¿cuál es tu proyecto para este verano? —preguntó Jess tras ella—. Siempre tienes uno.

Pero ella no quería hablar mientras estuvieran montados a caballo.

—Todavía me lo estoy pensando.

—¿De verdad? Pues normalmente ya lo tienes planeado hacia abril. Nunca me olvidaré del año que estabas fascinada con Australia y no dejabas de lanzar el aparato ese infernal.

No había peligro de que nadie los oyera y Alice confiaba en que Jess la escuchara sin reírse, no podía confiar en nadie mejor que en él, sin embargo, por mucho que se lo repitiera, seguía sintiendo aquel extraño cosquilleo en el estómago.

Jess dio de beber a su caballo y lo ató bajo el sicomoro en el que Alice había atado a Peppermint, su caballo, antes de ir a sentarse al lado de ella a la sombra. Agarró una piedra como siempre y la lanzó al agua.

—Conseguí el trabajo, me tendré que ir a Nueva York en unas semanas, días… aún no sé.

—Me alegro de que hayas conseguido ese trabajo.

—Yo también, pero te he pedido que vinieras porque tengo un problema y... creo que podrías ayudarme.

—Claro, lo que sea.

—Nueva York es un mundo diferente y no me siento exactamente..
preparada para él.

Parecía que le estaba costando encontrar las palabras adecuadas.

—Claro que estás preparada, has trabajado para esto toda tu vida. Siempre he sabido que saldrías
de aquí y harías algo especial. —Se dio la vuelta hacia ella—. Es tu última meta Alice, puede que te ponga nerviosa, pero lo harás de maravilla.

—Gracias.

Sonrió, pero parecía muy preocupada y nerviosa, Jess esperaba que no fuera a romper su código
de no ponerse sentimental. Ella se aclaró la garganta y se dio la vuelta para mirar hacia el río concentrada como si fuera la primera vez que lo veía.

Dios, esperaba que no se pusiera a llorar, ella no era ninguna llorona, cosa que él había agradecido siempre. Sólo la había visto llorar por la muerte de su pony y cuando aquel estúpido de Gabriel la había plantado en su baile de graduación, por suerte, él no había tenido ninguna cita y
pudo acompañarla. Lo habían pasado de maravilla y Jess hasta había pensado en pedirle que
saliera con él en serio, estaba tan bonita con aquel traje amarillo que se le había secado la garganta, hasta estuvo a punto de besarla en la pista de baile, pero había recuperado la razón pensando en lo que le harían sus hermanos si la tocaba siquiera. Y además, besarla hubiera sido como besar a su hermana. Ella seguía mirando al río.

—Jess, yo...

—Yo también — La cortó para que no pusiera en palabras lo que él mismo sentía.

—Oh, no lo creo. El asunto es, Jess... que todavía... soy virgen

La sorpresa fue tal, que Jess se atragantó con el chicle que estaba masticando y empezó a toser
con violencia.

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Noches sin Fin|| TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora