Alice estaba buscando cualquier distracción para pasar el tiempo hasta el jueves por la noche. Cuando la mujer de Craig, Pamela, la llamó el martes por la mañana para sugerirle ir con todos los niños a la piscina, se apuntó encantada.
Pamela, una morena con reflejos naturales color castaño oscuro que había sido una de las mejores amigas de Alice en secundaria, trabajaba de maestra. Tenía los veranos libres, situación que pensaba mantener hasta que sus hijos, Jason, de cinco años y Kimberly, de cuatro, fueran algo mayores. Gabs llevó a Sarah y a Mauro y Melissa encontró a una sustituta para que le cambiara el turno en la tienda de recambios donde trabajaba. La única que no pudo organizarlo fue la recién casada Izzy.
—¿Y saben quién es la que está mejor en traje baño? —comentó Pamela cuando las mujeres instalaron en una esquina del área de césped las mecedoras y una nevera con sándwiches y zumos—. Bueno, no sé si Izzy ganaría la competición en traje de baño, pero Alice está impresionante con ese traje de baño rojo.
Alice se miró a sí misma un poco avergonzada.
—¡Pero si soy la misma de siempre!
—Quizá —dijo Pamela mientras le ponía crema a Jason—. Pero tienes un aspecto estupendo, ¿Estás haciendo ejercicio?
—No.
Alice sólo esperaba no estar sonrojándose, seguramente no podía notársele el haber dejado de ser virgen. Por dentro, se sentía una mujer diferente, pero debía estar exactamente igual. Jess tampoco podía hacer milagros.
—Tienen razón. —Apoyó Melissa—. Tienes como un cierto brillo. —Se rió—. La gente dice que les pasa a las embarazadas y yo sigo esperándolo, lo único que yo me siento es más gorda.
—Creo que son sólo imaginaciones de ustedes —dijo Alice deseando cambiar de tema—. ¡Vamos, niños! ¿Quién está listo para bañarse?
Un coro de gritos la contestó.
Alice había ayudado a todos a aprender a nadar y al mirarlos ahora con las caritas sonrientes sintió una punzada de pesar, crecerían tan aprisa mientras ella estuviera fuera... Debía recordar y atesorar días como aquél en vez de considerarlos un tiempo muerto mientras esperaba a Jess.
—¡El último es un huevo podrido! —gritó antes de lanzarse al agua.
Al cabo de tres horas, las mujeres decidieron que el final perfecto sería ir a tomar un helado al Creamy Cone. Alice se puso los pantalones cortos y las sandalias, se pasó los dedos por el pelo y decidió no ponerse camiseta. En verano, la mayoría de los clientes del Creamy Cone iban vestidos así.
—Llévame, tía Alice —dijo Kimberly al llegar.
Alice la ayudó a bajar de la furgoneta de Gabs y se la apoyó en la cadera.
—¡Mira! —Gritó Mauro, el hijo de Gabs de seis años—. ¡Es tío Jess!
Tío Jess. Por supuesto, los niños siempre lo habían considerado de la familia, pero ese día, después de oírse llamar tía Alice durante horas, le pareció que sonaba diferente. Tía Alice y tío Jess.
La idea la sacudió con fuerza. No podía tener aquella fantasía, aunque fuera inconsciente, y si era así, tendría que olvidarla en el acto. Jess sólo la estaba ayudando a solucionar un problema y, aunque lo estuvieran pasando muy bien en el proceso, no creía que a él se le hubiera ocurrido una relación de aquel tipo con ella o ya se lo habría dicho antes. No, definitivamente, Jess no podía tener sueños de felices para siempre con ella, pensó al verlo bajar de la camioneta.
—¡Tío Jess! —Lo llamó Sarah mientras se lanzaba a la carrera hacia el aparcamiento.
—¡Sarah! —gritó Gabs al ver un coche entrar con rapidez sin haber visto a la niña.
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Noches sin Fin|| Terminada
Ficção AdolescenteAlice se balanceó con suavidad en la mecedora del porche con un block en la rodilla y un vaso de té helado en la mesita a su lado, contempló lo que había escrito y suspiró. El principio de una búsqueda era la parte más difícil, una lástima que a l...