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3: Fiestita de secundaria.

—¡THOMAS, CUIDADO CON EL SOFÁ! —Grité en cuánto ví al energúmeno apoyar sus zapatillas en mi sofá nuevo, recién llegado e instalado.

Me miró, sobresaltado y bajó las zapatillas de inmediato. Me sonrió y me saludó con la mano. Rodé los ojos y me volví a la isla de la cocina, para seguir preparando sandwiches para todos. No tenía ganas de cocinar y había sobrado carne de ayer. El microondas sonó y saqué los trozos para poner cada uno en su respectivo pan. Jen ingresó a la cocina recién levantada, en top y calzas ajustadas. Y descalza, ella amaba estar descalza.

—Hola, amiga —Me dió un sonoro beso en la mejilla-. Bonito ruido han hecho ayer, eh. ¿Sigue aquí?

Asentí con la cabeza y reí. Luego de quedarme de una forma bastante bochorsona dormida en el sofá viejo, Thomas se había acurrucado a mi lado en un espacio de medio centímetro por medio centímetro en vez de llevarnos a los dos a mi cama de dos plazas. ¿Por qué? Porque es un idiota. Me desperté por el pitido lejano de mi despertador. Me levanté a los gritos, casi me rompo la cabeza contra la mesa de vidrio del living y luego ingresé a la ducha a aproximadamente 9000° Celsius.

Estoy bien, tal vez perdí una capa de piel,  pero estoy bien.

Casi me peleó con Thomas hasta que sonó el timbre de mi humilde morada y llegó mi sofá. Ahí fue todo corazones y estrellas saliendo de mis ojos. Thomy lo instaló, tiró el viejo y ahora está sentado esperando la comida y saludando a Jen que fue a hablarle. Y a quejarse de los ruidos porque es una niñata insoportable.

—Basta, Jennifer. No seas molesta. Tú lo dejaste pasar, si no lo hubieras hecho, no hubieses escuchado ningún ruido. —Dije mientras apoyaba la bandeja en la mesita de vidrio del comedor. Los dos se arrastraron hacía ella con paso cansado. Me senté y no esperé a que ellos llegarán para comenzar a comer.

Touche, amiga —Dijo ya sentada y con comida en la boca—. Eh, tú. ¿Te quedas hasta la noche? —Señalo con la barbilla a Thomy. Lo miré.

Comenzó a hablar con la boca llena. Dios, qué cerdo. Le pegué por debajo de la mesa y él se rió, se atragantó, tosió y luego trago. Y ahí habló de nuevo.

—En realidad no —Le dió un trago a su Coca-Cola—, tengo que hacer unas cositas adentro de la fiesta y para eso debo organizarlas antes.

Jen bufó.

—Oh, que trabajo tan sacrificado y difícil.

—Lo es —Frunció el ceño—. Vendrán algunos chicos desde Berkeley y otros desde Los Angeles. Esperó que al menos se lleven bien.

—¿Desde Berkeley? —Asintió—, ¿desde la Uni? —Asintió, de nuevo, mirándome confundido—, ¿y desde Los Angeles? Es un viaje de cinco horas hasta Sac*.

—Yo no hago preguntas, Baby. Ellos querían, y yo tengo. Les pasaron mi contacto y arreglamos. No me importa su maldito viaje.

Alcé los hombros cuándo Jen me miró como diciéndo "¿Y con éste idiota, qué?"

—Ten cuidado, Thomy.

Lo miré seriamente y después de unos segundos, asintió.

•••

—¿La falda negra o la falda blanca? —Jen puso una pésima cara de sufrimiento mientras se miraba el culo en el espejo de mi habitación. Habían venido Luna y Kathy y miraban atentas la escena.

—La blanca.

Esa era Luna Benevelont. Era pequeña, delgada y con el cabello decolorado, siempre lo tenía de diferentes colores. Hoy lo tenía de un rosa claro. Era una perra. Y una muy malditamente linda.

BabyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora