Capítulo 4🌙

79 10 8
                                    

Rowan Larsson

El agua caliente de la regadera golpea mi rostro y se esparce por cada centímetro de mi cuerpo desnudo, remuevo mi cabeza de lado a lado con movimientos cortos y suaves; mantengo mis ojos cerrados.

Suelto una respiración profunda y masajeo mi cabello.

Se siente bien tomar un tiempo para poder relajar mi mente, desde ayer estoy intento apaciguar los susurros que se reproducen dentro de mi cabeza. No logro comprender lo que dicen, pero en ocasiones, cambian drásticamente a sollozos en cuanto las ramas empiezan a crujir bajo las fuertes pisadas de un ser extraño.

Se lo que sucederá: alguien morirá.

Pero ¿Cuándo? ¿Dónde? No lo sé.

Estoy tan concentrada en mis pensamientos que tardo en darme cuenta que el agua ha dejado de caer. Me obligo a separar los párpados y recupero mi visión dándome cuenta de lo que ocurre. Mis labios se separan y mis ojos se abren de par en par en cuanto termino de examinar mi entorno.

No estoy en el cuarto de baño de mi habitación y tampoco estoy en la mansión.

Estoy en el bosque.

— No... —con una mano cubro mi boca y con la otra abrazo mi abdomen.

Las lágrimas queman, mi vista de nubla y mis manos tiemblan.

Parpadeo algunas veces mientras intento terminar de procesar la escena frente a mí y corro hacia los cuerpos. Están alineados frente a un viejo roble, con sus camisas empapadas del líquido rojo carmín que brota de sus gargantas. Me desplomo frente al rubio y mis rodillas se ensucian con la tierra, pero no me importa.

En un acto de desesperación llevo mis manos temblorosas hacia su garganta e intento hacer que la sangre se detenga, pero es imposible, su herida es profunda.

Una vez más he llegado tarde, están muertos, todos ellos.

— No, por favor, no...

Las lágrimas corren por mis mejillas mojando mi rostro y observo mis manos; tiemblan, están manchadas por la sangre.

Intento deshacerme del líquido con desesperación, pero solo consigo esparcirlo hacia mis brazos.

Me volteo en seguida al percibir el sonido de un vehículo acercándose al lugar con demasiada rapidez. Intento distinguirlo pero entre medio de tantos arboles resulta difícil. Quiero correr, huir del lugar, pero mi cuerpo no responde a las demandas de mi cerebro.

Finalmente el vehículo se estaciona frente a mí, es una patrulla.

Mis brazos cubren mis pechos desnudos, mis puños rozan mi barbilla constantemente y la cubren de sangre en el proceso.

Transcurren unos segundos antes de que la puerta del conductor se abra y deje a la vista a quien solía ser mi compañero de juegos cuando éramos pequeños niños llenos de inocencia.

Sus pobladas cejas oscuras se arrugan y su placa dorada brilla a la luz del sol.

— ¿Rowan?

— Yo no fui, yo no lo hice... —me apresuró a decir, entre susurros y lágrimas.

Damián no insiste, aun en medio de la confusión consigue avanzar y se despoja de su chaqueta beige para cubrir mi cuerpo desnudo al llegar frente a mí.

— Te sacare de aquí —aprieta mis hombros, sus ojos marrones destellan en preocupación—, andando.

Durante el camino hacia la mansión, Damián mantiene su vista adherida al camino frente a él y aprieta el volante más de lo necesario; sus nudillos adquieren un tono pálido.

La luna malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora