Capítulo 2🌙

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Aparto levemente la cortina de seda negra que cuelga de uno de los ventanales en el salón de estar, poso mi mirada sobre el majestuoso y oscuro animal que espera con obediencia el regreso de su amo justo donde el sendero culmina, a tan solo unos metros de distancia de las escaleras de piedra.

— Busco a la bruja que posee el don de comunicarse con las almas —anuncia la muerte, de pie, frente a la chimenea—. Tempus, mi fiel corcel, me ha traído hasta aquí al sentir el aroma peculiar de la mujer.

Pierdo de vista al animal y me concentro en la figura del hombre. Su tono es demasiado formal para mí gusto y su vestimenta es oscura en su totalidad; pequeños detalles dorados adornan con gentileza los bordes de su capa.

Sus palabras me producen retorcijones y mi postura se vuelve rígida.

— ¿Por qué necesitarías la presencia de alguna de nosotras? —se atreve a cuestionarle Rowan desde el sofá.

— Un alma ha encontrado la manera de volver al mundo de los vivos —explica, aún con su posición firme—. Solicito su ayuda para hacerla volver.

— Eres la muerte —remarco lo obvio—. ¿Por qué habrías de necesitar ayuda?

Pasa una mano por su cabello ocasionando que se mueva por un momento para volver a encontrar el camino de regreso a sus hombros.

La muerte es como una especie de dios y, además, es soberano del valle de las almas, una dimensión que hace alusión a una especie de limbo para quienes no logran encontrar su camino hacia la paz después de dejar la tierra de los vivos, y por lo tanto, eso lo convierte a él en el dueño de las mismas. Una vez ingresan al valle, le pertenecen.

No entiendo por qué debería de necesitar ayuda.

— Si bien es cierto que soy la muerte personificada, eso no me impide poseer restricciones —confiesa de mala gana—. Ninguna deidad es capaz de poseer un poder absoluto, así que no puedo obligar a un alma a volver y tampoco puedo persuadirla a hacerlo porque tengo terminantemente prohibido comunicarme con ellas, salvo para preguntar sus nombres. Es por ello que la luna otorgó el don a alguna bruja, que por lo que puedo percibir, es una de ustedes. 

Mi piel se eriza ante la mención de mi don y las miradas de todas no tardan en ponerse sobre mí, dejándome al descubierto.

Mis labios se separan por la indignación hacia mis amigas y ellas se encojen de hombros. La muerte suelta un bufido que llama mi atención, observo que sus labios se curvan en una sonrisa demasiado fugaz. 

Niego con mi cabeza y frunzo mis labios.

Nunca he visto mi habilidad como un don, más bien, me ha parecido una especie de castigo. No he disfrutado de ver almas en pena vagando sin un rumbo fijo por ahí y mucho menos el hecho de poder entablar una conversación con ellas. Es molesto y, hasta cierto punto, espeluznante.

Especialmente cuando eres una chiquilla de siete años intentando comprender por qué tienes que ver esas cosas. 

— Lo siento —musito con mis brazos cruzados—. No estoy en condiciones de ayudar, y aunque lo estuviera, no es que quisiera. 

Su rostro se mantiene inexpresivo ante mi negación, como si ya lo hubiera visto venir.

— Responderé cualquier interrogante que poseas. Mientras esté relacionado con la muerte, prometo brindarte una respuesta.

Permanezco en silencio durante unos segundos, que rápidamente se transforman en minutos.

Nunca me detuve a pensar en algo así, porque eso es algo que nadie más podría ofrecerme en esta vida ni en otra. Saber que lo tengo al alcance de mis manos es demasiado tentador. 

La luna malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora