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Notaba el afilado cuchillo acariciando mi cuello, sentía el calor de una respiración detrás de mí. Iba a clavarme el cuchillo en cualquier momento y, sin embargo, yo no tenía miedo. No me importaba que me lo clavase, no le temía. Al contrario. Sentía deseo. Agarré su mano y le incité a hacerlo allí mismo, bajo la luna llena, en un escenario borroso. El sudor recorría mi frente, mis labios estaban secos y mi piel estaba erizada. Él iba a clavarme el cuchillo.

Desperté de golpe y miré a mi alrededor. Estaba en mi sofá tapada con una manta, una botella de vino sobre la mesa y las noticias emitiéndose en la televisión. Froté mis ojos y gruñí. Mire la televisión sin darle importancia, simplemente estaba desperezándome.

"La Interpol ha perdido, de nuevo, el rastro del famoso criminal Luis Hernández. Hombre cuyos crímenes le hacen tener una condena superior a los 120 años: Robo, secuestro, homicidio y tráfico de drogas en numerosas ocasiones. Se le describe moreno, un metro ochenta de alto, unos 70 kilos, 35 años, barba recortada, ojos verdes y pelo corto. Si alguien cree que le ha visto o sabe donde está, rogamos, por la seguridad de los ciudadanos españoles, que le entreguen o llamen al teléfono que hay en pantalla..."

Apago la tele. No me interesa seguir viendo las noticias. Que ningún cuerpo de seguridad en toda Europa haya logrado dar con ese hombre me hace plantearme dos teorías en el camino que hay desde el salón hasta el baño: una, que la policía, los civiles, los militares y todos los sinónimos de ese oficio en todo el continente sean flojos, inútiles y poco inteligentes o dos, que el tipo sea alguien muy astuto. Jugaría sin duda al póker con él.

Ignoro estos pensamientos cuando escucho el teléfono fijo sonar. Dejo que suene ya que no me apetecía hablar con nadie. Salta el contestador automático que me quita la duda de quien ha llamado y qué quería.

-Hola Ágata. Soy tu madre. No sé qué estarás haciendo en este momento. Igual estás buscando trabajo que estás en la cama con algún ser humano. Prefiero imaginar que estás haciendo lo primero... Pero no es el caso. Hija, han pasado cinco semanas desde que no pasas por aquí. Sé que no estás cómoda aquí, pero seguimos siendo tus padres. Cariño, a la familia se le perdona todo, nosotros perdonamos todo de ti, hasta que seas una... chica que vive del dinero del paro, soltera y sin planes de futuro. Creo que deberías de asentar la cabeza, trabajar y formar una familia. No quiero morir y saber que estarás sola... Bueno cariño. Si quieres pasarte vamos a estar aquí hoy y mañana, sabes lo reacio que es tu padre para pasear en primavera y ver a sus amigos en el bar hablando de sus nietos. Cariño, tienes 33 años. Espabila... Te quiero. Llámame.

Escuché el mensaje y apreté el botón de eliminar el mensaje. No quiero tener una relación por tener y mucho menos hijos. No encuentro a una persona que me hiciera pensar en futuro, tampoco quiero. No quiero contentar a mis padres, no quiero tener una vida monótona. Quiero libertad. Vivir mi vida y no tener una rutina. Ganaba mi dinero jugando a las cartas, estando con gente enamorada de mi a quien le sacaba hasta el último centavo, apostando en carreras ilegales. No era una santa, pero tampoco era una criminal buscada. Nunca había tenido problemas con la ley. La libertad era mi vida.

Terminé de vestirme y salí, decidí ir a ver a mi amigo Marcos al trabajo. Arranqué mi Ford y fui hacia su oficina. En el camino puse la radio a toda voz y me fumé un cigarrillo. Al llegar fui directa hacia su oficina saludando a muchos compañeros suyos que me conocían de tantas visitas que le hacía. Abrí la puerta y le vi hablando por teléfono con la camisa blanca y la corbata azul planchada por él mismo. Sonreí y cerré la puerta. Me senté en la silla que estaba frente a él. Se despidió y colgó el teléfono.

-Mira qué zorra ha aparecido por mi despacho. – Dijo mirándome con una sonrisa traviesa.

- ¿Qué novedades me traes, inspector? – Dije con el mismo tono con el que le hablaban sus compañeros. Él soltó una carcajada y sacó dos cigarros. Agarré el que me ofreció y lo encendió con su mechero de gasolina.

Cuando el sol caigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora