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Cogí el coche y fui a casa de mis padres sin darme cuenta.

Ya que estaba allí iría a saludarles.

Espero que no pase nada esta vez. Aunque eran casi nulas las posibilidades.

Llamé a la puerta y espere a que me abriesen. Mi madre se abalanzó a mi y me abrazó con fuerza besando mi mejilla repetidas veces.

-Ágata, mi vida. – Su tono de voz me decía que se emocionaba por verme. La abracé de vuelta.

-Hola mamá.

-Pasa, cariño, pasa. – dijo metiéndome dentro de la casa. – si hubiera sabido que venías hubiera preparado más comida.

Mi madre siguió diciendo cosas a las que yo, sinceramente, ignoraba. Vi a mi padre sentado en su sillón. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al ver sus intensos ojos azules apuntándome a mí.

Me acerqué a él para saludarle. Mamá tenía razón con que estaba fatal. Jamás le había visto con bata y tirado en su sillón. Me vino un recuerdo, yo teniendo 10 años corriendo hacia él y contándole todo lo que había hecho en el colegio ese día. Ahora todo era muy diferente. No intercambiamos palabras.

Mi madre comenzó a poner la mesa diciendo lo contenta que estaba de que estuviéramos los tres sentados. Una vez empezamos a comer se creó un silencio.

-¿Y como está Marcos? – preguntó mi madre.

- Está bien, le veo casi siempre.

-¿Sigue soltero?

- Sí. Somos jóvenes como para tener ya familia.

-Tú a tu ritmo cariño. – dijo mi madre intentándose hacer la que me comprendía. Sabía que no. Ella quería nietos y yo no quería hijos. Si tuviera una hermana o un hermano seguro que tendrían nietos.

- Menos mal que no tienes hijos. Así te ahorras una decepción como la que nos has dado tú. – Soltó mi padre. Me sentó como una patada en el costado.

- ¡Felipe! – exclamó mi madre mirándole con los ojos abiertos como platos.

-Es la puta realidad, Luisa. Tú estás igual que yo, pero lo finges porque siempre estás mostrando una cara que no es real. Finges ser feliz.

Mi madre agachó la cabeza y yo solté el tenedor notando como mi corazón bombeaba cada vez más rápido del enfado.

-Prefiero decepcionarte a ti antes que en un futuro estar decepcionada conmigo misma. No voy a ser una desgraciada haciendo lo que no me gusta.

-Ya lo eres, Ágata. Mírate. – dijo mi padre. – Te lo he dado todo y me respondes así. Lo único que quiero, como padre, es que tengas una vida genial. Mejor que la que he tenido yo. Que triunfes. No que estés prostituyéndote todos los días con unos y con otros, no quiero que acabes como una jodida prostituta adicta a las drogas.

-Vivo mi vida, Felipe. Mi jodida vida. Y tú no tienes porque criticarla. No me eches tu depresión en cara y mucho menos me culpes de ser quien te la ha causado. No te atrevas a decirme eso jamás. – Dije molesta. - Tú fuiste quien nos jodió la vida a mamá y a mi con tus aventuras con la rubita tetona a la que te tirabas mientras mamá y yo trabajábamos para mantener esta casa mientras te fundías el dinero en ropita, casas y coches de lujos para ella, que luego, por cierto, te dejó seco y por eso volviste.

- Eres una maldita hija de puta. – dijo acercándose a mi y dándome un guantazo. Me quedé sin palabras.- Desgraciada, es lo que eres. Una desgraciada que va a traer la ruina a mi familia.

Mi madre ya estaba llorando.

-Porque seas mi padre no significa no pueda odiarte. Ni significa que puedas mandarme. He pasado toda mi vida tratando de hacerte feliz, hasta que un jodido día me di cuenta de que no tenía porque hacerlo. Que mamá te haya perdonado no significa que yo lo haya hecho. Jamás te perdonaré que nos abandonases. Te confundes, el desgraciado hijo de puta eres tú. – Agarré mis cosas y me fui a mi coche.

Cuando el sol caigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora