El recolector

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Hurgó entre las bolsas del callejón y se pinchó con una jeringa usada. Su sucia mano sangraba mientras la diminuta y aguda punzada le calaba hasta el codo. Era la quinta ocasión que una aguja infectada le perforaba la piel durante su desesperada búsqueda por comida. Llevaba días sin probar bocado. En esa ciudad, tan gigantesca como cruel, los sin-nombre como él no tenían derecho siquiera a la más mínima consideración.

Conocía bien a la mezquina gente de los suburbios: había trabajado como vendedor de autos varios años atrás, antes de la última crisis económica. Ahora era un don nadie. Se había unido para siempre a las numerosas filas de indigentes que vagaban por las calles rogando por caridad. Sin embargo, su estado famélico y el deterioro por quién sabe qué enfermedades, habían acabado con su humanidad: era ya tan solo un cadáver andante. Recorrió con su mirada vacía las penumbras hasta que llegó al vertedero, a paso lento, tosiendo sangre y sudando frío.

Trepó hasta una altísima colina de chatarra y basura. Miró los cercanos rascacielos y encendió una cerilla con la que prendió fuego a la montaña de desperdicios. Acto seguido, se arrojó a las llamas y se inmoló, dejando que los cálidos vientos de la mañana dispersaran sus cenizas, alzándose en la inmensa columna de humo negro que se extendió sobre las primeras avenidas de la ciudad, envenenando el negro aire, irrigando así, entre la gente, esa mezcla de extrañas enfermedades que contaminaban su sangre.



Nota:esta historia fue escrita a finales de abril de 2020.



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El llanto del bosque y otras oscuras microficciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora