El que ríe al último...

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Samanta sintió asco durante la penetración. La invadieron las náuseas con las torpes caricias de Bob y su aliento a filete sirloin y vino caro. Sus patéticas bromas, sus estúpidas risotadas al ver comedias en televisión, todo la urgía deshacerse de él. ¡Vaya si lo detestaba!

Lo conoció en Las Vegas. Supo que sufriría un tiempo, tras casarse con él, antes de matarlo, pero aguardaría al momento oportuno. Un día, mientras almorzaban, Bob la acariciaba un muslo. Cuando dio una amplia mordida a una jugosa pierna de pavo, Samanta le dijo «¡Cielos, Bob! ¡Creo que por fin encontraste unas piernas mejores que las mías!», y él comenzó a reír a carcajadas. El bocado se deslizó por su tráquea, pataleó en su silla con el rostro morado, suplicando por ayuda. Samanta se limitó a mirarle y sonreír.

La autopsia no pudo desmentir la muerte accidental. La joven y hermosa mujer heredó la mansión y no rechazó los coqueteos de guapos magnates durante el funeral exprés.

Tras su primera semana como viuda, Samanta disfrutaba de la lujosa recámara. «Pobre imbécil adinerado...» murmuró sobre la cama y comenzó a reír con alegría, llena de regocijo. Las larguísimas e histéricas carcajadas se prolongaron hasta la madrugada, dejándola sin fuerzas para tomar el teléfono y llamar a emergencias.

Escuchó con claridad la risa de Bob en la habitación. Vio su rostro verdoso y el muslo de pavo en su mano regordeta.

El forense confirmó un paro cardiaco. «Murió riendo», dijo, «que espantoso... Debió ser un dolor terrible».



Nota: esta historia fue escrita el 10 de mayo de 2020.



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⏰ Última actualización: May 22, 2020 ⏰

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El llanto del bosque y otras oscuras microficciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora