Ester

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Había sentido el maldigo picor bajo la piel de mi nuca y de mis brazos durante los últimos meses. En la escuela algunos me han comenzado a ver raro. Las mangas de mi sudadera a veces se recorren y entonces mis compañeros notas los rasguños y las cicatrices.

El otro día Martina me dijo Ester... en serio me preocupas... ¿Por qué no me dejas acompañarte a ver de nuevo al psicólogo?

Yo me enojé y le grité ¡¿para qué querría ir de nuevo con ese idiota?! ¡¿Para que luego me mande directito al psiquiatra y me droguen otra vez?!

Martina se sorprendió. Todos en el salón me miraron. Incluso el profesor que anotaba en la pizarra. Grité mucho. ¿¡Qué miran ustedes?! ¿¡Acaso nadie me cree!? ¿¡No lo entienden!? ¡Ellos me vigilan! ¡Alguien me implantó un rastreador en el cuerpo!

El picor en la nuca se hizo más y más insoportable en ese preciso instante y comencé a chillar del dolor y a rascarme la piel del cuello hasta desgarrarla.

El maestro se aterró al verme con las manos llenas de sangre. Dijo ¡Santo Dios, Ester! Los demás se apartaron de sus asientos. Estaban muy asustados.

Seguí escarbando con mis uñas entre mi carne y sentí algo, un objeto muy pequeño. Comencé a reír. ¡Miren! ¡Miren!, exclamé con tono triunfal, sosteniendo entre el índice y el pulgar un diminuto chip electrónico.

Los demás se quedaron perplejos...

Concluí mi historia pero el psiquiatra volvió a preguntar ¿Qué pasó entonces, Ester?



Nota: esta historia fue escrita el 2 de mayo y corregida el 7 de mayo de 2020.



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El llanto del bosque y otras oscuras microficciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora