Desde que tuvo uso de razón no recordaba un sitio más seguro que su hogar. Claro que no tenía mucho con que comparar, porque de hecho, jamás había salido de aquel departamento de paredes brillantes, como los rayos del sol que traspasaban el cristal del gran ventanal del living-comedor, su pasaporte al mundo exterior.
Tomás solía levantarse bien temprano para poder apreciar la belleza que aquella fracción de universo tenía para ofrecerle.
Antes de que los drones alzaran vuelo, para cumplir las tareas de desinfección y limpieza diaria de la ciudad y la entrega de insumos: medicinas, alimentos... a sus habitantes, había distintas especies de aves surcando el cielo.
Él sabía reconocer al menos veinte, un número bastante importante, considerando su corta edad. Las que más le gustaban eran los zorzales criollos. Su pecho anaranjado le recordaba a los radiantes días de verano. Le encantaba oírlos cantar cuando se posaban en el barandal del balcón.
A esa hora, también podía viajar hasta donde su vista alcanzaba, que era lejos, más allá de la muralla que rodeaba la ciudad y separaba a la jungla de cemento de la vegetal.
Un monte espeso se había formado tras años de confinamiento, con árboles de copas frondosas y troncos tan altos como algunos edificios del centro. Como Tomás vivía en el piso veinte podía ver el paisaje con claridad.
A parte de la arboleda, el pequeño había visto algunos animales, de esos que habitaban la naturaleza "salvaje": ciervos, serpientes, zorros y, una vez, hasta un gato montés había decidido dar un paseo por la ancha avenida que quedaba justo enfrente de su hogar.
En esas ocasiones, además de alegrarse por el avistamiento de aquellas maravillosas criaturas, se preguntaba si alguna vez él también podría pasear libre por las calles.
Había muchos lugares de su país que quería visitar, sitios que hasta ese momento conocía de forma virtual. Estaban, por ejemplo, las Cataratas del Iguazú, los Glaciares, la Cordillera de los Andes y obvio, la plaza de su ciudad, que podía ver desde la ventana del depto.
Pese a que los juegos estaban un poco descoloridos y aunque a algunos se los estaba tragando la hierba, todavía le parecían fascinantes; sobre todo ese que tenía forma de nave espacial. Las hamacas también le encantaban porque a veces se ponían a bailar suavemente cuando eran mecidas por el viento y otras veces daba la sensación de que querían soltarse de las cadenas que las sostenían y volar en libertad como las aves.
"¿Cómo se sentiría la brisa? ¿Podría hacerlo volar a él también?"
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Confinados
Short StoryTomás es un niño que solo conoce el mundo exterior a través de una ventana. El panorama puede llegar a ser hermoso, pero también letal. Una amenaza invisible lo obliga a permanecer confinado en su hogar y a mantener "contacto" social de forma virtu...