—¿Confiás en mí? —preguntó la niña.
Y él confiaba, pero igual tenía miedo. Aunque ella le había hiper jurado, por el Lucero y todas las estrellas, que no había nada que temer.
—Sí, confío —admitió, apretando el celu contra su oreja.
Aquello era lo más arriesgado que había hecho jamás. Un acto que debería hacer solo, y en completa reserva, o sus padres podrían detenerlo.
Con cautela salió de su cuarto y, con mayor prudencia, llegó hasta la puerta de entrada o salida en este caso.
Fijó la vista en el picaporte y, una vez más, inspiró hondo antes de girar la llave.
Sus pupilas tardaron unos segundos para adaptarse a la luz de sol, al viento exterior...
Los párpados le dolían un poco, pero no podía dejar de mirar con fascinación el cielo, así fuese a través de aquella lámina translúcida protectora que cubría toda su ciudad.
"El domo es como la mitad de una giroesfera" Pensó. ¡Y vaya que había logrado simplificar el concepto!
Pero tenía razón.
Aquella cúpula cristalina, fabricada con tecnología inteligente, mantenía a la ciudad totalmente a salvo del peligro. El espacio había sido descontaminado, el aire purificado ( por eso Tomy podía respirarlo sin miedo).
Zahira no le había mentido, lo que había visto en las noticias era real.
"Por eso había tantos drones en el cielo últimamente y por eso nos hicieron un test de infección esta semana." Reflexionó Tomy.
Aquellos vehículos aéreos llevaban semanas instalando cada pieza del domo, encastrándola y sellándola como si fuera un rompecabezas a gran escala.
Mientras, los especialistas se aseguraban de que cada uno de los individuos que viviesen bajo la cúpula estuvieran sanos, caso contrario el proyecto sería en vano.
Quizá el mundo no le había ganado la guerra al virus pero, en la pequeña ciudad donde vivía Tomy, estaban un paso más cerca de volver a la "normalidad".
Gran parte de eso fue posible porque la gente, luego de mucho tiempo de "prueba y error", había aprendido y se había confinado totalmente, impidiéndole al patógeno su propagación.
La sociedad había sido más inteligente, más empática y solidaria, o como había dicho Zahira: "más buena", con el prójimo.
—Tierra llamando a Tomás —murmuró una voz familiar, que lo trajo de vuelta a la realidad.
Cuando el chico miró a Zahira, por primera vez cara a cara, no pudo evitar sonreír de pura felicidad.
No era nada igual a como se la había imaginado al final. Tenía el cabello negro, que le llegaba al hombro, suelto, alborotado, ondeando al viento. Hoyuelos, como los suyos, y brillantes ojos color caramelo.
Llevaba puesto unos jeans achupinados y una remera de su banda favorita. Era hermosa. Pero lo que más le había gustado a Tomás era que, aunque tenía diez años, la superaba en altura. Así que al fin podía sentir que le había ganado, al menos en algo.
—¿Una carrera a la plaza? —desafió él.
—¡El primero que llega es el capitán de la nave! —repuso ella.
Y ambos se precipitaron, riendo, hacia el parque y en medio de la marcha, de forma instintiva, sus manos se unieron sin temores. Porque para eso estaban hechas: para tocar al otro, en libertad y sin miedo, para sentir el mundo y sus rincones.
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Confinados
Short StoryTomás es un niño que solo conoce el mundo exterior a través de una ventana. El panorama puede llegar a ser hermoso, pero también letal. Una amenaza invisible lo obliga a permanecer confinado en su hogar y a mantener "contacto" social de forma virtu...