Parte 4

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Cierto día estaba pateando penales al arco (como las paredes estaban insonorizadas, los vecinos no se quejaban de los ruidos molestos), cuando escuchó una voz que lo puso a temblar más que el frío que tiraba el nuevo aire acondicionado, que había encargado en la tienda online su mamá.  

—¡¿Quién dijo eso?!—cuestionó, después de respirar hondo y tomar “algo” de coraje. 

—¿Pudiste escucharme?—respondió una voz más firme, pero igual de infantil y un poco más finita que la suya. 

Tomás tragó saliva. Todavía temblaba, pero su expectación era aún más grande.  

—Sí. Pero no te veo. ¿Sos un fantasma?

Se escuchó el sonido de una “risita” vibrar en el cuarto. 

—¡No soy un fantasma! Soy humana. Me llamo Zahira, ¿y vos?

Aunque la voz no perteneciera a un ente “sobrenatural”, el niño estaba igual sorprendido.

—Soy Tomás, pero podes decirme Tomy si queres. Si sos humana, ¿por qué no te veo?—inquirió, sin darse por vencido. Estaba decidido a descubrir la razón de la invisibilidad de Zahira.

—No sé… Yo tampoco te veo. Solamente te escucho. ¿Dónde estás ahora?

—En mi habitación, ¿ y vos?

—También. 

—¡Estás en mi habitación!—exclamó casi gritando. 

De nuevo, oyó la risa y se dio cuenta de que si se acercaba un poco más a la pared donde estaba el arco podía escuchar a Zahira mejor. 

—¡No tonto! Yo estoy en MÍ habitación. 

—Ahh…

—¿Vos vivís en el edificio?—preguntó Zahira y, aunque había otros edificios en la ciudad, Tomás supo que se refería justo a ese.

—Sí…—corroboró cauteloso. 

—Hablá más fuerte que no te escucho a veces—protestó ella.

El pequeño dio otro paso más, hasta posicionarse justo frente a la pared del arco. 

—¿Ahora me escuchás mejor? 

—¡Fuerte y claro!—corroboró Zahira—. Creo que ya sé qué pasa. Yo también vivo en el edificio y me parece que somos vecinos. Por eso podemos escucharnos, pero no vernos. 

Su teoría sonaba bastante lógica. Sin embargo…

—Puede ser, pero las paredes son “inosoras”—observó él. 

—Querrás decir “insonoras”—corrigió ella. Tomás chasqueó la lengua—. Pero capaz que perdieron el efecto…

Mientras Zahira hablaba, Tomás comenzó a agudizar aún más su oído y descubrió que si se agachaba la escuchaba aún más claro. Se puso por completo a gatas y se percató de que, de tanto darle a la pared con la pelota, había abierto un agujero. Aunque después de pensarlo mejor se dio cuenta de que la abertura ya estaba ahí desde antes, solo que la habían tapado con yeso. 

—¿Seguís ahí?—escuchó preguntar a Zahira y se percató de que la había estado ignorando. Pero su espíritu de investigador le había ganado. 

—Estoy acá…Fíjate que si en la pared de tu pieza hay un hueco. 

Después de unos minutos oyó la respuesta. 

—¡Sí hay! Justo atras de mi cama. 

—Entonces la pared no perdió la INSONORIDAD, el sonido pasa por el agujero—se jactó. Esa tal Zahira no volvería a poner a prueba su sagacidad. 

Y de hecho no lo hizo, porque dejó de hablarle. Al menos por esa tarde.

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