Tomás se ponía un poco triste cuando pensaba en las cosas que quería hacer, ver, tocar, oler... y no podía. Pero sabía que el confinamiento se había impuesto por una razón muy importante: protegerlos a ellos, la especie humana.
El exterior era bonito, pero también mortal. Recordar la peligrosidad del mundo le provocaba miedo, y ese temor le recordaba que debía ser precavido.
Sus padres también le refrescaban constantemente la memoria, la importancia de la higiene hogareña y la personal, lo nocivos que podían ser objetos ajenos al entorno, lo prevenido que debía ser con otras personas (aunque no tenía contacto con nadie más que ellos en realidad).
La vida en sociedad había sufrido una gran modificación desde la aparición de aquel patógeno que había llegado para quedarse.
Hasta ese momento los científicos no habían podido desarrollar una vacuna o un tratamiento efectivo para combatirlo, por eso era importante el aislamiento y evitar el contacto con seres humanos distintos a los que componían el núcleo familiar.
Además, el virus mutaba de forma vertiginosa, tenía una amplia adaptabilidad al entorno y al huésped, era muy contagioso y potencialmente letal.
Lo alarmarte había ocurrido unos años atrás, cuando él tenía tres años de edad. Ese enemigo invisible había aprendido a vivir durante días en la atmósfera y había obligado a los humanos a un confinamiento estricto.
Todo aire que fuese respirado por humanos debía purgarse. El departamento donde vivía Tomás, por ejemplo, tenía purificadores de aire y era sometido a un riguroso proceso de descontaminación diaria que lo volvía habitable, garantizando así la salud de todos sus ocupantes. Asimismo, los elementos provenientes del exterior debían pasar por un rígido tratamiento antiséptico doméstico, sobre todo los alimentos.
En el último tiempo solo se consumían vegetales cultivados en invernaderos y animales criados en granjas especiales. Los especialistas habían observado que los animales portaban el virus pero no desarrollaban la enfermedad y, pese a que hasta la fecha no había casos de transmisión animal-humano, recomendaban no tener contacto con estos "por si acaso". Así que las mascotas o eran virtuales o robóticas.
Solo el diez por ciento de la población era inmune. La facción de los "afortunados" no contraían la infección pero podían propagar el virus. No obstante, esas personas podían salir al exterior y gozar de ciertos "privilegios". La mayoría lo hacía solo para desempeñar tareas esenciales, aquellas que los robots y drones aún no podían desarrollar de manera eficiente. Iban vestidos con trajes especiales de seguridad y mascarillas o recorrían las calles dentro de sus "girosferas", medio de transporte actual.
Estos vehículos eran similares a cápsulas unipersonales, herméticas y equipadas con su propio dispositivo purificador de aire que optimizaban y agilizaban la movilidad.
Todos los recaudos eran necesarios ya que, aunque aquellos individuos fueran inmunes, nadie sabía hasta dónde llegaba o cuánto duraría su estado de invulnerabilidad.
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Confinados
Short StoryTomás es un niño que solo conoce el mundo exterior a través de una ventana. El panorama puede llegar a ser hermoso, pero también letal. Una amenaza invisible lo obliga a permanecer confinado en su hogar y a mantener "contacto" social de forma virtu...