Parte 10

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No se acordaba de la última vez que había armado un berrinche tan grande. Tal vez de más chico, a la edad de Tizy o antes, aunque por lo general Tomás era un niño bueno: hiperactivo, mas no caprichoso.

No obstante, la situación ameritaba armar un berrinche, y más que eso: requería hacer un motín, ¡atrincherarse!

—¡No quiero que lo tapes! ¡Ella no es peligrosa! ¡Te odio! ¡Los odio a los dos! —gritaba entre lágrimas.

Su madre había intentado sujetarlo para calmarlo, pero le había mordido la mano. Acto que lamentaría más tarde.

En tanto, su padre no sabía si seguir preparando la mezcla para sellar el ducto que comunicaba los departamentos vecinos, reprender a su hijo o ayudar a su esposa a vendarse la mano. Al final, hizo lo que todo hombre hace frente a una catástrofe doméstica: se quedó estático.

—¡Dejá de estar perdiendo el tiempo y tapá ya ese agujero Carlos! —chilló Estela, la madre de Tomás, apretando la mano a medio vendar contra el pecho.

—¡NOOOO! —sollozó Tomy y se lanzó de panza sobre la cama, tapándose la cabeza con la almohada.

Aunque le dolía ver a su único hijo en semejante estado de angustia, Carlos obedeció. Prefería soportar los gritos desgarradores y el posterior rencor del pequeño, que tener que lamentar algo peor.

Desde que su mujer había descubierto la abertura, tras una sorpresiva inspección al cuarto de Tomy, y se lo había informado a él, en pleno estado de crisis nerviosa, supo lo que debía hacer. De nada valió el testimonio del chico sobre la seguridad de aquel pasaje o sobre el estado de salud de Zahira y su familia. Esos no eran momentos para tomar riesgos innecesarios.

Selló la abertura, que era un viejo ducto de ventilación del edificio, y se fue de la habitación de Tomy, con el pecho dolorido y el corazón en la mano, pero seguro de haber hecho lo correcto.

El niño no cenó aquella noche. Estaba en huelga de hambre. Además, tenía la panza revuelta, un nudo en el pecho y le dolían los ojos de tanto llanto.

Igual los mantenía abiertos, con la vista fija en ese pedacito de muro donde antes había estado la única vía de conexión con Zahira, ahora totalmente cerrada.

De pronto, se sintió más aislado que nunca. Todo había sido tan brusco, había pasado tan rápido, que ni siquiera había llegado a despedirse...

"Si tuviera su número". Pensó nostálgico, mientras sostenía el corazón de papel que Zahira le había enviado.

Una nueva lágrima descendió laaaarga por su mejilla, humedeciendo la almohada.

Tomy se encogió sobre sí mismo, volviéndose aún más pequeñito. Quiso cubrirse con el acolchado y al hacerlo, el corazoncito se le escapó y salió volando.

A veces pasa que en medio de lo malo, cuando el panorama parece más oscuro y se está a punto de perder la fe, ocurren los milagros.

Como movido por una mano invisible, el corazón se posó justo en su mesa de noche, adhiriéndose al velador. Entonces, la luz reveló un mensaje secreto, uno escrito con tinta mágica, de esa que solo se vuelven visibles al contacto del calor.

Tomás no podía creer lo que estaba viendo. ¡Zahira le había pasado su número de teléfono!

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