III

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Helen y Marcus salieron de las ruinas con el miedo metido en el cuerpo. El Mustang seguía aparcado a las afueras de la iglesia. Pronto llegaría la media noche y, según las leyendas, aquella noche los difuntos podían volver de sus tumbas para atormentar a los vivos.

Ella, como experta en historia y antropología, ignoraba que en algún lugar de Ichabod Creek se hallase alguna cueva subterránea. El poco estudio que le había dedicado al manuscrito de Van der Beer la había puesto sobre la pista de aquella iglesia y, teniendo en cuenta su primer contacto con el lugar, estaba segura de que el diario ocultaba el lugar exacto del aquelarre.

Helen miró por última vez las ruinas del templo. Un escalofrío le recorrió por la espalda al recordar el rostro deforme de la bruja robándole la vida.

—¿A dónde vamos? —preguntó Marcus

—Iremos por el Imago Maleficarum, el libro del que te he hablado. Estoy segura de que en él encontraremos la forma de acabar con esas malditas hijas de puta.

—¡Arranque, señorita Masterson, y pise a fondo! Esto es más divertido que ir pidiendo chocolatinas por el vecindario.

El Ford rugió dejando tras de sí diez años de vida y el cadáver de una bruja.

Las brujas de Ichabod Creek. La raíz podridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora