XI

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El caos duró solo unos minutos, Ezequiel Van der Beer había guiado a su protegida hasta el aquelarre, la había prevenido entre sueños, incluso había puesto en sus manos el arma necesaria para ganar la batalla. Helen no se sentía para nada una heroína, más bien una marioneta en manos de un fantasma, pero se sintió aliviada al ver el pequeño cuerpo desnudo de Enri Wells agitándose sobre la piedra. El niño se encontraba a salvo, igual que su vecino Marcus, que en ese momento se quitaba la capa de molestos bichos que huían libres del hechizo.

Incluso su robada juventud había vuelto tersando su piel y dejando como único precio un mechón de canas plateadas en su melena cobriza.

Pequeños montículos de ceniza era lo único que quedaba del concilio de halloween. En lo más profundo de la cueva, rodeado por una duna grisácea, se encontraba el sheriff Ohcumgache. Parecía exhausto, su cuerpo, ahora humano, estaba cubierto de cicatrices que poco a poco se iban cerrando.

—¿Se encuentra usted bien, señor Ohcumgache? —preguntó Helen desde la otra punta.

—Necesito un momento para descansar, nunca he estado tan cerca de…

Pero el viejo indio no pudo tomarse un respiro, otro temblor de tierra hizo que se incorporara de inmediato y corriera hacia sus compañeros.

Aquella sacudida duró más que la anterior. Helen tomó al niño entre sus brazos y, junto a su vecino, siguieron las indicaciones del indio hacia uno de los túneles que accedían a la sala del pozo.

Huyeron por un pasadizo empinado, interminable, iluminando el camino con la débil luz de una linterna.  A sus espaldas escuchaban el grito desgarrador de Yggut, el dios Gusano, un sonido que hacía temblar el suelo y abría grietas en las paredes.

—No lo lograremos —dijo Ohcumgache—. Siento su fétido olor pisándonos los talones.

—Dejemos que se acerque y le daremos lo que se merece —dijo Marcus convencido de sus palabras.

—Helen, entrega al niño a sus padres. Solamente a ellos, no te fíes de nadie. Y por favor, llévate a este loco de aquí—El sheriff le dirigió una sonrisa a Marcus que agachó la cabeza algo avergonzado—. No tendremos ninguna oportunidad si nos alcanza a todos juntos. No sé cómo te las apañaste con las brujas, pero esto es diferente. Yggut es un espíritu poderoso, un ser tan fuerte que ni siquiera las brujas podían hacer nada contra él, solo lo mantenían alimentado con sacrificios para apaciguar su hambre eterna.

—Pero si nadie puede luchar contra ella, ¿qué piensas hacer tú?

El viejo indio agachó la cabeza, las arrugas de su rostro se ondularon como serpientes.

—Hoy es la noche de los difuntos, no estaré solo. Sé que mis antepasados no me dejarán en la estacada. Conseguiré que ganéis tiempo, lo suficiente como para que podáis escapar de aquí y poner al niño a salvo. Tienes que confiar en mí. Ahora deja que encuentre la paz muriendo en la batalla, será un honor para mí terminar así mis últimos días.

El rugido tronó más cerca, el fétido olor de la muerte llegó desde atrás como una advertencia.

—¡Corred! —Y la tierra tembló.

No fue necesario que el sheriff insistiera. Marcus, Helen y el pequeño Enri corrieron por la empinada cuesta en busca de la salida. Antes de perderse entre las sombras Helen pudo ver como Douglas Ohcumgache, sentado con las piernas cruzadas, esperaba a su enemigo para su última batalla. Aquella fue la última vez que vio al sheriff con vida.

El grupo dejó atrás los temblores, pronto sintieron el aire fresco en sus pulmones, habían llegado al final del túnel y los primeros rayos de luz señalaban el camino. La salida daba hasta el antiguo cementerio de Ichabod Creek. La boca del túnel permanecía oculta tras una oxidada reja dentro de un panteón familiar abandonado y semiderruido. Helen salió hasta cielo abierto con una sonrisa y lágrimas de alegría.

—Por fin estamos a salvo —dijo Marcus dejándose caer de rodillas sobre la hierba que cubría el terreno—. Estoy deseando llegar a casa y volver a la vida normal.

Helen miró al bebé que sostenía entre los brazos y dejó escapar una sonrisa.

—Sí, ya va siendo hora.

Ambos sabían que aún quedaba una visita por hacer a la casa de los padres de Enri. Ichabod Creek despertaría con la noticia de la aparición del bebé y nadie sabría nunca la verdad.

—¡Helen, no te lo vas a creer! Mira de donde hemos salido.

La joven volvió la vista hacia atrás, un rayo de sol iluminaba el arco de entrada del mausoleo en ruinas, unas palabras talladas sobre mármol dejaban un último mensaje dl fantasma:

Ezequiel Van der Veer

1667-1695

Requiescat In Pace

Vita imago mortem

Las brujas de Ichabod Creek. La raíz podridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora