Chuuya se promete a sí mismo recordar éstos momentos y nuevas sensaciones, creyendo que si lo hace no caería ante la locura y los juegos de Dazai, pero él es como un imán, está obligado a sentirse atraído a su mirada, a su voz, a sus toques. A su retorcida mente. Chuuya sabe, tragándose toda queja y maldiciones y gritos que rasgan su garganta, que no podrá despegarse de él, y Dazai lo sabe también.
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Esa noche, la que confirmó la partida de Dazai, una sonrisa amarga ocupó el rostro de Chuuya. No importaban las cosas que Dazai le había dicho su última noche juntos, ni sus últimos besos, ni sus últimos toques. Pero todavía los sentía en los labios y en la piel, recordándole que valían demasiado y que por eso la traición dolía de una forma cruda y desesperante.
Aunque pensaba que era su deber comprenderlo y ser consciente de la vulnerabilidad que Dazai le había permitido ver como último recuerdo entre ellos, no podía evitar odiarlo por toda la miseria que le provocaba en cada partícula de su cuerpo. Chuuya suplicaba en silencio que le arrancaran este pesar cargado de tantos recuerdos y miradas profundas y risas engreídas que alguna vez le dieron sentido a su propio sufrimiento, porque, sin el vínculo que lo unía a Dazai, ya nada cobraba el valor justo y necesario por amarlo. Ahora sólo era eso, dolor y nada más.
En contra de todos sus deseos y en contra de toda su voluntad, Chuuya comenzó a recordar.
Quince años
El sonido de las olas del mar, ligero y constante. El polvo del acantilado destruido a sus pies. El sentimiento de insuficiencia en su pecho; desgarrador. Todo estaba en ruinas, todo estaba empapándose con la sangre que goteaba de su interior. El sabor a traición era nuevo para él. Y recordándolo mejor, todo comenzó con una traición y terminó de la misma forma.
Chuuya aceptó hacer un pacto con el diablo.
—Así que esto es un trato. ¿No, demonio? —respondió luego de escuchar la propuesta de Dazai.
—Cierta persona perdió contra mí en ese juego, así que al unirse a la organización será mi perro y mi sirviente.
Chuuya lo desafió con una mirada penetrante—. Un día te mataré a mordiscos.
Dazai le entregó una molesta sonrisa de suficiencia—. Me gusta tu expresión, pareces una bestia.
Poco tiempo después de que Chuuya había sido incorporado a la Port Mafia, Dazai robó una botella de whisky del despacho de Mori y un par de vasos de la gran cocina que pertenecía a la sede principal. Él había perdido una apuesta contra Chuuya, o tal vez perdió a propósito por el aburrimiento que le causaba ganar siempre. Dazai era así, calculador y mentiroso, deseoso por obtener algo interesante de cualquier situación, y jugar con Chuuya no era la excepción a esto.
Volviendo al alcohol robado, no era como si nunca lo bebieran, pero una botella de la selección personal de Ougai Mori representaba algo llamativo y especial, principalmente por la adrenalina que les generaba meterse en problemas. A fin de cuentas, no eran más que dos mocosos de quince años jugando.
—Chuuya, Chuuya, tengo las manos llenas aquí, ábreme.
Chuuya escuchó el murmullo, abrió la puerta y lo sujetó del brazo para que entrara al dormitorio—. Tardaste demasiado, ya empezaba a preocuparme.
Una expresión traviesa se dibujó en el rostro de Dazai—. ¡Cuánto honor! Quién diría que Arahabaki se preocuparía por un cuerpo inútil como el mío.
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Twenty two #Soukoku
FanfictionChuuya se promete a sí mismo recordar éstos momentos y nuevas sensaciones, creyendo que si lo hace no caería ante la locura y los juegos de Dazai, pero él es como un imán, está obligado a sentirse atraído a su mirada, a su voz, a sus toques. A su re...