Introducción

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Fran, José y Yago se encontraban en casa del último. Si bien habían quedado para ver el partido de fútbol, en el descanso, empezaron a planear una curiosa sorpresa para su amigo Adán, al cual no habían avisado para poder llevar a cabo la primera parte de su plan.

—¿De verdad lo vamos a hacer? —exclamó Yago incómodo, ya que era el más mojigato.

—Claro, ¿por qué no? —afirmó y preguntó Fran, que estaba utilizando el portátil de Yago.

—Nos va a matar. —Rio José antes de darle un trago a su cerveza.

—No creo que llegue a tanto. —Fran sonrió sin tenerlo muy claro.

—Estamos hablando de pagarle un... «acompañante» —insistió Yago, sintiendo que se estaban excediendo.

—Va, que se merece un buen polvete, ¿no? —prosiguió José divertido.

—Sabes que Adán no es así. Será pagar para nada.

—Quizá no se lo tire —intervino Fran—, o quizá sí; lleva demasiado tiempo encerrado en sí mismo y a saber cómo puede reaccionar.

—¿Cuánto hace que no queda con alguien? —preguntó José, sabiendo la respuesta—. Aunque sea a tomar una copa. ¿Cuánto?

Yago agachó la mirada.

—Pues desde hace mucho —suspiró con pesar—. Pero es su elección; él aún siente que ha de respetar lo que tenía con Borja.

—Por eso vamos a pagarle un buen servicio. Que salga con un macizo y luego que decida si se lo quiere tirar.

—Mira, si no se lo lleva por delante —prosiguió Fran—, por lo menos, pasará un rato de charla y copas con alguien que no sea nosotros o algún compañero de curro.

—Puede que así se anime a salir un poco más —pensó José en voz alta, aunque no estaba muy convencido en el fondo.

—Bueno... Vale... —suspiró Yago, rezando al universo para que Adán no se tomara a mal el «regalo».

—¿A cuánto sale la broma? —se interesó José.

—Mm... Dependerá del tipo al que contratemos —indicó Fran, que buscaba un candidato en una web de «modelos»—. ¿Qué os parece el tal Mikhail?

La primera foto de perfil era la de un hombre elegante y bien vestido, el cual parecía estar en forma.

—¿Sabes lo raro que me siento mirando esto? —bufó Yago avergonzado.

—No te pido que te enamores, sólo que opines —dijo Fran con resignación.

—Adán no suele fijarse en los cachitas —masculló José—, así que mira el resto de las fotos, a ver...

—Después borradme el historial, o Cris me mata —suplicó Yago inquieto.

—¿Qué pensáis? —insistió Fran tras revisar más instantáneas.

El «modelo» aparecía en ropa interior, dejando claro que estaba bien cuidado, pero sin ser una exageración.

—Mm... Podría servir —caviló José—. No es un cachas de gimnasio, eso le gusta a Adán.

—Viste bien, así que con el traje pasaría por un tipo de negocios —aportó Yago—. Si es inteligente y le da buena conversación...

—Pone que le interesan las artes: literatura, cine, música... —contó Fran, leyendo la información del perfil—. Si no es mentira, por lo menos, tiene algo en común con Adán.

—¡Madre mía! —dijeron sus amigos a la vez tras ver el precio por hora.

—Es lo que hay si queremos un servicio de cinco estrellas —apuntó Fran resignado.

—Vale —musitó Yago un poco más convencido—, pero nunca más, ¿eh?

—Tranquilo, que no creo que podamos repetir —indicó Fran—, Adán nos matará antes. —Rio divertido, recibiendo una mirada de reproche por parte de su amigo.

—Bueno, llama, a ver qué dice —sugirió José—. Falta que el tipo se apunte al plan.

Fran marcó el número de móvil que aparecía en la web. Mikhail respondió con bastante rapidez. Tras los saludos de cortesía, Fran le expuso lo que necesitaba y buscaba.

—Se trata de que él no sepa nada —informó—. Sé que es una petición un poco incómoda —prosiguió tras la respuesta desde el otro lado—, pero Adán no es un hombre muy sociable desde hace bastante, y ya no sabemos qué hacer para que, siendo directos, deje de estar de luto, y lo digo literalmente. —Escuchó la contestación y siguió—. ¡¿De verdad?! —exclamó sorprendido—. Claro. Nosotros hablamos con él, le damos la hora y a ver qué dice. En cuanto lo sepamos, te aviso. Muchas gracias. —Colgó.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Yago, tan curioso como lo estaba José.

—Ha pedido una foto —informó Fran mientras mandaba la instantánea—. Si le parece de su agrado, aceptará.

—Creo... —pensó José con pesar—, y seguro que no me equivoco, que aceptó por lo que le has dicho de que está de luto.

—Es la verdad, ¿no? —musitó Fran, que le estaba mandando un mensaje a Adán: «Te he conseguido un cliente. Quiere fotos para su perfil empresarial. ¿Te apuntas?».

Con mensajes de ida y venida, al fin, todo estaba listo; día, hora y lugar ya habían sido acordados.

Los tres amigos se miraron con complicidad y un sentimiento de lamento que nacía del recuerdo y de la culpa por recurrir a un plan, nada corriente, para ayudar, o eso esperaban, a un buen amigo, el cual se merecía volver a una vida con menos sombras.


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Mikhail, acomodado en el sillón de su salón, miró de nuevo la foto que había recibido.

—Es mono... —se dijo antes de volver a la realidad cuando otra llamada llegó a su teléfono.

La conversación fue breve; el cliente ya era un habitual, y los términos de la cita siempre eran los mismos.

Antes de preparase para el trabajo, sin pensarlo ni poder evitarlo, volvió a mirar la fotografía del hombre de historia triste y amigos entrometidos. «Un cambio de rutina puede ser interesante», caviló divertido. Sonrió animado, impaciente por conocer al enigmático Adán.

La tentación de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora