Capítulo 2

139 18 1
                                    

Adán


He salido del hotel tras la cita con Mikhail más contento de lo que habría reconocido a los mamones de mis amigos. El hombre, galán y amable, ha demostrado tener una conversación muy entretenida e inteligente, aunque supongo que debe estar preparado para ello alguien que se dedica a ese trabajo.

Camino un rato; me apetece el paseo, pero pido un taxi al empezar a oscurecer, y, en vez de irme a casa, directamente doy la dirección de Fran, porque a ese idiota le tengo que dar una buena colleja por la encerrona.

—¡Vaya, Adán! ¿Qué tal todo? —me pregunta nada más abrir la puerta.

—Eres un... —gruño sin lograr parecer enfadado de verdad.

—Anda pasa —dice con tono divertido.

—¿Cómo se os ha ocurrido? —reprocho tras sentarme en el sillón frente a Fran, que se deja caer en el suyo.

—Lo has pillado a la primera, ¿verdad?

—Claro que lo he pillado, tarugo.

—Era un riesgo que valía la pena correr. —Ríe con descaro.

—Sabes que era innecesario, ¿por qué lo has hecho?

—Innecesario no era —rectifica con cariño—. Sabíamos que no ibas a acostarte con él, pero no has roto la monotonía desde que él nos dejó, y queríamos que salieras de eso de una vez.

—¿No podías haberme llevado de fin de semana por ahí o algo? ¿Era necesario pagar a un acompañante?

—Es que la gracia era que te relacionaras con alguien de fuera de tu círculo. —Me mira con ternura y cierto brillo de pesar—. Te queremos, lo sabes, pero te vendría bien charlar con un desconocido de vez en cuando; con alguien ajeno a todo, para que dejes de sentir que todos seguimos yendo con pies de plomo para no herirte.

Agacho el rostro. No puedo responderle. Fran lleva muchos años a mi lado y me conoce como nadie. ¿Qué puedo decirle? Tiene razón; siento que mis conocidos me ven como un ser frágil, como a un cristal roto que hay que manipular con cuidado para que no acabe de estallar en mil pedazos.

—Adán, sólo quiero saber si...

—Ha estado bien —indico antes de que pregunte—. La verdad es que ha sido divertido. —Sonrío sutil, con la cabeza gacha y con el corazón encogido.

—Me alegro. Siento la encerrona, pero te habrías negado.

—Sólo te pido que no se repita, ¿vale? —Lo miro con dulce reproche.

—No te prometo nada, porque dependerá de si te veo avanzar o no.

Tengo ganas de llorar, pero me las guardo. Fran es consciente de que vivo en pausa desde que perdí a Borja. Cada día ha sido igual; monótono, gris, lleno de sueños olvidados o guardados porque ya no está la persona con la que los había planeado. No siento que avance en mi existencia, y parece que Fran se ha dado cuenta, como siempre, de lo que siento.

—¿Por qué no vas a casa y descansas? —propone, mirándome con cariño y algo preocupado.

—No le digas nada a...

—No tienes ni que pedirlo.

Me pongo en pie y él me sigue, acompañándome hasta la puerta.

—Por cierto... —dice antes de que me despida—. ¿Qué tal el tipo?

—Bien —respondo sin mostrar interés—. Inteligente, educado, divertido...

—Sólo te ha faltado verlo en pelotas —bromea con pillería.

—Diría que siento que hayáis tirado el dinero, pero... la verdad es que mentiría. —Río con malicia.

—No lo hemos tirado si te has divertido un rato. Aunque espero que el tipo haya sido de diez, porque se lo cobra. —Dibuja una mueca de lamento al pensar en lo que se ha gastado.

—Sinceramente, está muy bien —indico con indiferencia, ya que no es lo que más me preocupa de alguien—. Aunque en el otro aspecto..., bueno, eso no lo sabremos nunca. —Sonrío antes de abrir y salir.

Fran me mete un papel en el bolsillo de la americana.

—Nunca se sabe, todo dependerá de lo que quieras llegar a divertirte.

Lo miro sin entenderlo. Me da las buenas noches y cierra sin querer aclararme nada. Me meto en el ascensor y miro el papel. Hay algo escrito del puño y letra de Fran: «Mikhail; Tel: *********».

—¿Para qué narices voy a querer esto? —bufo con escarnio, negando con la cabeza, guardando el pliego en el bolsillo.

Cuandollego a casa, siento la soledad de nuevo. El silencio al entrar me recuerda,una vez más, que ya no hay nadie que me reciba con una sonrisa, un beso y unsaludo afable. Me quito la americana, la cuelgo y, sin ganas, pesadez ycansancio, subo los escalones del pequeño adosado. Entro en la habitación, mequito la ropa, la dejo por ahí tirada y me meto en la cama, esperando aterminar otro día más de una vida que, de momento, no siento ni que sea vida nisea mía.

La tentación de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora