Capítulo 37

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Mikhail


Son las tres de la madrugada pasadas, y no puedo dormir. Habría ido al La vie en Rose, pero sigo sin saber ni cómo mirar a Mama Rose a la cara, porque he metido la pata totalmente pese a que ella siempre me dijo que confiara más en él.

Oigo el sonido del telefonillo. Me resulta extraño, pero acabo pensando que puede ser ella, así que abro sin preguntar, y dejo la puerta del apartamento también abierta, cerrando la del pasillo por los gatos. Vuelvo al sofá para esperarla ahí.

—¿Así atiendes a tus visitas? —pregunta Julio cuando asoma por la puerta del salón.

—¿Qué haces...? Lo siento, pensé que serías otra persona. —Me levanto y le indico que se acomode donde desee—. ¿Quieres algo?

—Mm... ¿Tienes vino?

—Sí, aunque no del bueno, que estoy en paro.

—Estará bien, tranquilo.

Tras servirle, me siento en el sofá; él se ha acomodado en el sillón.

—¿A qué debo este placer? —pregunto curioso, ya que es muy extraño que se presente en mi casa.

—Es por ese André que metió las narices en mis asuntos —responde sonriente, pero se le nota molesto.

—No sé mucho de él.

—Ya, eso dijiste, pero me apetece charlar del gabacho.

—Pues a mí no mucho, pero ya que has venido... —indico con desagrado; «Ese cabrón me ha quitado lo único que quería, así que poco quiero saber de él».

—Mm... Me da que ese tipo y tú tenéis algo.

—Por mi parte, tengo ganas de partirle el cuello —gruño con enfado.

Julio ríe.

—Por eso me gustas... Bueno, no me meteré en tus cosas. Sólo me interesa saber qué gustos tiene.

—Es un puto sádico —digo sin ápice de dudas.

—Mm... Eso suena interesante...

—¿Qué pasa con André? —indago curioso, viendo que Julio está demasiado interesado—. ¿Tanto se ha metido en tus asuntos?

—Ya que me caes bien, y que parece que odias a ese franchute de mierda, te voy a contar un poquito.

—Adelante, soy todo oídos.

—Resulta que uno de mis seguratas se ha dejado comprar.

—Le dio la información a André, ¿no?

—Ajá.

—¿Mucha?

—Lo curioso del asunto es que no; sólo le importabas tú.

Lo miro perplejo; Julio tiene muchos negocios, ¿por qué soy yo lo único que le importaba a André?

—¿Seguro que no le dio nada más? —indago incrédulo.

—Muy seguro; digamos que al traidor no le quedó más remedio que cantarlo todo. —Me escruta sonriente, pero es obvio que algo le crispa.

—No lo entiendo —musito inquieto. «¿Por qué yo? Si tenía tanta información en las manos, ¿por qué sólo le importaba yo? Quizá...»—. Adán... —susurro con temor.

—¿Adán? ¿Qué significa eso?

—André me vio con Adán —digo, dejándolo igual de perdido.

—Mikhail, por favor, aclárame las cosas, porque odio los sinsentidos.

Sin callarme casi nada, le cuento a Julio todo. Ato cabos; no fue casualidad que André conociese a Mama Rose, ni que Adán fuera el fotógrafo «sustituto» para mi sesión de fotos. Veo claro que ese trastornado se acercó a nosotros porque Adán me conoció.

—Mm... —musita Julio pensativo—. Así que, el interés real de ese franchute, es ese tal Adán.

—Es la única explicación; quería pagarme para asegurarse de que Adán no me contratase más, porque seguro que se pensaba que era mi cliente. Pero no lo hice... —musito asustado—, por eso me llamó con la grabación.

—Te das cuenta de todo, ¿no?

—Sí; André acosaba a Adán, por eso sabía que quedaba conmigo, y que no dejé de verle tras pagarme.

—Así que sólo es un puto perturbado... —indica con alivio.

—Creo que sí; tus negocios no le interesaban.

—Ese tipo... Lo investigué un poco; según me han dicho, es el hijo de un empresario francés que goza de una muy alta y buena posición tanto social como financiera.

—Por eso pudo pagarme todo aquel pastizal —gruño con rabia, odiando haber aceptado el dinero de ese desgraciado.

—No te enfades; piensa que el muy gilipollas te ha pagado por nada; no dejaste de ver a ese Adán.

—Ya, y seguro que eso le cabreó.

—Mm... Sí, eso puede ser; los acosadores suelen ponerse violentos cuando no consiguen lo que quieren.

Me estremezco.

—Si me hubiera dado cuenta antes...

—Te diría que, si me pagas bien, ese francesito puede dejar de ser un problema. —Me mira divertido.

—No, gracias; Adán me odiaría.

—Qué lindo... Por él no lo harás, pero si fuera por ti...

—Si fuera por mí lo mataría con mis propias manos —digo con toda la rabia que tengo dentro.

—Por eso me gustas, Mikhail, justo por eso. —Se acaba el contenido de su copa y se pone en pie—. Por lo menos, espero que te guste saber que ese mamón no se librará de darme explicaciones.

—¿De verdad? —Lo miro serio, deseando que sea así.

—¿Dudas de mi palabra?

—Nunca.

—Así me gusta. —Sonríe muy divertido—. No te molestaré más, tampoco te informaré, por si las moscas.

—Está bien.

—Pero seguro que ya te enterarás de que ha estado de «fiesta» conmigo.

—No tardará en llegar de París.

—Lo sé, amigo, lo sé.

Julio se despide de mí. Lo acompaño a la puerta y cierro cuando se va. Siento que estoy mejor al conocer que André no se irá de rositas. Por otra parte, estoy muy angustiado por Adán.

La noche pasa y la mañana asoma por la ventana. No he dormido nada, sólo he podido pedirle al universo que cuide de Adán, que lo devuelva a mi vida para poder pedirle perdón y compensarle por todo, para que pueda protegerlo de André si no lo deja en paz.

—Por favor, ten cuidado —rezo como si esperase a que Adán me oyera—. No caigas en su trampa, por favor. Adán, vuelve... por favor...

La tentación de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora