Capítulo 44

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Adán


No me siento bien al preocupar a Mikhail; después de lo que acabo de hacer, ha sido imposible no pensar en todo lo que me dijo André, como que yo no le daba a Borja lo que deseaba y necesitaba, y eso me ha hecho pensar en que Mikhail es un hombre que ha vivido su sexualidad activamente, por lo que temo no poder estar a la altura una vez más.

—Adán... —Me acaricia la nuca y la espalda. Su voz es dulce, y me besa sobre los cabellos antes de hablar—. Para mí es más que suficiente que estés aquí; el sexo nunca será una necesidad en la relación.

—¿Y si no puedo darte lo que necesitas? ¿Y si no lo hago bien?

—Lo que necesito no es follar —apunta, apartándome, haciéndome mirarle al levantarme con cuidado el rostro—. Si crees que tu marido te engañaba porque fallaba el sexo, te equivocas.

—¿Cómo lo...?

—Conozco bien a los infieles —interrumpe, mirándome con resignación—. Si algo he aprendido en este tiempo, es que el que es infiel lo es por miedo.

—¿A qué te refieres?

—Los hombres que me han llamado tenían miedo a ser sinceros con sus parejas, a perder su posición laboral, a la sociedad... He estado con clientes casados con mujeres que temían salir del armario por mil razones, o tipos con novio que no se atrevían a hablar con su pareja, ya fuera para mejorar la relación sexual o para acabar con la relación al ver que no funcionaba. —Suspira con pesar—. El miedo los lleva a vivir una vida oculta, a buscar en otros lo que no tienen por no atreverse a provocar cambios en su existencia infeliz.

—Pero si yo hubiera sido mejor en...

—No es así —me corta una vez más, mirándome serio y convencido—. Borja, si hubiera tenido cojones, te habría expuesto sus necesidades e inquietudes, y habría querido darte la opción de ampliar y cambiar vuestra relación sexual. No fue tu culpa; no lees la mente, así que, si a él le faltaba algo, si no te lo dijo, la culpa fue suya, por ser cobarde para hablar contigo.

Bajo el rostro y apoyo la frente en su pecho, el cual acaricio y beso con cariño varias veces antes de mirarlo.

—Gracias.

—No tienes que...

—No, de verdad; gracias. —Le sonrío con cariño y más tranquilo—. Aún siento que fallé en algo, que lo perdí porque no era suficiente para él, pero... pero ahora entiendo las cosas un poco mejor.

Me acaricia el rostro. Tira de la barbilla, acercándome, besándome con ternura.

—Aquí tienes a un hombre que no teme hablar, que no teme enfrentarse a las dificultades que pueden salir en una relación —dice con tono serio—. He visto a demasiados hombres insatisfechos por temer, por esconderse, entre ellos, yo mismo, y ya no lo haré nunca más, porque no quiero ser infeliz en una mentira, ni quiero traicionarte.

—¿Me estás diciendo que siempre me serás fiel? —pregunto un tanto incrédulo.

—Sí, claro que te digo que te seré fiel —sentencia—. Y, si un día algo falla, o si siento que me falta algo, lo hablaré contigo para que ambos podamos solucionarlo, porque si tenemos una relación, es cosa de los dos hacer que funcione.

No puedo evitar rodearle el cuello con los brazos y besarle con ganas; hace que me sienta como un adolescente enamorado. Sin duda, Mikhail es muy maduro, con una inteligencia emocional que me hace sentir más seguro. No quiero correr y emocionarme con él, pero me lo está poniendo difícil, porque es un hombre como pocos hay.

La tentación de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora