Capítulo 23

87 15 3
                                    

Mikhail

Es imposible luchar contra él; de algún modo, sólo con ese deseo que profesa por estar junto a mí, ya logra hacer que mi muro se resquebraje y me pierda en mis propios deseos; quiero besarle, quiero tener algo con alguien, quiero seguir sintiendo esperanza...

Lo que no quiero es que llore, que sufra, que sus esperanzas se esfumen porque yo sea un cobarde.

Besa tan bien... No logro recordar la última vez que di un beso, pero parece que no lo he olvidado, ¿o será algo que va innato en nosotros? La verdad es que importa poco cuando estás compartiendo tanto en un gesto tan simple como es unir dos bocas entre suspiros.

—Adán... mañana... tengo que... —digo casi sin aliento; o me detengo ahora o no responderé de mí.

Me roba unos pocos besos más antes de separarse.

Lo veo relamiéndose antes de morderse el labio inferior; acabo de sentirme como un bidón de gasolina al que le han echado una cerilla prendida; el calor ha subido tan de golpe que me ha hecho temblar.

—¿Nos podremos ver mañana? —pregunta una vez más.

—Sí —suspiro, deseando repetir lo de ahora, y mucho más.

Sonríe aliviado. Me cuesta creer que de verdad quiera estar conmigo. Tengo tanto miedo de que sólo esté jugando, de que sólo quiera probar a un hombre de mi profesión... No quiero pensar así, quiero confiar en él, pero me han hecho tanto daño...

—Espero que me llames, ¿eh? —apunta, seguro que temiendo que me eche atrás en el último segundo.

—Lo haré. Por cierto...

—¿Mm?

—Le has dicho a Mama Rose que la llamarías, pero ¿tienes su número?

—Sí, me lo ha dado antes, pero... sabes que existen los buscadores de internet, ¿verdad? —dice burlón.

—Soy viejo, pero no tanto. —Dejo escapar una sutil carcajada.

—Tranquilo, que soy un hombre de recursos.

—Ya lo veo, ya.

—Mañana nos vemos.

—Claro.

Me da un beso largo y me desea buenas noches antes de bajarse del coche.

Estoy que no me lo creo; ¿cómo he acabado así? Sin perder más el tiempo con una pregunta sin respuesta, vuelvo a casa. Nada más entrar por la puerta me llaman al terminal privado. Leo en la pantalla: «Mamá».

—¿Sí? —respondo al descolgar; pongo el altavoz para poder cambiarme de ropa.

—¿Te puedo pedir un favor? —dice inquieta.

—Claro, pero un hola tampoco está de más, ¿eh?

—Perdona hijo, es que esta tarde ha estado tu hermano aquí con los niños y me han dejado loca.

Río divertido.

—¿No querías nietos?

—Eso no son nietos, son gremlins mojados con forma humana.

Estallo en risas.

—Si Sergey te oye...

—Pero si se lo he dicho mil veces, y se descojona el jodío.

—Madre mía... Bueno, ¿qué favor quieres que te haga?

—¿Podrías ocuparte de Nikolay y Aleksandra un par de semanas desde mañana?

La tentación de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora