"A él le gusta tirarme salsa para carne A1 en la vagina antes de chupármela"
Tenía trece años de edad la primera vez que me drogué. En aquel momento estábamos viviendo en Garden Grove. Y un amigo que vivía al final de mi calle me introdujo al mágico mundo de la marihuana. Este chico era uno de esos malditos bastardos que, si se las hubiese arreglado para canalizar su energía e intelecto en otras direcciones, podría haber obtenido un doctorado en algún lado. Tal como sucedió, demostró ser bueno principalmente en descubrir maneras de ingerir marihuana. Un día estábamos en su casa después de la escuela, y él sugirió que fumáramos un poco de hierba. Pero no de ninguna de las maneras que yo conocía. En vez de armar un porro, el chico fue a su habitación y volvió ¡Con una pipa casera hecha con una lata de papas fritas Pringles!"¿Qué hago con esto?", le pregunté mientras me mostraba orgullosamente el tubo.
Y entonces él hizo la demostración. Media hora después yo estaba tambaleándome por la calle con los ojos rojos y riéndome como un tonto, totalmente drogado. Y eso fue todo. Empezó el juego.
A mi me gustaba fumar marihuana, me gustaba la manera en que me hacía sentir, y entonces empecé a experimentar. De ahí naturalmente me extendí al alcohol y otras drogas, y más temprano que tarde estaba faltando a la escuela, matando días enteros en la casa de mi amigo, prendido a la lata de Pringles. Rápidamente mis calificaciones bajaron y empecé a ver cómo uno puede asociarse con la gente equivocada y tomar malas decisiones, y en poco tiempo tu vida puede estar disparándose fuera de control. Aunque eso era algo que me importaba un carajo. Estoy hablando únicamente de la conciencia y el hecho de que como un adulto, y un padre, ahora puedo mirar para atrás y ver en cierta manera dónde empezó todo. Pero les recuerdo una cosa: no hubo ramificaciones serias, o al menos ninguna que me importara. Darme vuelta sistemáticamente no hizo que mi vida sea notablemente peor. De hecho, hizo que la vida sea tolerable.
Más que nada en el mundo (y esto es verdad para la mayoría de los chicos, creo yo), lo que yo quería era sentir como si encajara en algún lugar. Quería pertenecer. La música ayudaba en eso. Y fumar marihuana también. Cada vez que nos mudábamos a una casa nueva, a un pueblo nuevo, a una escuela nueva, yo atravesaba un período de adoctrinamiento. Aprendí cómo lidiar con esto de diferentes maneras ⎯ primero a través de los deportes, después con la música y las fiestas, y eventualmente liberándome de los Testigos de Jehová. No había mayor imagen de raro que ser asociado con los Testigos, y para escapar de ese estigma yo me comportaba deliberadamente de una manera que era inconsecuente con las enseñanzas de la iglesia. Mi mamá, mis tías y todos los otros Testigos me advertían que yo estaba destinado a arder en el infierno si no cambiaba mi manera de comportarme, pero a mí honestamente no me importaba. Sólo quería escaparme de ellos. Quería alguna apariencia de normalidad, sea lo que fuese que eso significara.
Había momentos en los que me sentía como el pobre héroe de un cuento de hadas. Ya saben a que me refiero ⎯ cuando los chicos son abandonados al cuidado de una madrastra o un padrastro malvado, o algún tipo de cuidador adoptivo al que realmente el bienestar de los chicos le importa tres carajos. Y las deprimentes circunstancias de mi vida resultaban menos atractivas que refugiarme en un mundo de fantasía e el que todo lo que tenía que hacer era fumar hierba, tocar música, salir con otros vagos de mi misma calaña y tal vez tratar de acostarme con alguna de vez en cuando. La música, en particular, era mi avenida de escape... todo el resto simplemente vino con eso.
Sin embargo, había un problema significativo asociado a cultivar un saludable apetito por las drogas y el alcohol.El efectivo.
Para cuando yo tenía quince años nos habíamos mudado a un departamento en un lugar llamado Hermosa Village (que en realidad no estaba ubicado en Hermosa o Hermosa Beach, sino cerca de Huntington Beach), en frente de la universidad Golden West College, en donde yo eventualmente tomaría clases. Cuando nos mudamos ahí, perdí algunas amistades y el fácil acceso a la marihuana que venía con ellas, y entonces tuve que descifrar cómo hacer que el pasto siga creciendo, por decirlo de alguna manera. En ese entonces, la hierba se vendía más o menos a diez dólares la onza [1]. Entonces, sin detenerme a pensar en las consecuencias o los conflictos morales, le tomé prestados diez dólares a mi hermana, compré una onza de hierba, y puse manos a la obra. Armé 40 porros y rápidamente di la vuelta y los vendí a cincuenta centavos cada uno. En cuestión de unas pocas horas, había duplicado mi dinero. Ojo, yo estaba lejos de ser un genio de la economía, pero sabía distinguir una buena oportunidad cuando la veía. Desde ese momento en adelante, me metí en el negocio: era un distribuidor de marihuana de poca ganancia, que recaudaba el suficiente efectivo para mantenerse drogado y poner comida en su estómago cuando el refrigerador estaba vacío, lo cual era más frecuente de lo que pueden imaginarse. Al poco tiempo, el precio al mercado por un porro subió a 75 centavos. Después un dólar. Después la marihuana mexicana le cedió su lugar a la colombiana, más potente y más cara, que a su vez le dio paso al Rainbow y Thai [2]. La cultura adoptó el fumar marihuana con creciente fervor, lo cual era bueno para mi billetera y probablemente no tan genial para mi cabeza. A mi no me importaba. Me sentía como en casa. Todo lo que necesitaba era marihuana y música, y algunos amigotes para pasar el tiempo.
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Mustaine: A Heavy Metal Memoir
Non-FictionJames Hetfield, con quien muchos años atrás Mustaine fundó una banda conocida como Metallica, alguna vez dijo con algo de incredulidad que Mustaine debe haber nacido con una herradura de caballo metida en el culo. Así fue que tuvo la suerte que tuvo...