Capitulo 5: Hilo dorado

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Había recibido varias llamadas de parte de Albert durante esa semana y la otra, no habían avances respecto al caso que el detective le había hecho estudiar, lo cual era un alivio. Estaba sentado en el mueble exterior de su patio trasero que daba vista a un terreno deshabitado y lleno de arboles, tomo un trago de su taza de café mientras leía un informe de unos de sus estudiantes sobre la Formación Reactiva.

El viento frío del inicio del invierno le distrajo de su lectura, dejó sus lentes encima de la pequeña mesa de hierro, miró la hora en su teléfono viendo que pasaban las diez de la mañana, se levantó y caminó con dirección a la habitación, dejó el informe en la mesa de centro de la sala para ir a cambiarse de ropa. Habían supermercados cerca pero no vendían muchos grandes variedades de productos así que se puso en marcha para ir a un market a varios kilómetros de distancia.

Buscó un lugar vacío en el estacionamiento, al salir del auto parte de su chaqueta se quedó atascada en la puerta, dejó salir un suspiro mientras halaba la tela que al salir quedo un poco rota. Entro al market sacando la lista de compras que llevaba habitualmente en su cartera y empezó a dar vueltas con su carrito, en el pasillo de los postres y dulces vio una cabellera rubia que se le hizo conocida se acercó un poco con su carrito fingiendo estar distado viendo uno chocolates.

-¿Señor Reed?, me vio desde que entró pasillo. -habló de repente casi espantando al profesor.

-Oh, emm... Hola Adrian. Que coincidencia encontrarlo por aquí ¿no? - dijo el de ojos azules mirando por fin al rubio que le sonrió divertido, estrechando sus ojos felinos.

- Hago mis compras aquí cuando el otro market no tiene ciertas cosas que busco.- el rubio llevó su carrito hasta estar frente al castaño, que asintió con cierto nerviosismo, no entendía por que la presencia de este hombre le ponía nervioso.

- Claro. ¿y que es lo que busca?- habló tratando de distraerse de esa penetrante mirada oliva mirando los pasteles ya listos para llevar.

-Busco cerezas en almíbar. -habló el rubio apareciendo repentinamente al lado de Jon casi rosando sus hombros, dándose cuenta de que el rubio era unos centímetros mas alto que él.- dijiste que haces tus compras aquí, ¿puedes ayudarme a encontrarlas?- el rubio aun continuaba invasoramente cerca pero no se sentía incomodo del todo.

-Claro. Ven por aquí.-dijo adelantándose y dejando un poco atrás al rubio que amplió su sonrisa mientras se alisaba la camisa que llevaba puesta, rápidamente le alcanzo y el castaño lo guió a otro pasillo donde habían mas cosas dulces, Adrian rápidamente encontró las cerezas mientras veía como el castaño tiraba una bolsa de nachos al carrito y como se estiraba para alcanzar la salsa de los altos estantes, entonces se fijó en su chaqueta rota en la parte inferior.

-Tu chaqueta esta rota. -afirmó mientras apoyaba sus brazos en el carrito de compras. Miró la hora en su reloj viendo que eran casi las doce treinta. -puedo coserla si me acompañas a mi casa. -fue casi como si el cerebro del castaño hubiese hecho corto circuito, le miró con sus ojos azules inundados de confusión.

-¿Por qué eres tan amable conmigo?, fui grosero cuando te conocí y no pareces mala persona. Quiero disculparme por eso. -dijo Jon después de unos momentos donde se quedó en silencio, el rubio se acercó inhalando el suave aroma a colonia barata que despedía el castaño.

- No te preocupes por eso, solo me pareces interesante. Nunca he tenido un amigo psicólogo o profesor.- dijo el rubio tomándose la libertad de arreglar el cuello de su chaqueta rota por la puerta del auto. El castaño le miró asintiendo, sintiéndose cálido de repente.

-De acuerdo, pero yo invito el almuerzo. La ultima vez lo hiciste tu así que es mi turno.-el rubio rió divertido asintiendo al castaño con una deslumbrante sonrisa de dientes perfectos y perlados.

Después de hacer sus compras se dirigieron a la bonita casa de color lila, como los dos habían llegado en sus autos, Jon simplemente siguió el Nissan negro hasta el hogar del de ojos verdes. Bajo del auto luego de estacionarlo frente a la casa del actor; el rubio le pidió la chaqueta una vez entraron al lugar, lo vio subir por unas escaleras con un elegante pasamanos con dirección a lo que supuso el castaño era la habitación del Adrian. Se quedo de pie en la sala hermosamente iluminada, habían unas curiosas mascaras en diferentes tamaños en la esquina de una pared, entrecerró los ojos al reconocer que parecía de artesanía africana y folclórica, los muebles sobrios y elegantes como su dueño de un color magenta, los pasos de Adrian bajando las escaleras le distrajeron de seguir inspeccionando la casa.

-Me disculpo, solo tengo hilo dorado. ¿No importa verdad?-dijo con un pequeño cofre en la mano derecha y su chaqueta en la otra, se encogió de hombros justo cuando el rubio le invito a sentarse.

-No importa, esta bien. Ya te tomaste muchas molestias conmigo. -dijo el castaño con modestia a lo que el rubio negó con una sonrisa en su rostro.

-Lo hago por que así lo quiero, Jon. -habló el de ojos verdes poniendo la chaqueta en sus piernas, abrió el cofre dejando a la vista un juego de agujas y varias bolas de hilo de lana, sacó el hilo dorado del que había hablado, levantó la vista luego de haber preparado todo para coser la chaqueta.-dijiste que ibas a invitar el almuerzo. ¿Sabes cocinar?-casi sonó como si se estuviese burlando, el castaño se reclinó en el cómodo sillón mirándolo fijamente.

-Eres un poco controlador ¿sabes?-dijo Jon luego de unos momentos en silencio, con una sonrisa.

-¿Estas psicoanalizándome Jon?-habló el rubio de manera burlona-Ya enserio Jon, ¿sabes cocinar?, lo digo porque no tiendo a comer comida de la calle.

-Tu no te preocupes por eso, de cocina se solo lo básico pero podemos pedir en un muy buen restaurante que conozco, tienen servicio a domicilio y todo.-dijo el castaño riéndose de sus pocas habilidades en a cocina, sacándole una sonrisa al de ojos verdes mientras cosía la parte rota de la chaqueta.

-Creo que estoy asustado de la calidad dudosa de lo que vas a pedir.-dijo Adrian concentrado en la chaqueta.

-¿Tienes algo mejor entonces?-el rubio le miró como si fuese obvio que tuviera algo mejor.

-Por supuesto, tengo el número en la cocina, en la encimera hay un servilletero lleno de tarjetas, llama al numero de la primera tarjeta. Es un restaurante de mariscos puedes pedir lo que quieras para ti. Pídeme un ceviche de camarones por favor.-la sonrisa en su rostro al final de la oración casi le da dolor de estomago, era muy bonita rallando en lo radiante ademas de los distinguidos hoyuelos en sus mejillas pálidas cuando estiraba su sonrisa lo suficiente. Asintió luego de salir de un casi trance por la bella sonrisa, fue hasta la cocina por el pasillo que no recordaba con mucha claridad, era extraño que se sintiera tan cómodo con un tipo que era casi un desconocido pues la ultima vez que trato con un extraño de tal forma fue cuando aun ejercía como psicólogo privado.

Después de unos momentos ligeramente perdido en la gran casa: encontró la cocina, pintada de un color hueso, con amplios ventanales y gabinetes de madera y cristal, las losetas del suelo tenían decorados que la hacían ver como si fuera madera, la encimera y las paredes encima del pulcro fregadero metálico, eran de un color ahumado.

Se acero a la encimera y buscó el servilletero con las tarjetas, sacó la primera luego de encontrarlo y vio que en efecto era de un restaurante de mariscos, llamó desde su teléfono e hizo su pedido.

PielesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora