18 años antes del momento presente

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―¡Creo que ya llega! ¡He oído un coche! ―Los ojos dorados de Baekhyun relucían con anticipación y salió corriendo de la habitación para ir a recibir a su amigo. Sehun no lo siguió. No le hacía ninguna gracia que un niño desconocido interrumpiera lo que hasta ahora estaban siendo las mejores vacaciones de verano que había pasado en su vida.
Cuando su padre le dijo que iba a pasar las vacaciones en la finca que un amigo suyo tenía en Extremadura, había protestado, furioso. No quería irse de Seul, sus mejores amigos habían suspendido también un montón de asignaturas por lo que, una vez más, ese año se habían quedado sin veraneo. Habían hecho un montón de planes ―que por supuesto no pensaba contarle― para pasar aquellos días de agosto. Por lo general, en cuanto alzaba la voz sus padres cedían, incapaces de enfrentarse a él ―Sehun había nacido cuando ya nadie le esperaba; les había pillado mayores y no comprendían cómo dos personas tan pacíficas como ellos habían podido tener un hijo tan rebelde―, pero en esta ocasión su progenitor se mantuvo firme. No estaba dispuesto, dijo, a que su hijo se convirtiera en un delincuente juvenil. Así que dos días después enfilaban el camino de tierra que conducía a la finca, y su padre los depositaba, a él y a su maleta, frente a una preciosa casona de piedra con la fachada semicubierta por una exuberante parra virgen, donde un hombre de pelo entrecano, no muy alto, les aguardaba. El hombre saludó a su padre con efusión antes de volverse hacia él con la mano tendida.
―Hola, Sehun, soy Byun Baek Bom, compañero de colegio de tu tío
Junmyon y amigo de tu padre de toda la vida―. Sehun le estrechó la mano con cara de pocos amigos, pero el brillo peculiar de aquellos ojos dorados le hizo comprender que aquel tipo no se dejaría avasallar así como así―. Y este señorito que se esconde detrás de mí es mi hijo Baekhyun; tiene diez años y estará encantado de enseñarte todo esto. Los ojos del muchacho repararon entonces en el niño que lo miraba con curiosidad pegado a la pierna de su anfitrión. Era muy menudo; cabello rubio le caía suelta por la nuca y tenía unos enormes ojos dorados, idénticos a los de su padre. Le sonrió con dulzura y, aunque él no se dignó a devolverle la sonrisa, tuvo que aceptar a regañadientes que para ser un doncel no estaba tan mal.
―Ven, Sehun, te enseñaré la casa. Puedes elegir el cuarto que quieras. Sin dejarse impresionar por su gesto hosco, el niño lo agarró de la mano y lo arrastró hacia el interior con entusiasmo.
Había pasado más de una quincena desde entonces y Sehun no recordaba haberse sentido tan feliz en mucho tiempo. No estaba acostumbrado al campo; siempre había vivido con sus padres en un piso en el centro de Seul y en verano solían pasar el mes de agosto en la playa, pero, en cuanto vio las extensas dehesas con sus encinas centenarias, se enamoró en el acto de aquel paisaje idílico. La finca era de caza mayor y el padre de Baekhyun, sin hacer el menor caso de su actitud hostil, le había obligado a madrugar para acompañar al guarda a alimentar a los animales. También le había enseñado a cargar una escopeta y a disparar y, lo mejor de todo, le había dejado cobrarse su primera pieza: una hembra de corzo con la pata rota a la que se habían visto obligados a sacrificar y que, a pesar de que no resultó un tiro difícil, le había hecho descubrir la pasión por la caza. Baekhyun jamás les acompañaba en sus correrías. A pesar de los esfuerzos de su padre por compartir con el su afición, el niño tenía un corazón demasiado tierno, por eso, cuando había alguna montería, Byun Baek Bom tenía buen cuidado de que no viera las piezas abatidas; era consciente de que, en más de una ocasión, las amargas lágrimas que derramaba su hijo junto a los cuerpos dispuestos en hilera de los animales muertos le habían aguado la fiesta a más de un cazador. Durante aquellos días, Sehun descubrió que amaba a los animales, a pesar de que nunca hasta entonces había tenido demasiado contacto con ellos, y que aquel amor no era contradictorio con su deseo de cazarlos. Jiyon, el guarda de la finca, se dio cuenta al instante de que aquel muchacho, moreno y silencioso, además de una puntería mortífera, tenía un don a la hora de tratar con las criaturas más salvajes, así que lo acogió bajo su ala de sesentón soltero y sin hijos y empezó a enseñarle todo lo que sabía sobre el campo, que era mucho. Un día que volvió con una cría de corzo bajo el brazo Baekhyun lo recibió como a un héroe y, deseoso de ayudar, corrió de aquí para allá trayendo y llevando todo lo que él le pedía. Sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo cubierto de paja de las cuadras, el niño observaba, fascinado, cómo Sehun le daba el biberón al desvalido animal con una dulzura infinita, que contrastaba de manera llamativa con su habitual actitud huraña. Fue en ese momento, al notar la admiración que asomaba en los cándidos ojos del color miel que no se despegaban de él, cuando Sehun decidió que ya no dejaría más ranas bajo sus sábanas ni le metería más lombrices en las playeras. Hasta entonces Baekhyun había soportado sus pesadas bromas con deportividad sin quejarse ni chivarse jamás y, por primera vez desde que se habían conocido, él le dirigió una de sus
infrecuentes, pero cautivadoras, sonrisas. Y ahora, cuando ya hacía días que Baekhyun y él eran amigos y se divertía tanto a su lado, tenía que llegar aquel tal Luhan a fastidiarlo todo, se dijo, malhumorado. Una semana antes Baek le había contado cómo se conocieron en el internado suizo en el que ambos estudiaban. También le dijo que era su mejor amigo y, al oírlo, Sehun había sentido por primera vez una extraña sensación en el estómago que, al ser aún demasiado joven, no supo identificar como celos.
―¡Sehun! ¡Sehuuun!
El estruendo que hacían dos pares de pies al subir corriendo la señorial escalera de madera labrada de principios del s. XX interrumpió sus sombríos pensamientos. Baekhyun abrió la puerta con tanto ímpetu que golpeó la pared y anunció, jadeante:
―¡Mira Sehun, este es Luhan!
Sin moverse un milímetro de donde estaba, con un hombro apoyado en el quicio de la ventana y los brazos cruzados sobre el pecho, Sehun miró al recién llegado de arriba abajo con desdén. Luhan era el niño más extraño que había visto en su vida. A pesar de que era de la misma edad que Baekhyu, y él tenía dos años más, le sacaba casi una cabeza. Los shorts
vaqueros y la camiseta de manga corta dejaban a la vista unas piernas de rodillas huesudas demasiado largas y unos brazos delgados como palillos. Cada uno de los mechones rojizos de su pelo corto salía disparado en una dirección distinta, y con aquella piel tan blanca, el montón de pecas que espolvoreaba la nariz respingona y los enormes ojos grises, muy redondos, que le devolvían la mirada con amistosa curiosidad, a Sehun le pareció uno de aquellos duendes traviesos que poblaban los cuentos que le contaba su madre de pequeño. Entonces, su estómago volvió a hacer una cosa más extraña aún y tuvo que echar mano de todo su autocontrol para no abalanzarse sobre el y besar el hoyuelo travieso
que se marcaba junto a la boca de labios llenos. Desconcertado por aquel cúmulo de emociones, tan inesperadas como confusas, Sehun adoptó su mejor pose de perdonavidas y una ceja oscura se alzó en su frente con fingida altivez. Ajeno por completo a la agitación que bullía en el delgado pecho masculino, Luhan se acercó a él con la mano tendida sin parar de hablar al mismo tiempo a toda velocidad:
―¡Hola, Sehun, Baekhyun me ha hablado mucho de ti! Estaba deseando venir, pero mis padres parecían decididos a quedarse a vivir en las Seychelles. Es una especie de segunda luna de miel, ¿sabes?, dicen que quieren darse otra oportunidad; primero me mandan a un internado porque van a divorciarse y ahora deciden que aún se quieren.
―Sacudió la cabeza, como si las cosas de los mayores escaparan por completo a su comprensión―. En fin, menos mal que al final hemos vuelto a Seul, ya estaba harto de playas aburridas. No había nadie de mi edad y no me dejaban bucear, así que lo único que podía hacer era tomar el sol. ¡Total, para lo que ha servido! ―Levantó uno de los palillos que tenía por brazos para mostrar la blancura lechosa de su piel y sin detenerse a coger aliento preguntó―: ¿Me enseñarás el cachorro de corzo?
Sehun miró la mano tendida sin hacer amago de estrecharla y se limitó a contestar de malos modos:
―No es un cachorro.
Los enormes ojos grises repararon por primera vez en la actitud hostil del muchacho que tenía delante. Muy despacio, Luhan dejó que su mano volviera a colgar a la altura de su muslo y alzó la afilada barbilla, desafiante.
―Ah, ¿no? ¿Y puede saberse qué es ¿una pelota?
―Es una cría de corzo, niño estúpido.
―¡Sehun! ―exclamó Baekhyun, sorprendido por aquella súbita agresividad. A pesar de su comportamiento durante los primeros días, sabía de sobra que bajo esa pose rebelde se escondía un chico amable y de buen corazón al que sus padres, algo mayores, habían consentido demasiado. Sin embargo, Luhan, como buen pelirrojo, tenía un genio muy vivo y era perfectamente capaz de defenderse solo. Con los ojos despidiendo chispas de plata, se encaró con él y le clavó el dedo índice en el esternón.
―¡El único estúpido que hay aquí eres tú, pequeñajo!
Que un niñito casi dos años menor que él le llamara «pequeñajo» era peor que cualquiera de los brutales insultos que intercambiaba a menudo con sus colegas. Sehun se sintió profundamente humillado y los ojos oscuros relucieron llenos de ira. Sin decir palabra, apoyó la palma de la mano sobre el pecho plano y la empujó con violencia. Su gesto la cogió completamente desprevenido y Luhan cayó de espaldas, golpeándose
el trasero con fuerza contra el suelo. A pesar de que no gritó, a él no se le escapó su expresión, entre asombrada y llorosa. Se arrepintió en el acto de su comportamiento agresivo, pero un tipo duro como él nunca pedía perdón. Incapaz de soportar el dolorido reproche que asomaba en los ojos enormes ni un segundo más, salió de la habitación a toda prisa, y el portazo que dio hizo vibrar los cristales de las ventanas.
Baekhyu  se volvió hacia su amigo con cara de perplejidad.
―No sé qué mosca le ha picado, pero estoy seguro de que cuando os conozcáis un poco más os convertiréis en buenos amigos.
El pelirrojo se levantó despacio, acariciándose el trasero dolorido, y con la boca fruncida en una mueca obstinada que Baekhyu  conocía muy bien, prometió:
―¡Ese bicharraco asqueroso jamás será amigo mío!

El terco pelirrojo cumplió su palabra al pie de la letra y, a pesar de que en los días que siguieron Sehun trató de hacer las paces a su manera, sus intentos fueron completamente infructuosos.
A Baekhyun no se le escapaban los esfuerzos que el introvertido muchacho hacía para agradar a su amigo: aunque no se dirigía a Luhan directamente, siempre enganchaba en su anzuelo el gusano más gordo cuando iban a pescar a la charca secreta; en una ocasión le mostró con mucho cuidado un nido de lechuza, lleno de polluelos ruidosos, que había encontrado en una de sus numerosas correrías; en otra, dejó caer dentro de su taza del desayuno una piedra blanca que era casi un círculo perfecto, que Baekhyun sabía que era una de sus posesiones más preciadas. Sin embargo, el pelirrojo la sacó con dos dedos, como si estuviera contaminada, y la hizo a un lado con indiferencia antes de servirse la leche. Baekhyun trató de razonar con el, pero era inútil; cuando a Luhan se le metía una cosa en la cabeza era difícil apearla del burro y, al parecer, estaba decidido a odiar a Sehun por toda la eternidad. Un día el chico le trajo unas flores que sabía que eran sus favoritas. Había tenido que trepar por una escarpada pared de piedra para conseguirlas y, todavía jadeante tras el esfuerzo, se las tendió sin decir palabra. Luhan miró a través de él igual que si fuera invisible, antes de darse media vuelta, coger la primera revista que encontró sobre la mesa y empezar a hojearla con aparente interés. Al ver el desdén con el que eran recibidos sus esfuerzos, Sehun se puso muy pálido y los ojos casi negros destellaron, turbulentos, bajo su flequillo despeinado. Ante la mirada impotente de Baekhyun, arrojó las preciosas flores al suelo y las pisoteó con saña con las pesadas botas de campo. A partir de aquel día, ya no hubo más intentos de congraciarse con Luhan; apenas le dirigía la palabra y cuando lo hacía era utilizando motes despectivos. Araña patas largas, ojos de canica, puercoespín y zanahoria putrefacta eran los más cariñosos de su repertorio. No obstante, por increíble que pudiera parecer, a pesar de que ambos charlaban con Baekhyun con toda naturalidad mientras actuaban como si el otro no existiese, aquel verano y los otros que siguieron estuvieron repletos de momentos felices, llenos de sol, excursiones y risas. Casi todos los días acudían a la charca secreta; una poza profunda y de aguas límpidas bien escondida en el interior de un tupido bosquecillo de enebros, mirtos, madroños y brezos. Les encantaba trepar hasta lo alto de la resbaladiza pared rocosa que delimitaba una de las orillas, por la que caía un pequeño chorro de agua que no merecía el nombre de cascada, y desde allí lanzarse al agua entre gritos ensordecedores.
A Sehun lo que más le gustaba era sentarse empapado sobre una de las piedras planas de la orilla que guardaban el calor del sol y escuchar el interminable parloteo de los donceles. Los dos llevaban unos viejos trajes de baño de temporadas anteriores, pero, mientras que el de Baek se ajustaba a su cuerpo delicado a la perfección, al flacucho pelirrojo le hacía bolsas por todas partes. A pesar de ello, y aunque la mayor parte del tiempo fingía dormitar, el muchacho seguía hasta el más mínimo de sus movimientos por entre sus párpados entrecerrados. Baekhyun y Luhan eran verdaderos amigos, no como otros niñitos que él conocía que en cuanto uno de ellos se daba la vuelta el otro empezaba a despellejarlo. Los hilos que se habían tejido entre ambos durante su estancia, en un principio dura y solitaria, en aquel internado de Suiza en el que estudiaban eran extremadamente fuertes y estaban destinados a durar toda la vida. Los dos eran muy diferentes y complementarios al tiempo. Baekhyun era pequeñito, tenía el pelo rubio y la piel dorada y, aunque al principio de conocerlo podía parecer un poco tímido, era un auténtico payaso que les hacía llorar de risa con sus imitaciones y sus patochadas. La piel blanca del larguirucho pelirrojo, en cambio,
jamás se bronceaba; era muy buena estudiante y su rasgo más característico era que no paraba de hablar. Hasta que lo conoció, Sehun estaba convencido de que no soportaba a las personas parlanchinas, pero con Luhan era muy diferente; el siempre tenía a mano una anécdota interesante y original que contar. Muchas veces le daba por pensar que si alguien le dijera que tendría que pasar el resto de su vida sin más que mirarlo y escuchar sus historias no le parecería un destino espantoso. En absoluto.

Te odio pero, besameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora